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Tribuna
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La respuesta socialista a la crisis económica

No cabe duda que la crisis que atravesamos, que se origina en el contexto de la economía occidental, no es una simple crisis cíclica de las que en cortos intervalos de tiempo sacuden a las economías; es mucho más que todo eso, presentándose como una auténtica crisis de estructuras.Sus antecedentes radican en la desigual evolución de las estructuras productivas de EE UU, por una parte, y algunos países de la CEE y Japón, por otra; como consecuencia, en la crisis del Sistema Monetario Internacional, que condujo al sistema flotante de cambios con el consiguiente debilitamiento del control por el comercio internacional de los procesos inflacionarios de cada economía, y en la reaceleración de la inflación a principios de la década de los setenta, a consecuencia del alza de los precios de los productos alimenticios en 1972 y de los precios del petróleo en 1973. A partir de aquí, se produce el empeoramiento de las balanzas comerciales de muchos países y. la caída vertiginosa de las tasas de empleo, originada principalmente por el crecimiento cero debido a la disminución de la inversión. Sectores económicos sobre los que pivotaba el crecimiento del sistema, alcanzada la saturación, se derrumbaron.

El monetarismo

Ante esta situación, y ante la ausencia de precedentes de una crisis similar, la teoría económica ortodoxa poco o nada tuvo que decir: la coexistencia de altas tasas de inflación y desempleo rompió los esquemas tradicionales. Las políticas keynesianas de gasto público -entendidas en su ámbito restringido y distorsionado- fueron declaradas no aptas y en su lugar se abrieron paso las políticas monetarias (avaladas académicamente por Friedman, en su versión primera, y por Barro, Lucas, etcétera, en su versión segunda, y, políticamente, por los Gobiernos conservadores de Reagan y Thatcher, principalmente).

Los elementos que configuran esta política económica son: primero, la tasa de crecimiento de la oferta monetaria es la causa central de la inflación, y segundo, a largo plazo, el producto total, el empleo y la distribución, así como el crecimiento de la productividad, etcétera, son factores determinados por las fuerzas del mercado, sin que haya lugar a ningún tipo de política económica para regularlos, a excepción de la inflación, que debe ser ' controlada a través de políticas monetarias. La lucha contra la inflación es declarada prioritaria, ya que impide el funcionamiento correcto de los mercados e imposibilita la inversión privada. Cualquier medida que tienda a evitarla será a largo plazo positiva, independientemente de los problemas que pueda ocasionar (léase desempleo).

En esta línea operan todas las políticas contractivas: retirada del sector público de la escena económica tanto cuantitativa como cualitativamente; reducción de las tasas de crecimiento de la oferta monetaria para controlar la inflación, y, simultáneamente, en la medida en que el nivel de actividad de sistema disminuya, también lo harán las importaciones, con lo que el estrangulamiento del comercio exterior se verá aliviado en términos relativos. Una vez que la inflación esté bajo control, el sistema reaccionará por sí mismo.

Es necesario puntualizar, en primer lugar, que no parece que exista ninguna teoría sólida que avale esta política. Sus bases más cercanas se sitúan en» alteraciones sin fundamento de disquisiciones teóricas cuyas aplicaciones prácticas pueden ser, cuando menos, puestas en duda. Es necesario, por otra parte, poner de manifiesto cuál es realmente la neutralidad y el modo de operación real de las políticas monetarias. Aparentemente la teoría es neutral. dejar que los mercados funcionen libremente; pero su forma de, actuación pone de manifiesto un sesgo ideológico muy' preciso. Dejando aparte el hecho de que los mercados estén intervenidos por múltiples factores (multinacionales, falta de transparencia, etcétera), el efecto más importante y a la vez el más dramático de las políticas contractivas es su impacto sobre las tasas de desempleo, que crecerán enormemente, así como efectos negativos sobre industrias y sectores muy sensibles a las caídas generales de demanda.

El objetivo buscado por estas políticas es, en definitiva, aumentar la presión de los trabajadores desempleados para conseguir una disminución sensible de los salarios reales. Se trata de una política redistributiva en contra de los salarios (eliminando también los salarios indirectos), al tiempo que se trata de frenar el poder de los sindicatos. Su logro más claro hasta ahora parece ser el de aumentar sustancialmente el paro. Al lado de las soluciones contractivas extremas aplicadas en EE UU y en el Reino Unido se sitúan toda una serie de países que practican políticas depresivas en mayor o menor grado. El resultado es una caída aún mayor del nivel de actividad de la economía mundial.

Los socialistas, ante la crisis

Así, la situación económica con la que el PSOE se enfrentará en España si gana las próximas elecciones viene caracterizada por una crisis global a la que la respuesta más generalizada en Occidente es permitir y en muchos casos aun cooperar con la desactivación económica. Esta afirmación es especialmente válida en relación con la política norteamericana de altos tipos de interés y de política armamentista financiada por el déficit presupuestario más monstruoso de la historia, que enfrenta en este momento a Japón y a los principales países europeos con EE UU.

La tarea de enderezar una economía en las condiciones en que se encuentra en estos momentos la española, enmarcada en el actual contexto mundial, no es nada fácil. Pero no hay que confundir la dificultad con la imposibilidad, que, curiosamente, es en lo que coinciden los críticos conservadores con algunas pretendidas posiciones de izquierda. Son evidentes las enormes dificultades de llevar a cabo una política anticrisis de signo socialista, las imposiciones que la tendencia generalizada en el mundo occidental de disminuir las tasas de actividad establece sobre nuestra economía y las reticencias -por decirlo suavemente- que una política de este signo va a levantar en los círculos económicos más reaccionarios.

Una crisis que se origina a nivel mundial tiene que ser resuelta a la misma escala; la actuación aislada de un país no puede por sí sola resolverla. Pero queda un espacio de maniobra lo suficientemente amplio como para poder paliar sustancialmente los efectos de la crisis, así como para sentar las bases de nuestra economía de cara al nuevo modelo de funcionamiento económico mundial.

Enrique Barón es diputado socialista por Madrid y Abel R. Caballero, profesor agrega do de Teoría Económica en la Universidad de Santiago de Compostela.

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