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Carta abierta a Adolfo Suárez

Respetado ex presidente: Hace poco, en el pasado junio, leía en EL PAÍS un artículo, firmado por usted, titulado Yo disiento. Pasó por mi mente la peregrina idea de que Juan Luis Cebrián estaba interpretando, cien años más tarde, el papel de Clemengeau. Hecha una primera lectura de su escrito se desvaneció cualquier posible comparacion con el conocido Yo acuso, de duro contenido, que Emilio Zola, en 1876, publicara en L'Aurore, acerca del caso Dreyfus.Evitar, desde el primer momento, cualquier supuesto trascendente con lo de Democratia, delenda est ... ? es mi urgente propósito, y no existe, por otra parte, ninguna intención mimética hacia el famoso Delenda est monarchia, de Ortega y Gasset, publicado a cuenta de la actitud de un monarca que violó la Constitución cohabitando en la empresa de un golpe militar que, en aquella sazón, estuvo interpretado por Primo de Rivera.

Volvamos a su artículo. Establecer una comparación entre su Yo disiento y el Yo acuso, aparte de constituir un sacrilegio semiótico, sería una lisonja de la que no soy capaz. Reconocer su espíritu de valentía desde aquel 23 de febrero, en prórroga permanente, es de justicia. Valorar el contenido de su escrito, en las borrascosas nieblas de la vida comunitaria de este momento, es necesario. Entender la difícil empresa de funambulismo que usted realizó -denominada reforma política- soldando amorosamente dos períodos democráticos, prescindiendo, al cabo, de los cuarenta años que los separan, es suficiente.

Dije y escribí que usted era un personaje entresacado de una novela de Stendhal. Afirmé, y me ratifico, que un ducado no era suficiente para liquidar sus posibilidades políticas. Mantengo de forma casi empecinada que su reingreso en la vida política es absolutamente necesario para la consecución de una, ¡ay!, tantas veces deseada democracia.

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No voy a insistir en una exégesis sobre la quiebra de UCD, ni en la miopía - política de Calvo Sotelo. Dije lo suficiente en EL PAÍS el 3 de diciembre de 1981. El presidente, en el rictus de su efigie, atesora la culminación de un gran fracaso; la frase, que podría ser de Simone de Beauvoir, es mía. Lo digo para que don Leopoldo, que es muy amante de las frases, y no distingue entre Eugenio d'Ors y Ortega, no me confunda.

El desconcierto político de esta hora es enorme. Usted ha fundado su CDS. Seguramente no hará el ridículo en los comicios. Sin embargo, y usted lo sabe, no obtendrá lo necesario para gobernar. Es posible que el PSOE, exceptuando Cataluña y el País Vasco, que se cobrarán los lícitos efectos de la LOAPA, gane en el resto del Estado lo suficiente para acceder al poder.

Desconozco la arquitectura mental de los socialistas. Tengo, sin embargo, la memoria histórica de 1936. Si el éxito ofusca una posible estrategia inteligente estamos perdidos. Supongo que usted sabe, aunque se le atribuyan pocos conocimientos históricos, que, ante el triunfo de las izquierdas en febrero de 1936, Gil Robles y el general Franco intentaron, por todos los medios, convencer a Portela Valladares para que apoyara un golpe de Estado. En esta hora, si Felipe González tiene éxito y quiere gobernar, los poderes fácticos liarán lo imposible para conseguir un fracaso socialista en la gobernación del Estado. La alternativa se presenta dura. Si gana la derecha, incluso conociendo las buenas intenciones de Oscar Alzaga, que no las de Fraga, tengo mis dudas respecto a si se coronará con holgura la transición iniciada en 1977. Y si es socialista el trinfo cabe valorar la reacción recién comentada de la España negra. He de confesarle, respetado ex presidente, que sufro el síndrome de André Thirion. Cuando joven, el ilustre revolucionario galo, al rellenar su hoja de ingreso en el Instituto Henri Poincaré, de París, en la casilla correspondiente a la religión a que pertenecía, Thirion puso: "No tengo". Soy un político que "no tiene partido". Ello es, creo, suficiente para ahuyentar cualquier especulación sobre: "A favor de quien escribo". No escapo, sin embargo, al grito desgarrador de Unamuno de: "Me duele España".

Quiero anteproyectarle a usted una tercera vía a aquella trágica alternativa que con anterioridad le comentaba. El esbozo es simple, casi trivial. ¿Por qué no intenta usted la fórmula de Gil Robles en 1933, pero en izquierdas ...? Me explicaré. En el Estado español quedan leyes peliagudas por aprobar, por ejemplo: la despenalización del aborto. Actitudes de gobierno a revisar, tales como: la entrada en la OTAN sin someter la decisión a referéndum. Conductas a domesticar: la de la patronal y la de ciertos tonos sindicales, etcétera. Un supuesto triunfo de la derecha no liquidaría estas cuentas pendientes. Un éxito electoral socialista fustigaría hasta el meollo las malas artes de la España negra y, en definitiva, el caos provocado, seguramente, aguardaría agazapado a la vuelta de la esquina. ¿Por qué su actitud es tan hamletiana respecto a la formación de una plataforma política integrada por notables que abarque de derecha a izquierda, desde usted pasando por Enrique Fuentes, González Seara, Raúl Morodo, Ramón Tamames, Paca Sauquillo... con incrustaciones como los Senillosa, Matías Cortés, Terceiro, etcétera? ¿No cree que la citada plataforma podría interpretar políticamente el papel del Partido Radical de 1933 ... ? No conozco directamente a Felipe González, sé de él a través de amigos comunes, como Alfonso S. Palomares, o de políticos que ambos hemos tratado, como el malogrado Rómulo Betancourt. Por poco bien concebida que tenga su propia arquitectura mental de González, ha de percatarse del peligro histórico que puede llevar a representar un Gobierno socialista en esta hora en la que todavía suena, como una terrible y trágica pesadilla, el eco de las metralletas disparadas el 23 de febrero en el Congreso de los Diputados.

Los comicios, no obstante, serán posiblemente favorables a los socialistas. Convenza, y esto es lo suyo, a quien corresponda para obtener un apoyo socialista y gobernar, a través de su plataforma, como lo consiguió Lerroux en 1933. Mis indicaciones, ex presidente, han sido múltiples. Concédame el breve espacio de un consejo. Baraje bien los naipes y descártese de aquello que no le sirva. Me refiero a que tenga gran cuidado con las lealtades que le remiten los ex centristas. No creo que éstos tengan ya en Cataluña espacio político alguno. Es conveniente recordarle, aunque sea a trueque de asaltar un lenguaje bíblico, en mí no habitual, que, en la búsqueda del Sepulcro Vacío, los apóstoles, para conocer la Verdad, no se detuvieron en el camino para pelearse entre ellos, ni tampoco abrigaron la peregrina idea de desafiar a los pretores...

Tengo la impresión de que este escrito incardina varios artículos. Cierto afán para contárselo todo de un sólo golpe, al cabo, es el motivo. Reflexione y decídase; de lo contrario es que en este país: Democratia, delenda est ... ? Sinceramente.

Víctor Ferreres i Pla es miembro de la Fundación para el Progreso y la Democracia.

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