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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reforma de la enseñanza militar

LA ACADEMIA de San Javier, el día 14; la Academia General de Zaragoza, el día 15, y la Escuela Naval de Marín, el día 16, han sido escenario de la solemne entrega de despachos por el Rey a los nuevos tenientes -79 de Aviación, 345 del Ejército de Tierra y 119 de la Armada- que se incorporan a los cuadros de mando de nuestras Fuerzas Armadas. La lectura de las alocuciones pronunciadas ante don Juan Carlos en los tres centros ilustran parcialmente sobre algunos de los criterios actualmente imperantes en la enseñanza de la carrera de las armas.El director de la Academia General del Aire, coronel Alejandro García González, subrayó, en San Javier, a los nuevos oficiales que la condición militar "exige una conciencia única", así como un ideal común, "que es el concepto tradicional de patria, el mismo para todos los ejércitos del mundo". El director de enseñanza del Ejército, general José Pérez-Iñigo, resaltó, en Zaragoza, que "ser militar es una forma de ser y de estar, de sentir y de pensar, de hablar y de actuar", y encareció a los nuevos tenientes para que mantuvieran el patriotismo a la máxima altura y despreciaran "a los que pongan en duda tan elevado sentimiento". Aunque los actos de entrega de despachos se prestan fácilmente a las arengas fundamentalmente emotivas, el comandante director de la Escuela Naval, capitán de navío José T. Sánchez de Ocaña y Erice, aprovechó, sin embargo, la ocasión para aludir en su discurso al desafío tecnológico, a la revolución microelectrónica (cuyos equipos incorporan inteligencia en lugar de energía) y a la forma en que estos cambios afectarán al arte de la guerra. El director de la Academia de Marín insistió, igualmente, en la necesidad de adecuar la preparación militar, no sólo para asimilar las nuevas tecnologías, sino también para comprender las transformaciones sociales. Esta elogiable preocupación por la educación permanente, por hacer frente de manera constructiva a los, retos ímplicados en la revolución tecnológica y a los cambios irreversibles en la mentalidad y en los comportamientos de los hombres, resultará probablemente mucho más pertinente para la formación de nuestros oficiales que la reiteración de ideas recibidas y la formulación retórica de exhortaciones.

Aunque nadie pueda extrañarse del profundo colorido emocional que suele caracterizar a las arengas militares, resulta necesario recordar que ni el patriotismo es una convicción monopolizada por los hombres de la milicia ni la formación de las Fuerzas Armadas de una sociedad industrializada y de un Estado democrático puede agotarse en el fortalecimiento de ese sentimiento. Nada más antipatriótico que los intentos -típicos de la ultraderecha civil, dedicada a manipular a las Fuerzas Armadas mediante la adulación o la mímesis de sus valores y símbolos- de reservar la exclusiva de los sentimientos patrióticos a unas decenas de miles de correligionarios en el sectarismo y de expulsar a millones y millones de españoles a las irreales tinieblas de una fantasmagórica anti-España. El patriotismo, entendido como vinculación afectiva con la historia, con el presente y con los proyectos de todos los españoles, habita en los cuarteles, pero también en las fábricas, las oficinas, las universidades y los campos de labor. La idea de conceder el monopolio del patriotismo, o la patente de un patriotismo de primera, a los militares profesionales es una absurda pretensión que no procede tanto del interior de las Fuerzas Armadas como de los grupúsculos civiles que tratan de instrumentarlas. La aborrecible tentativa de apoderarse de España para contraponerla, como entidad descamada y abstracta, a los españoles de carne y hueso es el mayor crimen de lesa patria que puede concebirse. Porque España no es una idea de laboratorio, sino una realidad humana que pertenece, como patria común, a todos los españoles. Como escribiera el anterior director de la Academia de Zaragoza, general Luis Pinilla, "sin amor al pueblo español no puede haber verdadero amor a la patria".

La reforma de la enseñanza militar, anunciada en la ley orgánica de Criterios Básicos de la Defensa, de 1979, aguarda todavía su urgente materialización. Ni el Ministerio de Defensa ni las Comisiones de Defensa del Congreso y del Senado han prestado la debida atención a un proyecto de cuya correcto planteamiento y realización depende, en buena parte, el definitivo ajuste de las Fuerzas Armadas con la sociedad española de la década de los ochenta y con el ordenamiento político de nuestra monarquía parlamentaría. La modernización de los planes de estudio, la potenciación de las enseñanzas humanistas, la selección del profesorado, la elevación del nivel de preparación tecnológica, la formación acorde con los principios constitucionales y democráticos, la conjunción de los valores específicamente castrenses con los valores genéricamente cívicos y el esfuerzo para aproximar a los jóvenes dedicados a la carrera militar con sus coetáneos del mundo universitario y del mundo del trabajo, son algunos de los objetivos que debería proponerse esa reforma pedagógica. Este sería el camino para reducir los excesivos índices de reclutamiento endogámico de la carrera de las armas y para extender la vocación militar a zonas geográficas y a grupos sociales e ideológicos, donde ha prendido hasta ahora débilmente.

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