La Bolsa y la vida política
Hace ya nada menos que cinco años empecé a escribir algunos artículos en la Prensa madrileña, con los que Intentaba -cierta mente con escaso fruto- infundir un poco de optimismo, tanto a los inversores escaldados como a los renuentes y a los novatos. Se publicó el primero en Informaciones el 1 28 de junio de 1977, y más tarde en EL PAIS. La tesis de los mismos, en extracto, es que había que desechar aquel componente irracional que llevó en los años sesenta a unas subidas en Bolsa absolutamente fuera de lo común, jamás alcanzadas en otros países europeos, y que, a partir de 1975, conducía a tremendas bajas en las cotizaciones de valores de empresas que seguían teniendo suculentos beneficios. Que ni lo uno ni lo otro era razonable, y que la Bolsa entraba en un terreno de realidades, siquiera éstas fueran harto flacas. Entonces me tildaron tanto de iluso como de farsante, pero el hecho es que 1980 se cerraba don un índice de 106,11, y 1981, con 124,08, cosa que no había ocurrido desde 1975.Este año, sin embargo, cunde de nuevo el desanimó en los círculos de la Bolsa. Y como decía yo entonces, en el primero de los artículos que cito, vuelve a resucitar la famosa frase de que "la Bolsa es un fiel barómetro de la situación". Esta situación, obviamente, tiene componentes económicos, pero también políticos, y este barómetro, en contra de lo que se nos quiere hacer creer, más que. marcar el tiempo político lo que indica es si a los propietarios. del dinero les gusta o no les gusta. "Nunca llueve a gusto de todos", dice el conocido refrán, cosa que, si ocurre en el campo, con más razón sucede en la política. Probablemente el tiempo que agrada a los inversores no es el mismo que puede gustarle al resto de los ciudadanos. Lo malo es que éstos tienen muy escasas posibilidades de influir sobre el barómetro.
La política y la Bolsa
Por más que la Bolsa sea, en nuestro país, un indicador económico no muy significativo y que en su desmayo concurran especiales circunstancias de coyuntura financiera, no puede despreciarse el componente político de su actual crisis. Se había en seguida de falta de confianza o de imeguridad política. Esto resultaba absurdo en el período 1977-1981, existiendo en el país un Gobierno de derechas y una izquierda sumisa, y asustada. Por dos veces el pueblo había demostrado en las urnas su escaso entusiasmo por las revoluciones. Sin embargo, en los años de declive del franquismo, extrañamente, nadie se sentía desprovisto de las necesarias dosis de confianza y seguridad con las que empujar los índices de las cotizaciones de valores. Y, al respecto, el Servicio de Estudios de la Bolsa de Madrid decía, en 1978, cargado de razón: "¿Había mayor seguridad política en 1972, cuando la Bolsa subía, alegre y confiada, y el país se hallaba pendiente del vencimiento político inseparable de todo régimen personal?... No había mayor seguridad económica; lo que había era menos información económica.
Aunque yo he visto a conspicuos componentes del mundo del dinero jactarse de haber vendido todas sus acciones en 1976 y 1977 y, a juzgar por sus palabras, más como represalia que como precaución, tampoco vamos a suponer que los que venden hoy en demasía, o son cicateros en sus compras o lo hacen con ánimo de desestabilización política. El hecho es que estos componentes psicológicos, avivados por los multiformes ecos de la información y algún que otro soplo de clara intencionalidad política, son corrientes en las economías mediterráneas. El ejemplo de Francia es aleccionador. Cada vez ,que se ha producido una reforma fiscal o política el viento del pánico, ha barrido las cotizaciones de Ja Bolsa. Un anuncio de reforma del impuesto de sucesiones, hecho hace unos años por el entonces ministro de Finanzas Ortoli, provocó una desatinada huida del dinero hacia los seguros bastiones de la banca suiza. En 1976, cuando Barre anunció un eventual estudio del impuesto sobre el capital, se produjo un tal hundimiento de la Bolsa que el trágico día fue llama do el martes negro, recordando el famoso jueves negro de Wall Street, casi cincuenta años atrás. El año siguiente, el anuncio de la proyectada alianza de socialistas y comu nistas llevó a la Bolsa francesa a un mínimo récord de 50,4 puntos, lo que más parecía castigo que consecuencia, mientras que la ruptura de la Unión de Gauche, acaecida poco tiempo después, hizo subir los índices treinta puntos. Y la situación actual en Francia vuelve a ser peligrosa por las razones de siempre: las grandes reformas sociales, económicas y fiscales se estrellan contra lo que gráficamente llaman los franceses le mur de l'argent.
