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Tribuna:TEMAS PARA DEBATE / ¿ES ESPAÑA UN PAÍS CATÓLICO?
Tribuna
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La gran confusión

Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con premura y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura.

San Juan de la Cruz.

Primer visitante insigne después de las elecciones del pasado jueves, hoy llega a España Juan Pablo II. Un Papa que, por una parte, es un ferviente admirador y un buen conocedor del místico cuyos versos encabezan estas líneas, y un Papa cuyo viaje a España hace pensar inevitablemente, por otra parte, en la película Bienvenido, Mr. Marshall. En efecto, la fiebre de preparación y organización del viaje -menos visible a los ojos de la opinión pública por causa del período electoral que acabamos de atravesar- es sólo comparable a la ulterior frustración de aquellos caciques que, igual que en el filme de Berlanga, han de contemplar despavoridos que no les es posible capitalizar los resultados del paso de un viajero que no hace sino eso: pasar, "mil gracias derramando", por una piel de toro cuyos ganaderos no consiguen sacar provecho de tal paso. Pues convendría no olvidar que, en nuestro caso como en el de la película, quien queda en ridícula situación no es mister Marshall, sino quienes de él esperaban sacar buena tajada.

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¿Es España un país católico?

Así pues, recién terminada una campaña comienza inmediatamente otra, sólo que esta vez sin urnas al final. Y en los próximos días vamos a contemplar con asombro que en esta ocasión el pueblo, independientemente de que se le engatuse o no y sin necesidad de lanzamientos publicitarios a cargo de modernos mercaderes parasociológicos convertidos en proxenetas subastadores de carne de líder, va a quedar "vestido de su hermosura con sólo su figura". De suerte que, por las mismas fechas en que nos veremos sometidos a las múltiples explicaciones del porqué de la abstención electoral (que suelen transformarse en justificaciones del porqué de los no tan óptimos resultados de uno u otro partido), habrá que plantearse igualmente el porqué de la no abstención en el segundo caso. En efecto, si se cumplen los pronósticos, deseados por los unos y temidos por los otros, habremos asistido al referéndum de centenares de miles de personas en las calles "para ver al Papa" y de varios millones en sus casas arrimados al aparato de televisión. Y surgirá entonces de nuevo la inevitable pregunta del cómo se explica eso: "¿Es España, todavía hoy, un país católico?".

Formulada así, la pregunta es evidentemente tópica. A lo largo de los últimos siglos, España ha sido, dejado de ser y vuelto a ser oficialmente católica en ya repetidas ocasiones. Pero, obviamente, las certificaciones oficiales a golpe de decretos, de principios fundamentales o de textos constitucionales tienen muy escasa incidencia sobre el catolicismo real y vivido de una población determinada. Por otra parte, todo tópico descansa sobre un cierto trasfondo veridico, que está rodeado, por lo demás, de un sinfin de ambigüedades. El trasfondo verídico está, en este caso, en el hecho de que, si la pregunta sobre el "ser católico" de España resulta plausible, ello es porque, efectivamente, ha habido y hay en España muchos católicos. Y en segundo lugar, porque lo cierto es que la Iglesia española ha desempeñado y desempeña un papel institucionalmente importante. Al mismo tiempo, sin embargo, es evidente que ambas afirmaciones son insatisfactorias y válidas tan sólo en la medida en que son sumamente vagas e imprecisas: en otras palabras, en la medida en que no dicen casi nada. Pero es que, a partir del momento en que queramos empezar a precisar, brotarán automáticamente las ambigüedades a que antes aludíamos.

