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Monográfica, del vanguardista Man Ray en la sala Picasso

La exposición inaugurada ayer en Madrid presenta fotografías, 'collages' y dibujos

Procedente del Centro Pompidou de París, y tras exhibirse la pasada temporada en Barcelona, se inauguró ayer una importante exposición monográfica del norteamericano Man Ray, en la sala Pablo Picasso (Paseo de Recoletos, 22). Para valorar el alcance de esta muestra, se puede señalar, en primer lugar, que consta de casi tres centenares de fotografías y de una representación significativa de objetos, collages y dibujos. Entre ellos está su célebre cuadro L'heure de l'observatoire. Des amonreux (1932-1934) -unos labios rasgando el cielo-, con lo que, sin llegar a lo de Paris, se puede afirmar que nos encontramos ante un conjunto muy completo.

Cualquier cosa de Man Ray tiene interés: forma parte del soplo más sutil de la vanguardia histórica, un estilo de ver y fijarse en lo insólito, de transformar las co sas con sólo tocarlas.Man Ray fue un innovador nato sin necesidad de sobreactuar como, cada uno a su manera, lo fueron también Picabia o Duchamp. Lanzado a la fama, tras el reconocimiento internacional del dadaísmo y el surrealismo, movimientos a los que estuvo vinculado, Man Ray no surgió sin embargo, de la nada. Nacido en Filadelfia en 1890, estaba en Nueva York en el momento preciso y con la gente que entonces tenía que estar un joven artista rebelde. Quiero decir que vio en 1913 la célebre exposición Armory Show, la primera muestra de vanguardia europea que arrastró a masas, en la que, dicho sea de paso, Man Ray, entonces pintor, fue invitado a participar, y que se mezcló con el más sofisticado entourage intelectual neoyorkino: Alfred Stieglitz, E. Steichen, pioneros de la fotografía de vanguardia, y los poetas agitadores Alfred Krey, William Carlos William, Benja mín de Casseres, etcétera. La mayoría formaba parte del explosivo enjambre de la revista The Masses, de Max Eastman, los mismos que, desde 1913, se reunían largas temporadas en Ridgesfield (New Jersey), donde se exaltaba el romántico anar quismo de Whitman y Thoreau en tertulias en las que se podía encontrar a O'Neil o a Duchamp.

Por todo ello, cuando el joven pintor Man Ray se instaló definitivamente en París el año 1921 -otro lugar y momento claves: el de la transformación de los dadaístas en surrealistas- ya había sido uno de los protagonistas, junto con Picabia y Duchamp, de Dada-Nueva York En la capital francesa se produce, no obstante, un hecho artístico decisivo para la evolución creadora de Man Ray: su dedicación activa, primordial quizá, a la fotografia. Pero no fue exactamente la transformación del pintor en fotógrafo, sino más bien, como a él mismo le gustaría contar, el encuentro con la versatilidad expresiva, una consciencia económica -temporal- del acto creador. "Pinto lo que no puede ser fotografiado", declaró cierta vez, "algo surgido de la imaginación, o un sueño, o un impulso subconsciente. Fotografio las cosas que no quiero pintar, cosas que ya existen".

Volatilizar lo real

Como se puede apreciar, todo un programa para encarnar lo fantástico y volatilizar lo real. Así no es extraño que se moviera como pez en el agua entre los surrealistas, a quienes encantó la prodigiosa inventiva emblemática de los objetos creados por Man Ray, pero, sobre todo, su capacidad para servirse del medio técnico más contundentemente objetivo la fotografía para recrear lo sorprendente y lo maravilloso.Ahí están, por ejemplo, los objetos de Man Ray. En primer lugar, nos encontramos con el Objeto à détruire (1933), un metró nomo musical en cuyo péndulo hay un ojo, magnífica metáfora de la mirada fugaz, pero también con Regalo (1921), una plancha con púas; El enigma de Isidore Ducasse (1920), una máquina de coser embalada como mucho después hará Christo, o con el célebre violín peludo.

Con todo, la parte fuerte de esta exposición -y también en buena medida de la obra de Man Ray- la ocupa la fotografía. Hay fotos de todas las épocas, temas y estilos, aunque predominan las que personalmente me gustan más: los retratos y los desnudos. Respecto a los primeros, a los que Man Ray supo dotar de una mágica aureola, es suficiente con que demos la mera relación de famosos: Eluard, Bretón, Dalí, Picasso, Braque, Brancusi, Crevel, Tanguy, Tzara, etcétera. Pero con las mujeres -rostro o cuerpo-, las auténticas musas de Man Ray, hay que formar capítulo aparte. Con ellas como modelos -Meret Oppenheim,- Dora Maar, Gertrude Stein, Lee Miller, etcétera- se dispara, en efecto, toda la potencia creadora de Man Ray. Consigue calidades cristalinas o sensuales, siempre turbadoras; más aún, a modo de ejemplo, puede lograr ese efecto portentoso de enmarcar las líneas duras y nítidas del rostro con la blandura, suavemente elástica, del brazo: toda una estrategia compositiva para un gesto lánguido. De la exposición nos vamos con la sensación de que tenemos todavía mucho que aprender de este gran vanguardista muerto en 1976.

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