Las acciones y su rentabilidad actual
En nuestro país estamos entrando en la misma peligrosa vía. Una posible subida al poder de los socialistas está haciendo que los inversores cierren los cordones de la Bolsa. Y, sin embargo, jamás se ha podido obtener una rentabilidad más alta en ciertos valores industriales, ni es de esperar que la solidez de las empresas emisoras de los mismos dependa del color de ningún Gobierno. En 1981 se han podido adquirir acciones pagando solamente el 40% de su valor nominal. Aun contando con el coste de los derechos de suscripción necesarios para la compra, una acción de quinientas pesetas no costó más de 250 pesetas, cifra de la que, en buena lógica, hay que deducir el 20% de desgravación en el impuesto sobre la renta. Como los dividendos, que suelen ser del 10% del nominal de la acción, llegan íntegros a manos del perceptor, debido a la doble desgravación, de que disfrutan, ello representa remunerar 250 pesetas de inversión con cincuenta, o sea, un 25% de rentabilidad. En casos no tan beneficiosos esta renta oscilará entre el 20% y el 25%. Ninguna otra inversión ofrece más.Y no se arguya que los valores industriales de esta clase pueden sufrir pérdida en sus cotizaciones. Difícil sería que los diez o doce puntos de ventaja entre la cotización y el valor de emisión fueran devorados por oscilaciones de la Bolsa. En todo caso, una rentabilidad del 25% supone amortizar el coste de adquisición en cuatro años. ¿Para qué vender, pues?
El fantasma de las nacionalizaciones
Pero, puestos a hacer augurios catastróficos, las Casandras de turno exhiben otro más, un poco como en el famoso cuento, pues se trata "de que nos coja el toro". Algunos acaudalados amigos, poco proclives a veleidades democráticas, cuando les he aconsejado el invertir ahora en valores de determinadas empresas eléctricas, me han contestado, rápida y sañudamente: "¿Pero no sabes, infeliz, que cuando ganen los socialistas van a nacionalizar las empresas eléctricas, pagando por las acciones la media de cotización de los tres últimos años y dando títulos no negociables al 4% de interés?". Y lo dicen con tanta seguridad que parece talmente como si Felipe González les hubiera invitado a cenar para hacerles estas confidencias financieras entre el café y el oloroso Cohibas. Habríaque saber, en principio, para poder hacer tan negras predicciones, las posibilidades de cumplinúento de toda una serie de hechos. Primero, que ganen los socialistas las elecciones; segundo, que quieran efectuar nacionalizaciones; tercero, que puedan, y cuarto, que fijen unilateralmente el precio de las acciones de las empresas a nacionalizar. Las sociedades no están indefensas ante las decisiones económicas de los Gobiernos. Véase lo que ha ocurrido en Francia, país del cual nos llegan hoy los temerosos ecos de las nacionalizaciones socialistas. En el forcejeo entre la Administración y las empresas ha intervenido Le Conseil Constitutionnel, y ha mejorado a favor de los accionistas los términos de compra de acciones ofrecidos por Hacienda. El cálculo del valor de las acciones se basa en tres magnitudes y no solamente en los valores en Bolsa. Un 50% de éste, en la cotización media de 1978, 1979 y 1980. Un 25%, diez veces el beneficio neto medio en el mismo período, y el 25% restante, por el valor de los activos netos de las empresas. Se van a abonar a los accionistas los dividendos de 1981, no conocidos en el momento de, este acuerdo, aumentando en un 14% los de 1980. Por el monto de las acciones, así determinado, se entregarán obligaciones con un interés anual del 16%.
En estas condiciones, benditas serían las nacionalizaciones.
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