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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El estallido del Tercer Mando

LA CONFERENCIA de la Organización para la Unidad Africana ha terminado en fiasco. La cumbre de la Liga Arabe en Fez, que debía comenzar hoy, viernes, está bloqueada. Se recuerda la reunión anterior, también en Marruecos: duró apenas unos minutos y los participantes se precipitaron de nuevo a sus países de origen. La cumbre de los no alineados, prevista para el 2 de septiembre en Bagdad, se ha suspendido: Bagdad está en guerra. Se prolonga el estado actual -con la presidencia de Fidel Castro- durante seis meses más y se celebrará, probablemente, en otro lugar (Castro ofrece La Habana; Indira Gandhi, Nueva Delhi). La Organización de Estados Americanos atraviesa. una profunda crisis: está herida gravemente por la participación de Estados Unidos, junto al Reino Unido, en la guerra de las Malvinas. Y se debate en sus propias contradicciones: las mismas que en campos y ciudades dirimen guerrillas y dictadores.Es por tanto, todo el conjunto de organizaciones supranacionales que tratan de encuadrar al Tercer Mundo, o como quiera que se llame a ese amplio conjunto de países cuya principal característica es el hambre y la explotación, lo que está en crisis. No hay unidad africana, ni asiática, ni americana. Las ilusiones de Bandung se despedazan: en apenas treinta años, las grandes esperanzas de la descolonización, del nacimiento de naciones libres e independientes se está desmoronando.

Parece que en una pequeña parte esta disgregación corresponde, más o menos, a una corriente mundial que viene produciéndose en el mundo desde el final de la guerra, mundial. El bloque que se implantó en el mundo como vencedor no tardó más que meses en dividirse entre el Este y el Oeste; con el tiempo, el Este se vería a su vez subdividido -China-URSS, Yugoslavia, los eurocomunismos, los movimientos independentistas de Hungría, Checoslovaquia, Polonia...- y Occidente, a su vez, conoce el ardor de las querellas entre Europa y., Estados Unidos; y dentro de Europa, las dificultades crecientes del Mercado Común. Podría decirse que los grandes esfuerzos de internacionalismo, de globalismo, que en la historia deberían seguir -si la historia tuviese, en realidad, un sentido- a la constitución de las nacionalidades, conocen ahora una etapa de reacción muy fuerte, en la que reaparecen los nacionalismos. Y aun dentro de las naciones existe la reacción de las antiguas etnias, de ciertas minorías: dos o tres de los conflictos más importantes en Europa en estos momentos tienen ahí su base. Puede que este reflejo esté presente en el Tercer Mundo, que tiene una personalidad histórica diferente y apenas ha llegado aún a la constitución firme de las nacionalidades (formadas, las que hay, por la fuerza de las naciones colonizadoras y sus trazados de frontera arbitrarios; y con una economía dependiente de la de la metrópoli; y unos idiomas y unas culturas superpuestas ... ); pero más claramente se ve que las grandes fuerzas mundiales, externas a esos países y sus intentos de organización, han triunfado -por ahora- en su empeño por conseguir la disgregación. Desde lá venta de armas hasta el chorreo incesante de la información manipulada, desde la creación de conflictos entre países a la preparación de golpes de Estado, ni el Este ni el Oeste han permitido que se les escape esta importante fuente de materias primas, de mano de obra barata y de situaciones y condiciones estratégicas. Puede no negarse la buena voluntad en los programas de ayuda a estas naciones; pero ha sido superior el miedo, la desconfianza, la hostilidad mutua entre las grandes potencias, y ha terminado por arruinar las posibilidades de defensa y cooperación de un inmenso número de naciones.

Estas presiones han ido aumentando desde el momento en que la reacción del Tercer Mundo se hizo patente, en forma de desafío, con el aumento de precio de las materias primas y, singularmente, con el de la energía. Reagan representa, entre otras cosas, la reacción de Occidente ante ese desafío. Si las unidades continentales o intercontinentales nunca han vuelto a dar muestras, desde la conferencia de Bandung, de verdadera unidad, ahora están más destrozadas que nunca.

Los ideólogos del Tercer Mundo -que suelen estar también fuera de él- vienen a coincidir en que quienes pelean, se enfrentan, se desdicen y se acusan son los representantes de unos Gobiernos o unas dictaduras que no representan, en realidad, a sus pueblos; y que la gran revuelta de esos pueblos está en marcha en algunos focos islámicos, africanos, americanos, asiáticos. Este profetismo encuentra datos valiosos en la realidad. Pero esa gran revuelta de los parias de la tierra no es ni deseable ni fácil. Podría producir catástrofes de gran magnitud: ya las actuales crisis económicas proceden de ahí. El intento de diálogo Norte-Sur, nacido en Europa, parecía ofrecer una respuesta mucho más coherente. Algunas de las voladuras de Beirut, algunas de las revoluciones y contrarrevoluciones en América, algunas de las situaciones asiáticas parecen destinadas a acabar con el diálogo Norte- Sur, en el que se trataría de encontrar el equilibrio entre el desarrollo y el subdesarrollo. Ni la Unión Soviética ni Estados Unidos parecen tener mucho interés en que ese equilibrio prospere demasiado. Están más decididos, por lo que parece, a seguir utilizando esas naciones, y sus organizaciones, en campo de batalla propio y en campo, también propio, de suministros.

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