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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las manos sucias

LA INTENCION de Beguin al invadir Líbano con un ejército potente y armado con las más modernas herramientas de matar era, sobre todo, la de cortar unas negociaciones en curso por las cuales los palestinos tendrían derecho a un Estado propio. No puede extrañar que, cada vez que las negociaciones actuales inician ese camino, Israel las haga imposibles con nuevos bombardeos y asaltos. La idea de que esta matanza inmensa de población civil pueda ser equiparable a un crimen de guerra -y hasta que se lo griten al Gobierno algunos diputados en pleno Parlamento de Israel, del cual fueron sacados a la fuerza- no puede alcanzar a estos gobernantes: Beguin y su ministro de Defensa, Ariel Sharon, tienen saldada esta cuestión de conciencia desde que en su juventud, casi en su infancia, eran eficacísimos terroristas, que contaban como éxitos las muertes de ingleses o palestinos que causaban. Trabajan con una mentalidad de Antiguo Testamento, de cólera y venganza, cuya justicia han podido comprobar con el paso del tiempo: de terroristas pasaron a gobemantes, e incluso -Beguin- al Premio Nobel de la Paz (un sarcasmo hoy más visible que, nunca); crearon el país que querían, expulsaron a quienes, según ellos, lo usurpaban desde hace dos mil años; ganaron después todas las guerras, iniciaron una expansión y, al mismo tiempo, consiguieron la admiración y el respeto de los pueblos del Nuevo Testamento.No parece que haya razón ninguna para que no continúen ejerciendo ahora el mismo terrorismo que resultó tan eficaz y tan agradecido; y si ahora lo que tienen a su disposición son las "armas mágica" que les ha entregado Estados Unidos, tampoco hay razón ninguna para que no las utilicen. No han percibido, por otra parte, ninguna señal de amenaza exterior. Apenas las quejas doloridas de algunos hombres de conciencia. Cuando, en 1956, los ingleses y los franceses iniciaron un a operación contra Egipto -por la cuestión del canal de Suez-, la URSS de Jruschov amenazó seriamente con intervenir con sus proyectiles nucleares, y los Estados Unidos de Eisenhower ordenaron el final de la guerra. Ahora la URSS no puede hacer más que pedir lá reunión del Con sejo de Seguridad, y los Estados Unidos de Reagan impiden que cualquier moción eficaz salga adelante: la cólera de Reagan no pasa, por el momento, de ser, una figura literaria. A nadie le caben dudas de que si Reagan lo qui siera realmente la operación terminaría de inmediato. La única amenaza de Reagan es la de "suspender las negociaciones": va en el mismo sentido de lo que desea Beguin. Mientras, los países árabes no son capaces ni si quiera de reunirse. No hay enemigo real.

Queda la cuestión de las manos sucias. Beguin no puede tener ningún inconveniente, a estas alturas, de asumir al papel de lady Macbeth; mucho menos Sharon, que aspira a sustituir un día a Beguin, que le parece demasiado blando, demasiado complaciente incluso con la oposición interior. El Antiguo Testamento y las fronteras de los mapas arcaicos, que llegaban hasta el Eufrates, les parecen suficiente justificación. Y la historia. Si han conseguido algo, ha sido a sangre y fuego; no hay ninguna razón para adoptar ahora otros métodos. Cuando el judío ha sido humilde y pacífico, le asesinaron. Cuando tiene la fuerza, asesina. No hay que descartar tampoco que el final de esta operación, -aun a largo plazo- sea la ocupación definitiva de parte o todo Líbano, incluso la guerra contra Siria, que puede producirse en cualquier momento.

Sólo una intervención muy clara de Estados Unidos, y no solamente las continuas versiones de la "pérdida de paciencia", podría llegar a una paz real, aun contando ya con que el destrozo de Líbano es irreparable. Pero, Reagan no deja de considerar que Israel le está limpiando de prosoviéticos el área, y de que finalmente los soldados de Israel con armas americanas no dejan de ser, sus propios agentes, de hacer su propio trabajo, sin víctimas y sin desprestigio para Estados Unidos. Lo único que podría hacer retroceder a Reagan y a Beguin sería la noción de que están llegando demasiado lejos, y de que puede proyocarse, al mismo tiempo que una insurrección general islámica (como la que ya tiene su foco en Irán y se extiende por todo el mundo árabe), una fuerte reacción soviética; y una condena absoluta del mundo occidental que llegase a la ruptura de relaciones. No hay síntomas de eso.

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No hay, por tanto, razón visible para terminar con la política de manos sucias, de las manos ensangrentadas de Beguin y de Sharon y de sus asesores religiosos. Este alto el fuego, que ha suspendido de momento el genocidio que tuvo su día de gloria el jueves pasado, será de nuevo violado si las conversaciones y las negociaciones no alcanzan la totalidad de lo que se propone el Gobierno actual de Israel. Quizá no baste con la evacuación de los soldados palestinos, que debe comenzar el jueves próximo. Si Israel no obtiene todo lo que ha pretendido, o las bases para obtenerlo, después, el fuego continuará.

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