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La política del egoísmo

Para muchos, la historia americana consiste en una sucesión de fases alternativas de introversión y de expansión, de aislacionismo y de intervencionismo. En realidad, estas dos actitudes se encuentran constantemente mezcladas. Proceden de un mismo sentimiento fundamental: los demás sólo tienen importancia, en cuanto a su relación con Estados Unidos. Unas veces se les ignora y otras se les utiliza. Este comportamiento ha ido surgiendo de manera espontánea durante generaciones, por el hecho de que los países vecino! nunca han tenido talla suficiente para oponerse a los designios de la nación dominante.. Bajo el apoyo de los misiles intercontinentales, tal actitud tiende a persistir en las zonas de influencia determinadas por los acuerdos entre las dos superpotencias. En el fondo de su inconsciente, Estados Unidos acaricia el sueño de generalizar la técnica de Yalta.Sea como sea, desmuestran una soberbia indiferencia hacia los intereses de la humanidad en general y de sus aliados en particular. Al destruir el sistema de Brenton Woods, el abandono de la con vertibilidad del dólar fue el auténtico factor desencadenante de la crisis mundial, acentuada luego por los problemas energéticos. Esta medida sigue siendo el obstáculo fundamental que impide la recuperación, agravada por las fluctuaciones incontroladas de la moneda americana y por los niveles demenciales de los tipos de interés. No cabe duda de que la recuperación de la economía americana es condición indispensable para la recuperación de la economía mundial, pero la ausencia de una moneda internacional estable y el alto precio de los créditos prolongan la depresión para todos.

Europa se ve muy afectada por estas dificultades, a causa de las cuales tiene que pagar muy caro el petróleo, del que carece, mientras el flujo de dinero se desvía hacia Estados Unidos. Los americanos controlan directamente sus empresas con el pretexto del embargo de productos bajo licencia destinados a la URSS. Dadas las circunstancias, no podría encontrar argumento más aparente que el de la solidaridad occidental ante la Unión Soviética. El desarrollo militar de ésta no se verá más favorecido por las divisas que puedan obtener de los contratos de suministro de gas que por los actuales envíos de trigo americano, los cuales permiten destinar a la fabricación de armas una mano de obra que, de otro modo, habrían de dedicar a la producción de cereales para alimentar a sus compatriotas. Tampoco son mayores las ventajas cuando la disponibilidad de los trabajadores en cuestión obedece al envío de equipos industriales.

La defensa común de Occidente está mucho más debilitada por la crisis económica que se extiende por el vi6jo continente, por las amenazas que se ciernen sobre el golfo Pérsico y por las fisuras causadas en la Alianza Atlántica por el endurecimiento de la actitud de Washington.

En realidad, la pregunta que formulábamos al principio de este artículo estaba mal planteada. Todos los países siguen políticas de egoísmo nacionalista, tanto los pequeños como los grandes. Las llamadas a la solidaridad no modifican esta situación en absoluto. El problema concreto es el siguiente: Estados Unidos debe comprender que su política de egoísmo es contraria a sus auténticos intereses nacionales.

Si permiten que la segunda zona de concentración industrial del mundo, situada entre el Atlántico norte y el Oder/Neisse, caiga bajo la influencia soviética, la URSS dominará la Tierra, y los días de independencia norteamericana estarán contados. Confiar en la posibilidad de someter a esta zona a enfrentamientos nucleares limitados, como hizo el presidente Reagan hace pocos meses; agravar sus dificultades económicas, como lo hace en la actualidad; debilitar la colaboración con ella mediante una actitud de omnipotencia que tiende a transformar a los aliados en satélites, son posturas que no hacen sino reforzar la de la Unión Soviética y sacrificar los intereses fundamentales de Estados Unidos.

El pacifismo, el neutralismo y el desconcierto que proliferan a este lado del océano son consecuencia de la política egoísta que se sigue al otro lado. Después de cuatro años, durante los cuales el buque insignia pareció navegar sin piloto, ahora nos encontramos con que lo hace por su cuenta, sin preocuparse de la flota. Pero si la arrastra hasta los arrecifes, seguirá la misma suerte que las demás.

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