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Espiar al espía

Detrás de la CIA y del FBI se oculta la más importante y desconocida agencia de inteligencia norteamericana: la NSA, cuyos secretos desvela ahora por vez primera un libro de reciente aparición.

A juzgar por el simple volumen de operaciones, el agente de inteligencia más importante de Estados Unidos es un general de división de las fuerzas aéreas llamado Lincoln Faurer, director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Es la NSA de Faurer y no la CIA quien posee y opera el grueso de los sistemas de recogida de material de inteligencia norteamericanos: desde los satélites Aquacade, en órbita a 35.000 kilómetros sobre el océano Indico, hasta los masivos bosques de antenas situados en las colinas de Virginia occidental. El conjunto total de comunicaciones interceptadas y descifradas por la NSA le supone al Gobierno norteamericano su fuente principal de información secreta. Newsweek ha averiguado, por ejemplo, que durante la guerra de las Malvinas, la NSA descifró el código secreto argentino, haciendo así posible pasar información crucial a los británicos sobre la situación de las fuerzas argentinas.A pesar de toda su influencia, la NSA sigue siendo la menos conocida de todas las agencias de inteligencia. Para la mayoría de los norteamericanos, la Agencia de Seguridad Nacional no existe o se la confunde borrosamente con el Consejo Nacional de Seguridad. Esto es lo que persigue la NSA, ya que el éxito en el espionaje depende de la ingenua suposición del espiado de que nadie le está siguiendo. Pero tal situación está a punto de cambiar con la publicación de un nuevo libro, The puzzle palace (Houghton Mifflin), del que es autor el abogado de Massachusetts James Bamford. Este, que tiene 35 años, desvela minuciosamente la organización e instalaciones de la "agencia norteamericana más secreta", una red mundial de satélites, puestos de escucha, ordenadores y antenas que, según deja ver Bamford, pueden interceptar prácticamente cualquier teletipo, telegrama o conversación telefónica internacional.

Fuentes bien informadas afirman que el libro de Bamford está lleno de errores que, sin duda, permitirán a la NSA denunciarlo como "enormemente falseado" o "tremendamente exagerado". No obstante, Bamford ha trazado un cuadro fascinante de la masiva agencia que controla la mayor parte del presupuesto norteamericano destinado a los servicios de inteligencia, que pronto contará con más terreno en su cuartel central de Fort Meade, en Maryland, que cualquier otra agencia norteamericana, con la excepción del Pentágono, y que produce cuarenta toneladas de material clasificado al día.

Aunque no lo menciona en su libro, Bamford trabajó en cierta época en las oficinas del departamento encargado de la seguridad naval, que opera muchos de los puestos de escucha de la NSA, y también actuó como informador del Comité de Inteligencia del Senado durante sus investigaciones sobre las actividades del espionaje sobre los propios norteamericanos. Insiste en que en su libro no hay nada que provenga de su antigua asociación con la NSA y que no contiene información secreta. Pero el Gobierno ha reclasificado posteriormente parte de la información, y el Departamento de Justicia le ha advertido a Bamford que "no debe publicar o comunicar esa información" que, según el departamento, circuló erróneamente. . Bamford insiste en que el Gobierno no puede cambiar la clasificación de los documentos, pero un nuevo decreto que entró en efecto el 1 de agosto señala que el Gobierno tiene capacidad para hacerlo. La polémica no es baladí. La pena máxima por la publicación de información clasificada como secreta sobre los servicios secretos de comunicaciones es una multa de 10.000 dólares y diez años de cárcel.

Esté o no clasificada como secreta, Bamford encontró gran parte de su información olvidada en los estantes de algunas bibliotecas. Según él, realizó su primer descubrimiento importante mientras revisaba unos papeles en la Fundación de Investigación George C. Marshall, en Lexington (Virginia), y se tropezó con una copia de un boletín no clasificado como secreto de la NSA para "empleados. de la NSA y sus familias". Bamford argumentó con éxito que si los familiares de los empleados de la NSA podían leer el boletín, también podía leerlo él: "Tengo el mismo derecho que el primo de quien sea", dice. Y la agencia le permitió examinar más de 6.000 páginas del boletín a partir de 1952. A pesar de que se había íaminado toda información de da, los censores no habían te mucho cuidado, y detalles de cias aparentemente inofensiv habían conducido a importa descubrimientos. Una esquel un empleado de la NSA, por ej plo, decía que había estado d nado en cierta época en Yak en el Estado -de Washingtor que puso a Bamford en alert2 bre la existencia de un complej escucha de la NSA oculto en 1 mensidad de un campo de tir Ejército. Cuando sus relaci con la NSA se pusieron ten Bamford acudió a otras fue Expurgó má -S archivos del Go no y habló con varios antik agentes de la NSA, entre ello antiguo director, el general de

