Sharon- Josué /y 2
Es sorprendente hasta qué punto mientras para infinidad de cosas suele alegarse que los tiempos han cambiado -incluso refiriéndose al fugaz espacio de una generación-, en cambio para determinadas alegaciones de derechos no se diría sino que todo parece que fue ayer. Y no han faltado, ciertamente, aquí tampoco argumentadores -entre ellos el propio Sharon- que se remitan, por fundamento del derecho de Israel al dominio de Palestina, Cisjordania incluida, a la posesión del territorio por parte de los judíos hasta la drástica intervención de Tito, hace hoy 1.912 años, con la subsiguiente diáspora.Sharon mismo parece referirse concretamente a aquellas fechas al mentar la Cisjordania precisamente con los nombres de Judea y Samaria, que son los de las provincias que la administración romana estableció sobre los núclos centrales de los antiguos reinos bíblicos de Judá y de Israel. Estas alegaciones históricas no por frecuentes dejan de ser un puro juego delirante por el que ya se mostró aficionada la Italia del imperio fascista, en la que según unos célebres mapas comparativos, en piedra blanca y negra, que se instalaron entonces justamente en la Vía de Impero, que unía Piazza Venezia con el Colosseo, los italianos se consideraban -o eran considerados- descendientes directos de los romanos y restauradores de su imperio, no menos de lo que más tarde, en la inaudita conmemoración del tercer milenario de Ciro -"peer en botija para que retumbe" se llama a eso en España-, el difunto sha de Irán, Reza Pahlevi, se hacía sucesor evidente de los aqueménidas.
Delirio histórico
No habría mayor locura en que los palestinos de hoy se tuviesen por descendientes de los filisteos de Goliat, de quienes, de hecho, han heredado el nombre (palestinos viene de philistim, filisteos, como púnicos se ha sacado de phoenices, fenicios), que en la de que los israelíes de hoy se consideren descendientes de los judíos de los dos antiguos reinos.
Pero este delirio histórico (esgrimido por argumento válido en lugar de aceptar, modesta y razonablemente que por mucho que haya sido una injusticia originaria contra los palestinos la fundación del actual Estado de Israel, en cualquier caso, al cabo de tres decenios, ha dado lugar a una situación de hecho que hoy no sería ya sino una nueva injusticia deshacer echando a los judíos al mar, como decían los palestinos) no les conviene mucho, por otra parte, a los judíos, pues quien se agarra a cosas de hace dos milenios se expone a tener que aceptar del mismo modo hechos de hace tres y medio. Metidos en delirios, delirio por delirio. No hay razón para que uno valga más que otro.
Quien esgrime hoy lo que se cuenta en la historia de Flavio Josefo y se identifica con los sujetos que hubieron de padecer aquellos tristes hechos mal puede rechazar que alguien le responda con los que narra el Libro de Josué, reclamándole que también se identifique, por idéntico delirio, con los conquistadores de Canaán.
La ley de guerra de Moisés
Así pues, si Flavio Josefo nos cuenta cómo hace dos milenios los judíos perdieron la posesión de Palestina por la saña de las armas de Roma (aunque ya estaban bajo su protectorado, como antes bajo el de los alejandrinos), el Libro de Josué nos cuenta, a su vez, de qué manera, menos de otros 2.000 años antes, habían entrado los judíos en posesión de aquella tierra, siendo Josué el sucesor de Moisés "delante de Israel" y ejecutor del mandato recibido por éste de Yavé, que es el siguiente:
"Cuando te acercares a una ciudad para combatirla, le intimarás la paz, y si te respondiere y le abrieres, todo el pueblo que en ella fuere hallado te será tributario; mas si no hiciere paz contigo y te ofreciere resistencia, luego que Yavé, tu Dios, la entregare en tus manos, a todos sus varones pasarás al filo de la espada. Solamente las mujeres, los niños y los animales que hubiere en la ciudad los tomarás para ti, junto con todos sus bienes, y comerás de los bienes de tus enemigos, qué Yavé te ha entregado. Así harás con todas las ciudades que estuvieren lejos de ti que no fueren las ciudades de los pueblos que Yavé, tu Dios, te da por heredad. De éstos, a ninguna persona viviente dejarás con vida, sino que del todo los exterminarás: al jateo, al amorreo, al cananeo, al fereceo, al heveo y al jebuseo, como Yavé, tu Dios, te manda".
Tal es la ley de guerra de Moisés, a quien le fue dado cumplirla únicamente al este del Jordán; por lo que atañe al oeste de este río, a Canaán o Palestina en sentido estricto, hubo de ser Josué el ejecutor del mandato de Yavé. En Jericó, la primera de las ciudades asaltadas en Cisjordania (y, según los arqueólogos, la ciudad más antigua del mundo hoy conocida, que tendría ya por entonces más de 3.000 años), no sólo pasó a cuchillo a hombres, mujeres y niños, sino a toda suerte de animales domésticos. Así siguió Josué por las ciudades de Canaán, matando unas veces "todo cuanto había con vida", y otras reservando a los animales domésticos para provecho del pueblo de Israel.
