¿Es España un país católico?
Durante: muchos años de nacionalcatolicismo, poner en entredicho que este país estuviera directamente adscrito a la religión católica parecía asimilable a cuestionar uno de sus caracteres radicales. Pero la llegada de Juan Pablo II a España, que desencadenará, según las previsiones, una calurosa acogida popular, propicia, bajo otras condiciones sociológicas y políticas, la pregunta que encabeza este debate. Una suerte de estudio-homenaje que con motivo de la visita del Pontífice- ha divulgado la Conferencia Episcopal asegura que un 82,76% de las personas nacidas en España durante el año pasado fueron bautizados y que una proporción del 94% de los matrimonios contraídos durante ese período se hizo por la Iglesia.Cifras tan altas de respeto al rito católico se enfrentan, desde luego, al patente fenómeno de secularización que ha registrado la sociedad española en los últimos veinte años y también al fuerte decrecimiento de la práctica religiosa que han puesto de relieve otros acreditados análisis de naturaleza no confesional. Una suerte de confusión entre lo hispánico y lo católico, como subraya el teólogo Olegario González de Cardedal, y otra clase de confusión entre las distintos formas de entender aquí la relación con el catolicismo, según los especialistas en sociología religiosa Salvador Cardús y Joan Estruch, han obstaculizado, a menudo, el acercamiento a la realidad del, catolicismo en nuestro país. Alumbrar- algunas de sus características y perfiles en 1982 es el motivo de este debate.
Ya no existe la angustia católica
¿Se puede considerar a España como un país católico? Esta pregunta lacera el alma de todo español con sensibilidad histórica y de todo católico que se identifica a sí mismo desde el sermón de las bieriaventuranzas. A ella han ido unidas en nuestra historia desde la comprobación de unos hechos que hace el viajero desapasionado a la confesión humillada del obispo que, acusándose a sí mismo, invita a una nueva evangelización; desde la propuesta del político que quiere proponer una legislación acorde con una España pluralista hasta la soflama agriada de quien con esa fórmula decreta que determinadas personas o realidades no existen; o, por el contrario, del que decreta, con idéntica violencia e intolerancia, que leyes, ideas y creencias particulares se impongan a todos los ciudadanos.Cuando se comparan dos personas concretas o dos magnitudes históricas hay que situarlas a ambas en un mismo momento, y aceptar a ambas en la comprensión que cada una tiene de sí misma. Y como en este país lo católico y lo hispánico anduvieron juntos, y se: definieron lo uno a la luz de lo otro, es necesario ahora comprobar qué cambios ha sufrido cada uno en su propia comprensión, porque, en parte, de ello depende la comprensión del otro. La Iglesia católica ha vivido un momento decisivo y en parte inmutativo de su historia en el Concilio Vaticano II, y el país ha vivido una transición que es algo mucho más radical y profundo que un mero cambio político.
Hay muchos españoles que todavía no se han percatado de estos vuelcos de conciencia que han tenido lugar entre nosotros. No saben que esta misma piel de toro ya es otra y que es otra la Iglesia católica. No existe la España que aprendieron en sus enciclopedias escolares y no existe aquella Iglesia de su imaginación infantil. Ella, a través de su instancia suprema (un concilio ecuménico), ha reformulado sus ideales religiosos y sus tareas históricas. Y desde ahí se ha expresado en una nueva liturgia, una nueva catequesis, una nueva forma de comunidad y una nueva manera de relación con la sociedad.
Tres generaciones
Hay entre nosotros tres generaciones distintas, con sus actitudes bien diferenciadas ante lo religioso y católico. Una que creció católica por haber nacido en un contexto tal; generosamente lo fue en ese contexto de necesidad, y hoy mira, entre desorientada y esperanzada, a todo lo nuevo. Una segunda que nació católica, pero que, tras las experiencias civiles y la conexión con ideas foráneas, se sintió obligada a dejar de ser católica, a negar el valor de lo religioso y de lo cristiano para la vida, destruyendo todo lo que le había servido de fundamento y orientación en su infancia.
La más reciente generación ya está más allá de lo común a las dos anteriores; ambas tenían que ser, una, católica, y otra, no católica. Para la actual generación, en cambio, la vida ofrece ya todas las posibilidades y órdenes diferenciados: arte, política, moral, filosofía, religión. Buscan ésta por sí misma, como una real posibilidad de la existencia. Y esperan de ella iluminación, santificación y sanación de la vida humana. De toda la vida y de todo lo humano. Nada más y nada menos. La Iglesia que buscan y desean es la correspondiente a esta valoración de lo religioso.
Pero, ¿cuáles son los criterios de una real catolicidad y de una real descatolización? ¿Cómo medir fenómenos de conciencia en un momento de alteración de nuestra comprensión como españoles y como católicos? No valen los criterios de mera pervivencia tradicional, ni de práctica religiosa, ni de afiliación política, ni de uso de las instituciones tradicionalmente católicas, como pueden ser los colegios, ni siquiera la práctica de determinados preceptos morales. Todo eso puede ser importante, pero no es decisivo. Hasta ahora se medía y se decidía el problema a la luz de la vigencia política, social y pública de lo cristiano y de la presencia de la jerarquía en los momentos o lugares en que se expresaba lo nacional. Lo público-político dejaba en silencio todos los otros órdenes de la vida: lo personal y profesional, las actitudes teóricas, los niveles de conciencia más profundos.