sión Marshall Carter.Despliegue de ordenadoEl libro de Bainford desc por primera vez, de manera d llada, el plano y la organiza del enorme complejo de la NS Fort Meade. El centro vital complejo es una torre de n plantas, donde están las ofic centrales, rodeada del edifici operaciones, de tres plantas.

es donde, según Bamford, se d rrolla el auténtico trabajo de pionaje electrónico. En el sé se esconde un impresionante pliegue de ordenadores, inclu las dos redes principales de o nadores Ramadas en clave C Bón e Imán. Otro complejo vit la NSA es el centro de comunicaciones, en donde se reciben las señales de los puestos de escucha, que son recogidas por dos enormes antenas parabólicas ocultas en un bosque próximo: "Tras una sólida puerta gris de acero cubierta de avisos y controlada por una cerradura de seguridad", dice Bamford en su libro, "hilera tras hilera de máquinas misteriosas descargan los secretos del mundo en papel carbón con seis copias de diversos colores".

Trabajos sucios

El éxito de la NSA en el descifrado de claves constituye uno de los secretos más celosamente guardados, y Bamford no da información nueva alguna sobre el tema. Fuentes informadas afirman que Estados Unidos no ha conseguido descifrar ningún mensaje importante soviético en clave desde finales de los años cuarenta, cuando el descifrado del código de la KGB condujo al FBI a Julius y Ethel Rosenberg y a otros cuantos espías soviéticos. Hoy, los ordenadores pueden generar claves al azar que otros ordenadores no pueden descifrar, aunque la calidad varía bastante. El continuo miedo de la NSA es que un país cambie de un código simple a otro más complejo, pero irónicamente los reveses de la agencia son a veces producto de sus triunfos. Las noticias en la Prensa británica y norteamericana sobre los movimientos de tropas argentinas, por ejemplo, alertaron a los argentinos sobre el desciframiento de su clave, de manera que están actualmente cambiando a un sistema cifrado más sofisticado.

Si una nación adopta uno de los sistemas de clave virtualmente indescifrables que existen actualmente, la NSA tiene que acudir a la CIA o al FBI para que realicen un trabajo sucio: penetrar en los cuarteles del servicio enemigo para robar su código. En la década de los sesenta, la CIA reclutó a un agente de inteligencia francesa en Washington para que hiciera la vista gorda mientras el FBI penetraba en la embajada, robaba, copiaba y devolvía las cintas magnéticas que encerraban la clave del código diplomático francés.

Los ordenadores de la NSA realizan otra serie de operaciones además de descifrar códigos. Pueden escudriñar los cables interceptados a alta velocidad en busca de palabras clave que indican que se trata de un mensaje de interés para los servicios de inteligencia. También llevan a cabo análisis de tráfico, que consiste en cribar grandes cantidades de mensajes en clave en busca de un sistema que revele un cambio en el despliegue de las fuerzas militares de otro país.

Equipos de escucha

Según fuentes oficiales, trabajan para la NSA más de 10.000 civiles, aunque, tal como señala Bamford, este número se ve reforzado por casi 45.000 marines y soldados de los ejércitos de tierra, mar y aire que operan los puestos de escucha desde Sabana Seca, en Puerto Rico, a Edzell, en Esococia, y desde Okinawa a Creta. Es difícil precisar el número exacto de puestos de escucha, ya que éstos se abren y se cierran continuamente, dependiendo de los cambios en la política exterior norteamericana. Los dos emplazamientos Tacksman en la frontera iraní que controlaban las pruebas de misiles soviéticos han seguido el camino del sha, aunque han sido sustituidas por una base altamente secreta en las lejanas montañas de China occidental. Y aunque la Armada ya no opera con su flota de barcos espía, como el desventurado Pueblo, capturado por los norcoreanos en 1968, y el Liberty, atacado por los israelíes en 1967, se están instalando secretamente en nuevos barcos de guerra equipos de escucha. Un sistema de rastreo conocido como fuera borda clásico, instalado en los últimos destructores de la Armada, por ejemplo, se ha empleado en el golfo de Fonseca, en El Salvador, para localizar los puestos de mando de la guerrilla.