Cómo saber quién es católico

Veámoslo. A un prirrier nivel, decíamos, cabe como mínimo afirmar que hay en España muchos católicos. ¿Autoriza ello a hablar de un "país católico"? La ambigüedad por este lado es doble: primero, porque, al menos desde la óptica catalana, que es la nuestra, no está ni siquiera medianamente claro que España sea un país. No se interprete esta boutade como pataleta antiloapera; lo que queremos decir con ello es que no estamos nada seguros de que las diferencias existentes entre los catolicismos gallego, andaluz y vasco sean mucho menores que las que puedan existir, por ejemplo, entre los catolicismos flamenco, bretón y bávaro. Y segundo, y mas importante aún, porque lo que desde luego no está nada claro hoy día es lo que sea ser católico. Tras el proceso evolutivo del catolicismo a lo largo del últirno cuarto de siglo ha aparecido tal pluralidad de modalidades de pertenencia a la Iglesia que, para desconsuelo de tantos sociólogos cuya máxima ilusión habría sido la de ser contables, prácticamente no hay ya forma de saber "a ciencia cierta" quién es católico y quién no lo es. Y ello es así, entre otras razones, porque quien en todo caso tiene capacidad para definir en qué consiste ser católico no es el individuo; antes bien, la Iglesia institucional. Y en la actualidad, la Iglesia católica institucional, habiendo renunciado al establecimiento claro y bien delimitado de fronteras entre el in-group y el out-group, está claro que: no quiere (o no se halla en condiciones) ejercer este poder definitorio. Acaso porque -y con ello nos adentramos ya de lleno en el segundo de los niveles-, si bien su peso institucional sigue siendo fuerte en España, a nadie se le oculta que continúa atravesando hoy por hoy una delicada coyuntura: la Iglesia institucional española se halla, en efecto, en pleno proceso de reinserción en nuestra sociedad. Dicho proceso de reinserción tiene lugar en un contexto en el que destacan, como minimo, los siguientes elementos, que se combinan entre sí en una interacción recíproca y que no haremos sino enumerar aquí: primero, la sociedad a la cual la Iglesia española se adapta, en la prolongación del proceso de aggiornamento desencadenado por el Concilio Vaticano II, es una sociedad a la vez cambiante y en crisis; segundo, la propia Iglesia, inmersa en dicho proceso, está surcada por serias disensiones internas, corolario asimismo de la crisis desencadenada por el posconcilio, y de las contrapuestas posturas suscitadas por su salida institucional de una situación de nacionalcatolicismo y su ingreso en una situación de real pluralismo ideológico; tercero, el proceso, finalmente, tiene lugar en un singular y no siempre explícito clima de intolerancia, intolerancia supuestamente procatólica en ciertos sectores e intolerancia anticatólica en otros, que convierte en batallas cada uno de los temas pendientes en ese proceso de reinserción (batalla del divorcio, batalla de la enseñanza, etcétera). Al magnificar exageradamente los hechos, esa atmósfera intolerante acaba desvirtuándolos y deformándolos.

Buen ejemplo de ello es lo que previsiblemente va a acontecer con la visita del Papa, tema al que volvemos para concluir por donde habíamos comenzado. El viaje de Juan Pablo II va a tener sin duda una incidencia en las conciencias individuales de mu chos españoles; pero tal incidencia no va a poder ser contabilizada por los sociólogos ni capitalizada por quienes -lógica o pa radójicamente- hayan esperado de él algo más que "su paso con premura". De resultas de lo cual es de prever que las interpretaciones que de su visita se hagan posteriormente vayan en un doble sentido, por más que el objetivo sea idéntico para quines en definitiva no tienen otro propósito que el de manipular lo religioso en propio beneficio: para unos, el "clamoroso éxito popular" de su viaje será pretexto para una reafirmación del "carácter católico del país", mientras que otros lo desmentirán, justificando la "masiva afluencia a los actos" con el socorrido recurso al "Papa de la imagen" y al "Wojtyla-espectáculo". Pero lo realmente significativo de la Iglesia y de la España contemporáneas es que la frontera entre ambos tipos de interpretación no coincidirá con la divisoria tradicional entre católicos y no católicos: aparecerán unos y otros entremezclados en ambos grupos. Y ni siquiera coincidirá con la no menos tradicional divisoria entre derechas e izquierdas.

La frontera pasará por la mayor o menor capacidad respectiva de rentabilizar políticamente la visita de Juan Pablo II. Para unos, porque "por algo somos de misa de toda la vida", y para otros -incluso el PSOE ha estado negociando durante meses, al parecer, para conseguirlo-, porque "una foto con el Papa bien vale una misa".

Salvador Cardús y Joan Estruch son sociólogos de la religión y profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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