Las relaciones entre la tauromaquia y el arte, planteadas en un curso de la Universidad Menéndez Pelayo
Participan en las discusiones toreros, profesores y críticos
Por primera vez en su historia, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo dedica un seminario a la fiesta de los toros, con el título Arte y tauromaquia. Empieza hoy y terminará el próximo viernes, con la participación de toreros, críticos, escritores y profesores de Universidad. La fiesta, una vez más, reafirma su identidad cultural. Por otra parte, el pasado fin de semana se clausuraron en la citada Universidad, en el palacio de La Magdalena de Santander, otros cursos de los que se habla en la página siguiente.
De nuevo la fiesta de toros se abre a un tema polémico, cual es su entidad cultural, que ha sido defendida y desmentida con pasión desde que se estructura como espectáculo ya en el siglo XVIII. La historia de la tauromaquia, a partir de sus orígenes a caballo, pero principalmente cuando el toreo se desarrolla a pie, tiene carácter de fiesta popular, que evoluciona desde la confrontación simple del hombre con la fiera hasta la posibilidad de crear arte. En su transcurso, la experiencia de los diestros -que se transmite de generación en generación-, la observación del comportamiento de las reses, las reacciones del público ante los lances, crean los cánones del toreo y se reglamenta la lidia, la cual es dividida en tercios, que marcan las tres etapas básicas para conseguir el dominio sobre el toro.En las postrimerías del siglo XVIII ya es posible escribir un tratado de tauromaquia o arte de torear (Pepe-Hillo, 1796), donde el torero "se considera por primera vez", dice Manuel Arroyo, "no un deportista o un hombre al que le gusta aceptar un riesgo, sino un artista". La evolución de la fiesta había sido necesaria para llegar a este supremo estadio. Primero debía ser dominado el toro, con relativas garantías de seguridad para el lidiador; conseguido aquel objetivo, ya podía el torero aportar cuantas variantes le sugiriera su creatividad.
Las reglas de la lidia
Sin embargo, las normas de la lidia no fueron fijadas únicamente para lucimiento del torero, sino que, al propio tiempo, posibilitan la más racional selección de la ganadería de bravo. El toro es elemento esencial del espectáculo, al que caracterizan su trapío, fortaleza, casta y bravura. Se trata de un animal autóctono, cuya permanencia en el solar ibérico sólo es posible mediante una esmerada selección en pureza de la raza., Los criadores de toros de lidia ingeniaron a tal fin unos procedimientos que llevan a cabo en sus fincas, pero la verdadera prueba de bravura del toro es su comportamiento en el ruedo.Por eso la lidia exige que el juego del toro siga unas normas precisas, de más estricta observancia durante la suerte de varas, pues tan importante como el castigo que recibe la fiera -el justo para ahormarla- es la prueba de bravura que se deduce de su pelea con, el caballo. No son, por tanto, unas reglas arbitrarias, inventadas para diversión del público, ni tampoco unos cánones ungidos desagrada tradición, sino que constituyen la única garantía posible de progresiva evolución del espectáculo. En definitiva, la fiesta de toros no es, por naturaleza, un fenómeno anacrónico, puesto que la modifica y perfecciona su propio desarrollo, y la anima una constante dinámica que se produce a impulsos de las capacidades creativas de los lidiadores. Podría incluso decirse que la lidia de cada toro es una nueva experiencia cuyas enseñanzas se aplican en la lidia del toro siguiente.
Hay aquí, por tanto, una bagaje técnico y artístico, acumulado durante siglos, que cada generación recibe y está obligada a transmitir enriquecido. El estudio, conservación y mejora de este legado debería efectuarse por los propios estamentos de la fiesta, pero están incapacitados para ello, pues intervienen en los múltiples intereses que desvirtúan el espectáculo. De ahí que durante décadas se haya solicitado de los poderes públicos la creación de un órgano gestor taurino que vele por la pureza de la fiesta.
Tal solicitud no ha sido atendida jamás. Hubo en los gobiernos de la dictadura la más lamentable incomprensión hacia la naturaleza de la fiesta de toros y los problemas de fondo que la aquejan, y hasta una dolosa tendencia a desnaturalizarla. Durante dicho período fue pasto de los más vergonzosos fraudes, que la sumieron en una profunda crisis artística y de autenticidad, la cual produjo, a su vez , una aguda merma en el interés popular que siempre había despertado el espectáculo.
La democracia, en cambio, lo contempla con mayor. realismo e interés, valora su incuestionable raíz popular, reconoce su categoría de fenómeno artístico, pero hay en sus gobiernos timidez para asumir la responsabilidad de purificarlo y relanzarlo, quizá por no afrontar la ya vieja polémica sobre la licitud moral de las corridas de toros.
La fugacidad de un lance
El seminario de Santander quiza deberá desechar el peregrino argumento de que la fiesta es fuente de inspiración en otras artes, que utilizan con mucho entusiasmo y escaso rigor algunos de sus defensores, y reafirmar, en cambio, con demostraciones serias, que constituye arte en sí misma. Arte que se produce dentro de un tenso dramatismo, y -de ahí que conmueva y deslumbre hasta extremos de delirio en la mera fugacidad de un lance.El arte se produce en el momento mismo del lance y es irrepetible. Por ejemplo, la imagen filmada del toreo miente siempre su realidad, en mayor medida cuando es pura creación artística.
Oímos frecuentemente en estos últimos tiempos: "El vídeo demostró a quienes se entusiasmaron en la plaza con la faena del torero, que tenían psicosis de arte y vieron un espejismo, porque permite apreciar, palmariamente, que esa faena tuvo defectos". Más bien ocurre que el vídeo no puede repetir la emoción que produce la instantaneidad de una creación improvisada y genial aplicada a la peligrosa incertidumbre de la embestida del toro.
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