El descubrimiento más sorprendente de Bamford es el emplazamiento de una estación del departamento de seguridad de la Armada en Sugar Grove, en el Estado de Virginia occidental. En medio de estas tranquilas colinas, dice en su libro, se alza un "despliegue espectacular de antenas de diferentes tamaños, desde diez metros de diámetro a una enorme antena parabólica de 45 metros".

Esta instalación, señala, se encuentra a 96 kilómetros de una estación de Comsat, "por la cual pasa más de la mitad de las comunicaciones vía satélite internacionales que entran y salen de Estados Unidos todos los días". Bamford postula que las antenas de Sugar Grove "deben tener capacidad para captar cualquier murmullo dirigido a la estación terrestre.

Amenaza a la intimidad

Fuentes informadas rechazan de plano las suposiciones de Bamford de que la NSA está escuchando todas las llamadas telefónicas, telegramas y teletipos del extranjero. Dicen que las antenas parabólicas están situadas en Sugar Grove y en Yakima porque la ausencia de interferencias electrónicas les permite captar las señales débiles emitidas por los satélites soviéticos instalados en el espacio lejano. Además, según cierta fuente, la NSA no tiene ni el tiempo ni el personal necesario para escuchar todas las comunicaciones por satélite.

La amenaza que la NSA representa a la intimidad de los norteamericanos no es tan seria como asegura Bamford. Antes de que la NSA pueda controlar las comunicaciones de un ciudadano de Estados Unidos en su país tiene que conseguir una autorización del juez, y antes de poder controlar las comunicaciones de un norteamericano en el extranjero tiene que conseguir permiso del fiscal federal, quien tiene, primero, que determinar si existe "un motivo razonable para creer" que el ciudadano norteamericano sea agente de una potencia extranjera. En las décadas de 1960 y 1970, cuando la NSA espió las llamadas y cables del extranjero de activistas norteamericanos contra la guerra, tales como Jane Fonda y Tom Hayden, no estaba vigente ninguna de estas dos normas.

Se pueden encontrar otros defectos más importantes a la NSA que el del hermano mayor, que nos vigila a todos, pero Bamford no los trata en absoluto. Quizá el más fácil sea el desequilibrio entre recogida y análisis de datos, problema que tiene su origen en los días de Pearl Harbor, cuando Estados fue sorprendido a pesar de haber descifrado el código japonés. Un antiguo director de la NSA, el almirante Bobby R. Inman, ha reconocido que "ha habido una importante reducción de personal para pagar los sistemas de recogida de información, y consecuentemente la NSA es en ocasiones responsable de "fracasos de inteligencia" de los que culpa a la CIA.

Otro aspecto en el que la NSA resulta vulnerable a las críticas es el exceso de celo en los objetivos soviéticos a expensas del resto del mundo. "En una Nicaragua o en un El Salvador", dice el mismo oficial del Pentágono, "no se está obteniendo la información rutinaria que se debería para poder contar con una base de información secreta adecuada que explotar". Este sesgo soviético se debe en parte a las necesidades de verificar los acuerdos SALT; hubo que desplegar una serie completa de satélites para controlar la telemetría de las pruebas de misiles soviéticos. Pero los soviéticos se enteraron de las posibilidades de uno de los satélites, el Rhyolite, gracias a los espías, posteriormente encarcelados, Christopher Boyce y Andrew Daulton Lee, y rápidamente empezaron a emplear transmisiones de baja potencia que no podía captar el satélite.

Ni siquiera los más acérrimos defensores de la NSA sostienen que la relación coste-efectividad de la agencia sea buena. Protegida de la vista del público como ninguna otra agencia norteamericana, la NSA recibe sin duda más pastel del que le corresponde, y los contratos secretos que concede, sin una subasta pública, dan como resultado un gasto no justificado. Quizá lo único que resultaría aún más antieconómico sería abrir la secretísima agencia a una inspección pública, poniendo con ello en peligro un equipo de escucha valorado en miles de millones de dólares. Aparte de eso, el libro de Bamford, con defectos, aunque bastante revelador, le dará al público la única posibilidad de ver con preocupación las orejas con que EE UU escucha al mundo.

Copyright Newsweek, 1982.

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