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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La aproximación de China y la URSS

LA INICIACIÓN de una serie, que puede ser larga, de conversaciones entre China y la Unión Soviética inquieta a los expertos militares y políticos: están obligados a calcular la posibilidad de que los dos países reconstruyen poco a poco la unidad que tuvieron antes de la "disputa idecológica". Una posibilidad todavía lejana, pero ahora en el campo de lo posible. Evidentemente, ya la razón ideológica no existe. China no puede pedir cuentas a la Unión Soviética por el abandono de la línea ortodoxa de Stalin; ella misma está muy lejos de aquella línea y va cambiando velozmente de piel, abandonando hasta a Mao, depurando sus izquierdismos y asumiendo otras formas de régimen. Quedan problemas graves: los problemas reales de la ruptura. Los antiguos problemas de las fronteras y de los territorios de propiedad dudosa, y hasta los antiguos resentimientos por las contrapartidas que en los tiempos revolucionarios exigió la URSS -el mismo Stalin- a China por su ayuda; incluso las ayudas que Moscú prestó a Chiang Kai-chek cuando creía que podía ganar la guerra civil. Hay también motivos muy actuales de diferencias: la intervención soviética en Afganistán, la actuación de Vietnam en Camboya y su influencia en la península indochina. Y una acumulación de resentimientos, reclamaciones, enemistades que se han formado en estos diez años, y que han conducido a China a una verdadera histeria antisoviética: a las seguridades de que la URSS iba a desencadenar la tercera guerra mundial y que China sería su primera víctima. Muchos sinólogos creen que la inclinación de Pekín hacia Washington, que empezó a cuajar en la época de Nixon y se ha ido profundizando, y hasta la decisión de sumarse a todos los movimientos antisoviéticos del mundo, incluso los más anticomunistas y contrarrevolucionarios, no ha obedecido nunca a más política que el miedo a la URSS.No es fácil saber qué mueve ahora a China a iniciar la tanda de conversaciones que pretenden la normalización de su relación con la URSS. La explicación de que se trata de buscar una alternativa a la amistad con Washington, la de amenazar con una inversión de alianzaso la de responder al alejamiento de Reagan es demasiado sencilla. Reagan, en efecto, pertenece a un conservadurismo arcaico y fanático en el que penetra difícilmente el pragmatismo y la amoralidad que presiden la actualidad política mundial, aunque el Senado y los poderesfáctilcos lo vayan moderando. Procede de la época en la que el miedo de Estados Unidos a China era aún superior al que sentía por la URS S; un miedo de piel, de raza, mágico, no muy distinto del que China siente todavía por la URSS. Es de la época en que la disputa llamada ideológica entre la URSS y China se comentaba en Washington con la frase "esto significa que tenemos dos enemigos en lugar de uno, pero nada más". Y de la época, más reciente, en el que el relativo abandono de Taiwan. Estados Unidos era considerado en los círculos conservadores americanos como una traición de los rojos en la Casa Blanca. Su decisión de rearmar y de fortalecer económicamente a Taiwan lo prueba. Pero tampoco parece suficiente motivo para que China dé la vuelta a sus acusaciones contra Moscú. Y es curioso que ni siquiera con la presencia ya de la delegación soviética en Pekín -presidida por el viceministro de Asuntos Exteriores, Leónidas F. Ilyichev hayan desaparecido los ataques diarios a la URSS en la Prensa china, y Hua Guofeng, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, ha reemprendido las mismas acusaciones de hegemonismo y ambición mundial, aunque no ha ahorrado tampoco reproches a Estados Unidos por su política en Líbano.

Lo que parece más probable es que la nueva postura política nacional e internacional china esté tratando de depurarse de sus viejos fantasmas y de ocupar una posición más independiente en el mundo: como si quisiera que, al igual que otros países, la relación con Estados Unidos no le impidiera la relación normal con la URSS, comenzando por allanar los obstáculos más inmediatos: la presencia soviética en Mongolia, la acumulación de armamentos en las fronteras soviéticas con China.

Deshacer todos los nudos hechos puede costar mucho tiempo y mucho trabajo, aunque se está viendo con qué desparpajo y eficacia China se está deshaciendo de otros lazos interiores y exteriores. Pero aunque sea sólo una eventualidad, es algo que inquieta profundamente en Estados Unidos. Parte de la estrategia global está siendo hecha con arreglo a la situación actual. Bastaría con que Chiría obtuviera la retirada de tropas y armamento de sus fronteras para que la OTAN temiese un desequilibrio serio en Europa; bastaría con que Moscú sintiese que no hay una amenaza china para que tuviera una nueva actitud más dura en el resto del mundo. Un respiro proffindo, una recuperación de parte del aliento perdido. Y si China se inclinase hacia ciertos revolucionarismos mundiales, incluso hacia el mundo islámico, para obtener algunos beneficios a cambio -petróleo, materias primas-, toda la construcción de Reagan se vendría abajo.

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No son más que eventualidades. Estados Unidos tiene capacidad y fuerza económica y política suficiente para alterar la situación, o para equilibrarla; no parece, en cambio, que Reagan tenga la plasticidad necesaria para verlo así y actuar en consecuencia. La aceptación de que la crisis de odio entre China y la URSS puede terminar algún día por una simple relación normal es algo clue debe entrar en los cálculos de Occidente, aunque sea para el futuro. Y puede, o debe, alterar toda la ideación política, económica y militar del mundo. Lo previsible, por el momento, es que estas negociaciones se alarguen, sufran colapsos, se suspendan, se vuelvan a reanudar... Pero a largo plazo habrá que contar con otro tipo de solución.

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