Marilyn y el obrero
He leído con preocupación la patética carta de Tomás Rivero (EL PAIS 14 de agosto de 1982) bajo el título Marilyn y la clase obrera, y desearía responder en igualdad de condiciones a esas 450 palabras tan llenas de muerte y de amargura.Tomás: yo comprendo que usted tiene muy asumida su trayectoria y que va a ser difícil convencerle de que hay trabajadores satisfechos, algunos, incluso (disculpe la provocación), disfrutan con su trabajo más o menos creativo; los hay que llegan hasta el punto de encontrar sencillos placeres en la estética (perdón de nuevo) de las cosas y... de las personas.
Yo también he sido obrero de la construcción, también tengo su misma edad, y es posible incluso que hayamos cruzado unas palabras en alguna ocasión; pero, ya ve, a base de echarle imaginación, algo de inteligencia y no poco optimismo, he mejorado mi suerte y tengo un trabajo cómodo y un horario flexible.
Debo decirle que la falta de crispación de mi situación actual me permite apreciar otros aspectos de la realidad que antes me estaban vedados.
Yo comprendo que Marilyn era rubia, rica y (perdone de nuevo) norteamericana; pero tanto su recuerdo como su presente me resultan agradables (no sagrados), y en algunas ocasiones he encontrado un gran placer en dibujar su bello y simpático rostro. ¿Fue utilizada-vendida-asesinada por el capitalismo? ¿Ocultaba sendas bombas de neutrones bajo el sujetador?... Y a mí, y a usted, ¿qué más nos da, hombre? La Marilyn era maja./
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