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¿Sólo los vascos tienen problemas?

En estos tiempos abunda la publicación de artículos-recetas que pretenden tratar a buena parte del pueblo vasco como un enfermo al que hay que dar una elemental medicina. Estas recetas recuerdan lo más parecido a los consejos inútiles. No sólo porque son de un simplismo que debería haber pasado ya a mejor vida, sino porque trazan perfectamente el camino por donde no se va a ninguna parte. La tendencia, sin embargo, está ahí. El cambio ha sido espectacular. No hace mucho el pueblo vasco era noble y misterioso, luchador, punta de lanza, en suma, de la esperada nueva democracia. Ya no es así.Se han revelado -paganos, en el fondo, ellos- como unos incordiantes plenos de irracionalidad y sedientos de violencia. Más aún, estarían destruyendo las escasas posibilidades qúe tenemos de construir una sociedad adulta y europea.

Uno tiene la impresión de que el autoengaño y la mala conciencia guían estos supuestos análisis. Así, se nos dice que el fenómeno de proyección desempeña un papel esencial en la situación vasca actual. Resultaría que los vascos, con complejo de inferioridad y retraso cultural, trasladarían al- exterior, a los otros, sus sentimientos de culpa para protegerse y autoafirmarse. Se podría reducir al absurdo tamaña simpleza contraargumentando de la siguiente manera: un pueblo con un complejo de inferioridad -Unamuno dixit- tan acusado y con una cultura tan tercermundista corno el español necesitaría un chivo expiatorio, y ningún chivo mejor que un pueblo tan poco acomodable como el vasco. O cuando se habla de . una mitología y un folklore cargado de restos atávicos" (sic). ¿Quiere esto decir que el arrastre de bueyes, por ejemplo, es atávico mientras que el toreo es un alarde de modernidad? Y nada digamos de la forzada y, por tanto, seudoidentidad de los emigrantes.

- O sea, que si hay enfrentamiento cultural entre comunidades distintas, malo, y si hay asimilación, peor. Por cierto, los vascos que vivimos en Madrid sabemos bastante de incomprensión, desprecios y tantas cosas más. Nada extraño si contemplamos la doctrina oficial que nos sirven la mayoría de los medios de comunicación. Lo cual no quita para que los vascos en Madrid nos sintamos a gusto con muchas cosas, tengamos excelentes amigos y estemos agradecidos, y esto no por recelo o sabe Dios por qué, si no porque nuestra vida está aquí.

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Pero es que además el asunto fundamental no es ese. Si tanto es el interés de los justamente

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preocupados por resolver el problema vasco no les vendría mal, por una vez, cambiar de postura y volverse hacia los partidos políticos y grupos ciudadanos.

Que les pregunten -y es un -ejemplo importante que siempre se escamotea- por qué. no defienden, o simplemente reconocen, los deseos de autodeterminación como los defendieron y reconocieron en otros tiempos. Que les pregunten eso y tantas cosas más. Que les pregunten por qué hemos de admitir que la concesión continua se convierta, en sus manos, en sabia flexibilidad.

Cuando algunos. hablan de Euskadi parece como si lo hicieron desde el Cóngo. El que lo hagan desde Madrid el una muestra de que la distancia geográfica no tiene por qué coincidir con la distancia real.

Hay razones para sospechar que no conocen aquellas tierras ni de visita. No, estaría mal que ante fenómenos tan complejos usaran la vieja virtud de la prudencia. Si los vascos -es lo que intento hacer allí con mis amigos- deberían pedir a los vascos que se acerquen y comprendan a los otros, los que no lo son -psicólogos o lo que sea- podrían repetir la operación con los suyos.

Los vascos tenemos ya suficientes defectos como para que nos carguen encima otros añadidos. Y que nos los carguen desde la irresponsabilidad y la autojustificación infantil. ¿A quién sé quiere predicar de esta manera? No a los vascos, ya que este tipo dé sermones les sonará a chino.

Tal vez sólo a quienes, poco espabilados y muy a lo lejos, les guste que el escriba de turno les tranquilice en su inercia, sus tópicos y sus pocas ganas de pensar. Lo grave es que así no se hace nada -todo lo contrario- por ir solucionando un problema de convivencia que, ciertamente, existe.

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