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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Iglesia popular o constitucional?

La inevitable ambigüedad del cristianismo nos pone en un brete: la llamada Iglesia popular presenta una indiscutida riqueza evangélica, y un surtido innegable de testimonios cristianos en pro de la liberación humana; por el contrario, la Iglesia institucional ofrece el rostro de una de tantas instituciones que están prorítas a bendecir, con niayor o menor generosidad, las grandes manifestaciones del poder constituido.La primera pregunta que yo me hago es: ¿hay que optar necesariamente?

La profesora Elaine Pagels, en su estudio sobre los Evangelios gnósticos, nos pone en una buena pisia: siempre supimos de la existencia de esa otra Iglesia paralela a la que aludían los padres y escritores de los tres primeros siglos, pero hasta 1945, en que un campesino del alto Egipto descubrió unas vasijas en cuyo interior se contenía una gran cantidad de los evangelios gnósticos, no pudimos saber de qué se trataba en aquella pugna de sobrevivir una u otra iglesias.

De todo ello se deduce que, durante la formación del cristianismo, surgieron conflictos entre, por un lado, aquella gente inquieta, inquisitiva, que señalaba una senda solitaria de autodescubrimiento, y, por otro, el marco institucional que daba a la gran mayoría de la gente una sanción religiosa y una dirección ética en sus vidas cristianas. El cristianismo gnóstico no pudo con la fe ortodoxa, ni en lo que sé refiere al amplio atractivo popular de la ortodoxia, lo que Nock denominó su "correspondencia perfecta por inconsciente a las necesidades y aspiraciones de la humanidad corriente", ni en lo que respecta a su organización efectiva. Ambas cosas han asegurado su supervivencia a través de los tiempos.

Pero esta supervivencia del modelo ortodoxo, si bien ha hecho posible la misma supervivencia, del cristianismo, se ha llevado a cabo de forma tal que la misma tradición cristiana fue empobrecida.

Las preocupaciones de los cristianos gnósticos sobrevivieron únicamente como una corriente reprimida, como un Guadiana oculto.

Estas corrientes subterráneas salieron nuevamente a la superficie durante la Edad Media, bajo formas distintas de herejías; luego, con la Reforma, la tradición cristiana volvió a tomar formas nuevas y diversas.

Iglesias 'constitucionales'

Como vemos, esta concepción entre ortodoxia y heterodoxia se encuentra abocada a una postura herética que sutilmente las envuelve a ambas: el maniqueísmo. Tanto la disidencia como la ortodoxia están tocadas del ala con respecto a su propia unicidad. No han comprendido una gran afirmación de san Pablo: que la institución es por sí misma carismática, y que el carisma es por sí mismo institucional.

No podemos, a este propósito, olvidar que en la Edad Moderna tenemos un ejemplo muy adecuado: el de la Iglesia constitucional francesa en plena Revolución. En noviembre de 1770, los eclesiásticos quedaban obligados a prometer fidelidad no sólo a la nación y al rey, sino también a la Constitución, que todavía no había sido redactada la negativa significaba la pérdida del empleo. La Iglesia constitucional no logró abrirse paso a través de la historia, a pesar de las buenas razones que se pudieran esgrimir para ello. Los abusos en la Iglesia eran enormes: gran diferencia en la situación del alto y bajo clero; la mayor parte de los obispos disfrutaba de rentas elevadas; algunos de ellos, como los de París y Estrasburgo, percibían la suma desorbitante de cientos de miles de francos al año; los abades titulares vivían frecuentemente con un lujo provocador; por otra parte, obispos y abades estaban exentos de la capacitación necesaria. Todo esto y mucho más era la pura verdad. ¿Por qué, pues, no romper los lazos con la institución romana (que, además, era un país extranjero y adversario) y crear desde la base una verdadera Iglesia popular? Pero la ingenuidad de sus fundadores se cogió los dedos en la mismamáquina infernal del poder.

El mismo Talleyrand, obispo de Autun, que había ordenado cismáticamente centenares de obispos por su cuenta, se cambió la púrpura episcopal por la camisa bordada de duque cuando más tarde la tortilla dio la vuelta.

¿Quién nos dice que esta Iglesia popular de hoy no va a ser requerida para apoyar, en primer lugar, una revolución naciente y pura; en segundo lugar, un proceso urgente de represión para asegurar el bien sumo de la revolución, y, finalmente, para bendecir calladita y humillada los gestos tiránicos que en nombre del pueblo se suelen cometer cuando las revoluciones se arrellanan en los cómodos sillones de todos los palacios de invierno que en el mundo han sido y siguen siendo?

¿Soluciones? Las hay, desde luego. Que ni la base nicaragüensesea maniquea ni tampoco lo sea la institución eclesiástica, empezando por el mismo Papa. Desgraciadamente, la separación se va fraguando poco a poco por culpa de ambas partes: la institución se vuelve cada vez más recelosa e incluso tímida con respecto a la vitalidad de las bases; y las bases se van creciendo cada vez más hasta convertirse en una especie de institución paralela, con un tufillo dogmático que se huele desde lejos. En efecto, ciertas actitudes, ciertas publicaciones, ciertos congresos emanados de estas bases dan la impresión de ser una miniaturizacion de los grandes concilios, con sus anatema sit para todo aquel que no se incline ante el nuevo al,tar de la progresía.

José María González Ruiz es teólogo.

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