Las manifestaciones en Israel
También nosotros podríamos ahora reservamos algunos episodios del Libro de Josué para aplicarlos -siempre, naturalmente, en plan delirio- a los hechos de hoy. Así, cuando en un primer asalto a Hai -y por castigo de Yavé por que un tal Aján, de la tribu de Judá, había prevaricado contra el anatema a que había sido dado Jericó, guardándose de sus despojos un manto, unas monedas y un lingote -de oro-, los judíos, que podían poner en línea un ejército de hasta 40.000 guerreros, sufrieron un revés en el que perdieron 36 hombres, Josué se lamentó amargamente ante Yavé Sabahoz por la derrota y, descubierta la prevaricación, Aján fue lapidado con toda su familia y quemados los cadáveres con su tienda, sus bestias y sus bienes.
Se ha dicho que las manifestaciones más grandes contra la actual guerra de Líbano han sido en el propio Israel, pero la queja era, al parecer, primordialmente por el excesivo número de muertos israelíes, que, si no me equivoco, no habiendo alcanzado todavía la cifra de trescientos en los dos primeros meses de campaña ya había rebasado, sin embargo, la de las muertes producidas entre los israelíes por la OLP durante quince años (dato que, a efectos de comparación y a falta de otra más directa, puede complementarse con el de que sólo en Beirut el cómputo de los muertos militares y civiles, tras la retirada de los combatientes palestinos, es de 6.775).
Volviendo al Libro de Josué, cuando los de Gabaón, en nombre de todos los heveos, le urden a Josué el pequeño engaño de fingirse forasteros de Canaán (engaño gracias al cual, comprometiendo a los judíos por juramento, se librarán del exterminio, aunque quedando para siempre, una vez desenmascarados, bajo la servidumbre de Israel como leñadores y aguadores), hay un primer momento de sospecha por parte de los judíos en el que arguyen así a los gabaonitas: "Tal vez vosotros habitáis en medio de nosotros (nótese aquí que los judíos eran los invasores y los heveos los antiguos residentes), ¿cómo, pues, podrá haber alianza entre nosotros y vosotros?"; lo que, siguiendo siempre en clave de delirio, también podría aplicarse al día de hoy.
La operación 'Paz en Galdea'
La operación militar israelí en Líbano ha recibido, por cierto, el paradójico nombre de Paz en Galilea. Paz para los israelíes y entre ellos mismos. Sería ahora un sarcasmo harto barato por mi parte decir aquí que también los jeteos, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebaseos debían de ser probablemente terroristas; pero sí que diré que en cualquier caso el Sabahoz ha sido, es y será el numen terrorista en arquetipo, paradigma de la soberbia de la fuerza cuando se encarna como identidad de un pueblo, ya sea éste semítico o latino, germánico o mongol.
Que la paz verdaderamente digna de este nombre no es, al modo de la Paz en Galilea, paz entre iguales -pues la igualdad, la identidad, sólo se- determina como complicidad respecto de un tercero y contra él-, sino la paz que se hace entre los diferentes, nos lo enseñó Isaías cuando una vez que Yavé no lo miraba atribuyó a inspiración de su inmortal señor palabras que no eran sino un suspiro que le subía a los labios desde sus propias entrañas de mortal, ya que los hombres son, con todo, siempre mejores que sus dioses, dejándonos la que sigue siendo la más alta imagen de la paz que se haya escrito hasta hoy: "Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará junto al cabrito; el becerro, el cachorro de león y el borriquillo andarán en compañía y un niño chico los pastoreará; la vaca y la osa pacerán juntas, y juntas cuidarán a sus criaturas, y el león, con el buey, comerá paja; el niño de pecho escarbará en la hura de la víbora, y el recién nacido meterá la mano en la madriguera del alacrán; nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento de Yavé, como henchida de agua está la mar".
Alguien, sin duda, tendrá que perder algo de su condición, que alterar algún rasgo de su estirpe, que hacer traición a su propia identidad -ese siniestro ídolo cuyo culto suplanta hoy a toda moral de perfección-, que reprimír un timbre que tal vez considere incluso el más honroso de ella; así el león -¿el león de Judá? tendrá que hacerse, al parecer, herbívoro por amor del antílope, la cebra y la gacela.
Encadenamiento de responsabilidades
Post scripturn. Por el mismísimo encadenamiento de responsabilidades por el que ahora los mandos norteamericanos hacen a los mandos israelíes responsables indirectos de la matanza in discriminada por parte de los falangistas libaneses en los campamentos palestinos de Sabra y de Chatila -matanza que, por lo demás, los propios israelíes se han apresurado a condenar-, por ese mismísimo encadenamiento, digo, puede hacerse, a su vez, a los mandos norteamericanos responsables indirectos de la matanza no menos indiscriminada por parte de los bombarderos de Sharon y Beguin entre los habitantes de Beirut -matanza que, por lo demás, tampoco los mandos norteamericanos dejaron de apresurarse a condenar.
No sé si hay más cinismo o más hipocresía en esta alegación encadenada de cada mandante sobre que el mandatario se le ha ido de las manos. Recuerda esto la imagen literaria o cinematográfica del boss del gang diciendo: "Ya sabe usted cuánto me desagradan, por mí parte, los modales rudos, pero no siempre me es dado impedir que mis muchachos puedan ponerse algo nerviosos".
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