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Entender a Fraga

Con los políticos ocurre como con los no políticos: no siempre hemos de creer en lo que dicen. De hecho, todos decimos fundamentalmente a expensas de palabras, frases, períodos y discursos, y, con todo ello, como se sabe, se facilita la posibilidad de mentir. Ya lo advirtió Voltaire: "El lenguaje se ha hecho para mentir", de manera que no trato de descubrir nada nuevo. Tolstoi pensaba prácticamente lo mismo, aunque añadía alguna cosa, y a su protagonista -un caballo- de Historia de un caballo le hace decir que, mientras la actividad de los hombres está guiada por las palabras y pueden mentir, la de ellos, los caballos, lo está por la acción, con lo que la mentira, e incluso el autoengaño, resultan imposibles.Ahora bien, hay políticos, y no políticos, a los que se les puede creer, bien porque no quieren mentir, bien porque no pueden mentir. Los primeros son sujetos de contextura moral tal que, en la práctica, han de decir verdad (su verdad, claro está). Los segundos, tipológicamente viscerales, cuasi zoológicos en su contextura intelectual e incluso somática, al convertir- la palabra, que evidentemente poseen, en atropellada onomatopeya, es decir, en puñetazos, carecen de la posibilidad de mentir. No mienten por ninguna otra razón que por pura incapacidad.

Tengo para mí que el señor Fraga pertenece a estos últimos. La ventaja que posee esta extrema simplicidad de que está dotado, que le incapacita para mentir, es el saber a qué atenernos para con él, la improbabilidad de errar si tomamos en serio cuanto grita, por la simple: razón de que equivale, ce por be, a lo que siente.

En su incapacidad para mentir, el señor Fraga nos ha dicho hace unos días que hay que entender a los golpistas. Grave es la sinonimia por él utilizada al decir literalmente "hay que entender a los militares", pero, en todo caso, que sean los militares quienes le exijan matizaciones. Ya hemos de considerarnos satisfechos de que, tras duro esfuerzo, se haya logrado que condene el golpismo, después de usar de eufemismos tales como lamentable para adjetivar esa cosa, que debe parecerle venial, que es un intento de golpe de Estado (estos golpes de Estado, por supuesto).

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Todos los actos son inteligibles

Entender, lo que se dice entender, entendemos el golpismo. No tiene dificultad alguna ni exige desmesurado talento, como parece creer el señor Fraga. El señor Fraga debe saber que no existen actos gratuitos e ininteligibles; que todo el mundo, cuando hace algo, desde darle un beso a su padre hasta asesinarlo, desde asesinar rematando en camilla ad usum etarra a comulgar un primer viernes, desde rezar a la Virgen Santísima o violar a

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Carlos Castilla del Pino es médico psiquiatra.

Entender a Fraga

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una anciana o a una niña recién nacida, todo, absolutamente todo, es inteligible. Incluso la locura tiene su lógica, y cuando alguien delira imaginándose Jesucristo, Napoleón, e incluso Fraga (porque hay gente pa to, como decía el Guerra), puede inteligirse su personal disparate desde la desdicha que para él supone el no ser ni uno, ni otro, ni otro de verdad. Puestos a entender, entendemos incluso a esos dos campeones de la inepcia que se denominan Calvo Sotelo y Oliart, que en su franciscana magnanimidad permiten que el golpista-jefe Milans reciba durante cuatro horas en su suite a otro coronel golpista, mientras para hablar con un fumador de porros o un ladrón de una gallina, en cualquiera de nuestras cárceles, se dispone espesa celosía separadora, amén de un ojo y oído vigilantes pertenecientes al funcionario de turno.

Es fácil entender al golpista. Se es golpista cuando no-se-puede-ser, esto es, cuando se es nada en una situación de -digámoslo así, para entendernos- libertad. El golpista requiere situaciones en las que nada se oponga a que se identifique la patria con el solar especulado por él, en donde el latrocinio feroz pase por genialidad financiera, en la que el cohecho sustituya a la justicia, donde la mediocridad intelectual, a veces incluso la descarnada oligofrenia, pueda ser tomada por excepcional talento, y así sucesivamente. Entendemos el golpismo desde la mala fe, no desde la equivocación. Y por eso al golpista hay que exigirle que se entienda a sí mismo, que se resigne con esta situación, para ellos perjudicial porque obstaculiza sus agostos, y en la que, entre otras cosas, hemos conseguido, también para ellos, la seguridad de sus vidas, hagan lo que hagan.

Jaime García Añoveros recordaba hace algunos días que los discursos de Fraga usan de argumentos idénticos a los de los golpistas. Lo que le diferencia es que los utiliza desde la institución y aspira a convertir en ley aprobada en pleno el la calle es mía o -aunándose a Campsa y Tabacalera- el monopolio de, la violencia. Por eso, entender a Fraga no resulta difícil. Hagan un mínimo esfuerzo imaginativo y verán un tejero de paisano.

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