Manual de jardinería
Hay una publicación española que anuncia estos días (lo hace todo el año) su Manual de jardinería: "Y exija con este número nuestro manual de jardinería". "Adjuntamos gratis nuestro manual de jardinería". "No debe perderse nuestro manual de jardinería". Crispados como andamos con la cosa electoral, y llenos de tiranteces, primero me pareció un poco pueril lo de la jardinería y el manual (aunque es cribo con vistas a mi jardín a plazos), pero luego lo he pensado más deprisa (las revelaciones son siempre fulminantes). Mis querdos colegas, poniéndose tan pesa dos con su manual de jardinería, están entre Voltaire y la jornada de reflexión. ¿Nos invitan a reflexionar sobre el voto o a cultivar volterianamente nuestro jardín, absteniéndonos?Si uno, en vez de votar, se queda cultivando su jardín vestido de Voltaire o de jardinero, se expone a que la Historia, que monta casi siempre el caballo de Atila (o el caballo monta sobre Atila, viene a ser lo mismo), entre un día en el jardín y le corte todas las rosas de Ronsard antes de que el dueño ni Atila ni el caballo hayan tenido tiempo de leer a Ronsard. Y esto no es -o no es sólo- una reflexión para paleocapitalistas con jardín, ya que hoy todas nuestras clases medias tienen su parcelita y no "se la van a quitar los rojos", como bien avisaba aquí el señorito el domingo. Veo (ahora los críticos dicen visionar o visualizar, ¿por qué?) la película Después del amor, de Alan Parker, que está en el último filón de Hollywood, descubierto por Kramer contra Kramer: eternos problemas matrimoniales de amor / sexo con la novedad actualísima de la sinceridad total, última ética burguesa que viene a sustituir la religión por el psicodrama.
Más los niños en común y los que aporta cada cónyuge, de matrimonios / divorcios anteriores, tallados ya por una educación sexual exhaustiva y que desde los seis años piden a los proigenitores cuenta de sus copulaciones intra / extramatrimoniales. La consecuencia que saca el espectador español de todo este cine sociológico es que los matrimonios yanquis, siempre de clase media (aunque Sartre dijo que en USA no hay burguesía), pese a tener tanto jardín, ellos y sus nuevas fronteras sentimentales de ambos sexos, tampoco son felices. Esto desautoriza a los salvadores profesionales de la familia, que es siempre conflictiva en todas partes, pero no corre ningún peligro, como bien sabían Levi-Strauss y demás estructuralistas, y que sólo se desagrega para crear una nueva familia. Mejor, pues, que El cañón giratorio, de Fraga, o El origen de la familia, de Engels, o el magnífico libro de César Alonso de los Ríos sobre Felipe González, leamos en estas jornadas de reflexión (llevamos reflexionando desde que Calvo-Sotelo se tiró del patín en Ribadeo, para anunciar elecciones, y sólo nos interrumpimos cortésmente cuando pasa el golpe), leamos, digo, un manual de jardinería.
El gran poeta Luis Rosales declaraba hace poco, antes de recibir el premio Cervantes, que el sueño de toda la vida, al fin logrado, era su jardín de Cercedilla. Me parece la trayectoria cabal, no ya de un clásico español, sino de cualquier español clásico: el Imperio, Cervantes, el Barroco, la pintura, otra vez Cervantes, Cercedilla (que ferroviariamente sólo es un apeadero). El desove familiar está asegurado en España y, en cuanto al jardín o la parcela, hay muy buenos manuales de jardinería.
Los políticos exageran el peligro -qué peligro- para poder salvarnos de algo. Han nacido salvavidas, como los bañeros. Angela Molina se lo decía ayer a los fotógrafos, cuando le pedían más gestos: "Los gestos, para los políticos". El mejor manual para votar es un Manual de jardinería.
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