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El futuro de la colonia británica de Hong Kong, eje de la gira asiática de Margaret Thatcher

Andrés Ortega

Por vez primera, un jefe de Gobierno británico visitará la colonia de Hong Kong. Comenzaba a ser urgente. El tratado de arrendamiento, que cubre un 90% del territorio que controla el Reino Unido, expira en 1997. Este será el eje central del viaje oficial que emprendió ayer Margaret Thatcher al Extremo Oriente -Hong Kong, Japón, China y la India-, de dos semanas de duración. El tema Hong Kong ha dado lugar a una conspiración de silencio, tanto por parte del Gobierno chino como del británico, pues hasta el momento han preferido no pronunciarse en público.

El Reino Unido goza en principio indefinidamente de la soberanía de la isla de Hong Kong -el corazón de la colonia- desde 1842. Pero, para su aeropuerto, agua, centrales eléctricas y tierras cultivables, la colonia depende de los llamados "nuevos territorios", que China accedió a arrendar al Reino Unido en 1898 por 99 años. Sin ellos, la colonia no sería viable. Sin embargo, ni siquiera en los peores momentos del enfrentamiento de la República Popular China con el mundo occidental, planteó el Gobierno de Pekín la total recuperación de la colonia británica.En los 1.060 kilómetros cuadrados que controlan los británicos, se apiñan 5,2 millones de habitantes, de los cuales sólo unos 22.000 son plenamente británicos, al menos cuando entre en vigor el próximo 1 de enero la nueva ley de nacionalidad. La incertidumbre del futuro del territorio está comenzando a plantear problemas financieros. Los bancos ya sólo prestan a las industrias locales a plazos de catorce años, que se irán reduciendo con el tiempo. El mercado local de valores se siente inseguro. Cualquier gesto brusco por parte de Londres podría derrumbarlo.

Tanto Pekín como Londres comparten el interés en lograr un statu quo. China, en 1981, exportó bienes a Hong Kong por valor de 3.000 millones de libras (600.000 millones de pesetas) -siendo el tráfico en sentido contrario diez veces inenor-. Esto, se calcula, representa el 40% de los ingresos de la República Popular en moneda extranjera. Hong Kong constítuye una válvula de escape para la economía china y una importante ayuda para las zonas económicas especiales en el sur del país.

Aunque el Reino Unido exporta por valor de 600 millones de libras anuales a Hong Kong, su balanza comercial con la colonia es deficitaria. El territorio sirve, sin embargo, de trampolín hacia Asia para diversas empresas británicas. Según la Prensa británica, China podría suponer un mercado de mil millones de libras (200.000 millones de pesetas) para la industria del Reino Unido.

Una simple renovación del tratado de arrendamiento resultaría difícil de aceptar para los dirigentes chinos, pues equivaldría a reconocer la soberanía británica, algo inadmisible por razones de orgullo nacional. Por su parte, Margaret Thatcher no podría ceder de plano la soberanía de un territorio británico después de una guerra para recuperar otro. El Foreign Office es, sin embargo, bien consciente de que Hong Kong no es las Malvinas. Si China decidiera recuperar la colonia por la fuerza, nadie podría retenerla.

La conspiración del silencio impide saber si Thatcher lleva algunas ideas de solución o si quiere sondear la opinión de los dirigentes chinos que no estarían dispuestos a negociar la cuestión de la soberanía ni a hablar de una posible independencia de la colonia. Las negociaciones serán delicadas y complejas, ya que ambas partes parecen querer evitar una confrontación sobre este tema central. Se ha sugerido que la solución podría estar basada en una cesión a largo plazo de la soberanía de la colonia a China, con los británicos reteniendo indefinidamente la total administración del territorio, cuando lo permitan las opiniones públicas de ambos países.

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Hay paradojas. Las esposas embarazadas de los altos empleados británicos de las empresas de Hong Kong viajan ahora a Londres para dar a luz: sólo así sus hijos tendrán un derecho inequívoco a vivir en el Reino Unido. Hay, sin embargo, 2,6 millones de habitantes en Hong Kong con pasaportes británicos, aunque sean de segunda clase y sin derecho de instalarse en el Reino Unido, que plantearían un grave problema moral al Gobierno británico si la colonia quedara integrada en la República Popular China.

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