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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'vía china'

LOS RESULTADOS del XII Congreso del Partido Comunista de China están, más o menos, dentro de las previsiones que había anunciado y regulado Deng Xiaoping, cuya peculiar manera de desvanecerse dejándolo todo en sus mismas manos, o en las de sus próximos, pertenece más a lo que se entiende generalmente por finura, diplomacia y civilización de la vieja China que a las peculiariades de los regímenes comunistas. Es cierto que en los últimos años la plasticidad de la ideología comunista, sobre todo en los países donde esta ideología forma parte de la oposición, es tan dúctil y maleable que cada vez resulta más dificil de encerrarla en una sola definición. Tampoco se sabe ya hasta qué punto el comportamiento de los sistemas comunistas sufre considerables modificaciones no sólo por la geopolítica de las grandes potencias sino también por el peso de los intereses nacionales. Quizá el eslavismo que pueda atribuirse a un determinado comportamiento del comunismo en la URSS, compuesta de tantas nacionalidades, razas y lenguas, proceda de la unificación centralista del zarismo ruso, eslavo, que en lugar de desvanecerse en el comunismo se ha afincado; y quizá la forma comunista que ha tenido China hasta ahora haya conseguido un carácter nacionalista que su fragmentación histórica nunca tuvo.Puede que la primera gran ruptura del comunismo teórico al comunismo práctico fuese la sorpresa de que la revolución no triunfara en países altamente industrializados -como Alemania, para donde estaba pensado- sino que venciese primero en el gran barrizal nevado del imperio ruso, donde la corrupción de la corte era la cara de la moneda y la cruz eran las almas muertas, y después a una China devastada por el colonialismo, la rapiña de las grandes compañías, la de los señores de la guerra y la gran tragedia del hambre, la droga y las epidemias. A partir de esa ruptura, las circunstancias nacionales e internacionales han sido tan fuertes, y las presiones de toda clase sobre los países comunistas tan poderosas, que los comunismos instalados han tenido que responder con una especie de duplicidad enormemente equívoca: el mantenimiento de una estructura, una nomenclatura, unos organigramas y una burocracia que mantenían el gran armazón comunista y, al mismo tiempo, los cambios de fondo necesarios para subsistir en una gran sociedad mundial cada vez más intercomunicada e incluso influida por los contrarios.

Para muchos comunistas europeos, este doble ejercicio de la URSS para responder como ha podido al peso de la historia y a la presión del interior, por una parte, y del exterior, por otra, ha sido suficiente para descalificarla. Es interesante ver cómo algunos de ellos tratan de buscar ahora el polo carismático del que parecen necesitados en China y encuentran una apertura de vía en este mismo XII Congreso, en el que otros creen ver una ya rápida fuga de los centros clásicos del comunismo, e incluso una fuga directa del comunismo en sí.

De lo que sucede en China, y de lo sucedido en los últimos años, puede deducirse una dinámica histórica en varios puntos. Uno de ellos es la elevación, por medio del comunismo clásico, de un país donde la cuidada y delicada civilización era un privilegio de algunos, pero donde la miseria reinaba sobre enormes masas; otro, posterior, es la elaboración de un nacionalismo que, después de afirmarse sobre sus antiguos colonizadores y predadores, y de querer dirigir a los pueblos del Tercer Mundo por esa misma vía de liberación, se enfrentó con el nacionalismo ruso de la URSS y su ambición de gran potencia, disputándole fronteras con la cobertura de diferencias ideológicas. Para movilizar a un país de ideología internacionalista contra otro hizo falta un enorme esfuerzo, en el que iban comprendidos fenómenos tan extraños como la revolución cultural, nunca suficientemente explicados. Ese esfuerzo, y un claro chinismo de fondo -el que aprovecha a su manera las relaciones de fuerza de sus adversarios- llevó a China a posiciones internacionales muy distintas con respecto al Tercer Mundo, desde la de apoyar fuerzas contrarrevolucionarias para evitar que las revolucionarias supusieran un triunfo soviético hasta la de soslayar su antigua reivindicación sobre Taiwan (aun después de los desplantes de Reagan en ese tema).

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La nueva fase es el abandono de las más clásicas premisas del comunismo, pero sin dejar de utilizarlo en cuanto se refiere a forzar la mano de obra barata y dar a las grandes empresas multinacionales la seguridad de que sus inversiones no se van a ver alteradas por huelgas o por elevaciones de salarios: solamente en una cierta mejora del consumidor necesaria para abrir un mercado interno a los productos y unos ciertos estímulos para aumentar la capacidad de trabajo. Puede que estos pasos sean necesarios y convenientes para un desarrollo de la nación china; puede que sus dirigentes, mas allá de la truculencia de las luchas internas por el poder y de las absurdas denuncias de los que caen en desgracia, hayan comprendido que la etapa comunista se había agotado y que las soluciones de otros tiempos ya no tienen vigencia. Lo que no tiene sentido es que las sociedades occidentales podamos seguir creyendo que el régimen chino es un régimen comunista y que las vías chinas son admirables y utilizables. Los pensadores occidentales del comunismo saben ya que el sistema soviético ha dejado de servir; les convendría meditar acerca de si el fenómeno de la evolución china no es más que la corroboración de que, simplemente, el modelo comunista ha dejado de servir enteramente.

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