España ya no es jurídicamente un país católico, porque su legislación no considera al catolicismo como el fundamento de su ordenamiento legal y de la convivencia social. No hay Estado confesional, no hay sanción positiva de lo católico en la Constitución, no hay privilegios frente a otros grupos religiosos. El pluralismo es un principio general que se extiende también al orden religioso. ¿Significa eso que la realidad social ha cambiado con el cambio político y jurídico? ¿Significa que con la secularidad de las instituciones de este mundo, aceptada por el Vaticano 11 y presupuesta en nuestra Constitución, haya tenido lugar una secularización de las conciencia y que el hombre ya no se siga abriendo a la realidad personal, agraciadora y afirmadora de la existencia, que es Dios? ¿Significa que Jesús de Nazaret ha desaparecido de las conciencias y que la Iglesia católica ya no es considerada como el hogar en que se recibe, alimenta, celebra y explicita la fe en sus múltiples exigencias?
Las deudas del catolicismo
Difíciles preguntas, urgentes preguntas, sagradas preguntas, a las que debemos tanta atención como respeto. Querer responder a todas con un monosílabo sería hacer violencia a los propios protagonistas. Hay mucha búsqueda que necesita esclarecimiento, mucha ignorancia que necesita ilustración, mucha dubitación que necesita oídos acogedores, mucha buena voluntad que no se encuentra a sí misma en los caminos trillados. Sólo cuando se haga todo esto se podrá, objetivamente, responder a nuestra cuestión. Porque, ¿quién se atrevería a decir hasta dónde llega, en este difícil momento de cambio, la identificación de los católicos con su Iglesia, de los ateos con su ateísmo, de los indiferentes con su indiferencia y de los hostiles con su hostilidad?
Personalmente pienso que en este país, para muchos, ha cesa do la angustia de lo católico, que, habiendo espacio para todos, muchas voces, ideas y proyectos no católicos, que antes estaban silenciados, ahora se hacen presentes; que mucha apariencia y fachada católica ha desaparecido y que comienzan a afirmarse otras vigencias que parecen reducir a silencio y declarar inexistente o ineficaz lo católico. Y, sin embargo, pienso que nunca como en estos años la conciencia católica ha respirado con tanto gozo y tan libre resuello como lo está haciendo ahora. Ha tomado conciencia de sus posibilidades y sus límites. La Iglesia ha dejado de ser la jerarquía; los creyentes han asumido el protagonismo de sus derechos y deberes, han profundizado en los contenidos racionales de esa fe, se han hecho mucho más sensibles a las exigencias éticas de ella en órdenes hasta ahora preteridos; han adivinado sus complejas responsabilidades políticas, han roto con esquemas trasnochados, se han asomado a otras maneras de vivir el catolicismo en otras áreas culturales.
Está el catolicismo ante grandes quiebras, vacíos e incluso abismos, pero con una lúcida conciencia, generosidad y esperanza, fundada sobre su propia entraña religiosa, como hace mucho tiempo no lo había estado en España. ¿Quién, que recuerde los años cincuenta, puede decir de verdad que hoy este país es menos católico? Sólo quien confunda las voces con los ecos y la fe católica con los nacionalismos, una cultura o una política. Y frente a toda acción francesa o acción española, ya diagnosticó certeramente Blondel: "La peor de las aberraciones: el catolicismo sin Cristo, la religión sin alma, una autoridad sin corazón. Lo peor es que se piensa muchas veces que se sirve a Dios haciéndole reinar en la sociedad sin pasar por las almas" (M. Blondel, Carnets Intimes..., II, 23, Attente du Concile).
Lo católico y lo hispánico no pueden seguir viviendo ni en unión hipostática ni en hipostática rebelión. Uno y otro se han transferido glorias y desgracias, pecados y virtudes. Por ello han de asumir el futuro en una lúcida diferencia y generosa colaboración. Como nadie formuló Ortega, en 1927, el problema y la tarea: "... el catolicismo español está pagando deudas que no son suyas, sino del catolicismo español. Nunca he comprendido cómo falta en España un núcleo de católicos entusiastas resuelto a libertar el catolicismo de todas las protuberancias, lacras y rémoras exclusivamente españolas que en aquél se han alojado y deforman su claro perfil. Ese núcleo de católicos podría dar cima a una doble y magnífica empresa: la depuración fecunda del catolicismo y la perfección de España. Pues tal y como hoy están las cosas, mutuamente se dañan: el catolicismo va lastrado con los vicios españoles y, viceversa, los vicios españoles se amparan y fortifican con frecuencia tras una máscara insincera de catolicismo" (Obras, III, 518).
Olegario González de Cardedal es teólogo y catedrático en la Universidad de Salamanca.
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