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Crítica:POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Echo and The Bunnymen, la psicodelia moderna

Ya ha finalizado la temporada. Los madrileños que a lo largo del año han estado acudiendo a Rock Ola como quien busca La Meca se lanzan ahora a una prometedora diáspora veraniega hasta que el 23 de agosto puedan reunirse de nuevo para contemplar los respectivos morenos y escuchar la magia de King Crimson y Roxy Music (más Los Secretos). Lo cierto es que la despedida, los pasados miércoles y jueves, resultó de lo más venturosa. Actuaban Echo and The Bunnymen, uno de esos grupos que los ingleses llaman de culto y con los que se nos había amenazado numerosas veces a lo largo del año sin que la cosa se concretara.

El ambiente de Rock Ola era completo. Tanto, que apenas se podía respirar. El sudor empapaba los posibles encantos del personal y quien más quien menos debía pensar que esto de ser aficionado a la música moderna es cosa de rnucho sufrimiento. Por lo menos, la actuación de los ingleses fue brillante. De entrada, tienen la ventaja de ser fácilmente localizables, porque cuando se les escucha no hay manera de olvidar a los Doors o a Lou Reed. Quiérese decir que lo suyo no es nada complaciente.

Las canciones suelen resultar verdaderas salvajadas de tensión, y el sonido, altísimo, venía a resultar la última componente del infierno de los condenados.

Lo fundamental en este grupo es la voz de su inmóvil cantante, lan McCulloch, y la guitarra de Will Sergeant. Ian es un tipo de aspecto decididamente juvenil, con el pelo algo soliviantado por la coronilla y una dificultad inmensa para la locomoción. Esto es, que no dio un paso en todo el concierto. Pero tampoco se trataba de eso. Uno se quedaba extasiado con sólo verle abrir las fauces. Y escuchando lo que salía de ellas.

Una voz flexible

Si bien es algo de general conocimiento que los ingleses y americanos cantan con especial habilidad, lo de este hombre ya es otra cosa. La voz interpreta las canciones con una flexibilidad y un sentido inmensos. Por allí van desfilando sufrimientos, quejas, pequeñas alegrías moderadas por la incredulidad, todo un mundillo de sentimientos que ese señor nos hace llegar con facilidad pasmosa.Claro, juega con la ventaja de que su grupo apoya bien, con unas bases rítmicas potentísimas y, sobre todo, una respuesta por parte de la guitarra que recorría a su modo parecidas pesadillas que las expresadas por la voz.

Lo curioso es que la música era pura psicodelia. Moderna, pero psicodelia al fin. Un asalto global a los sentidos desde una perspectiva romántica. Pero no nuevo-romántica, por favor.

Este es el romanticismo que provocan los cementerios, la cara distorsionada de un mundo que ofrece pocas ocasiones para la risa. Echo and The Bunnymen parecen entenderlo bien. No son los únicos.

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