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MUSICA

Juan Alfonso García, cabeza de la actual escuela granadina

El compositor granadino Juan Alfonso García acaba de estrenar, en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, su cantata Paraíso cerrado, cuyo triunfo confirma la significación del autor como cabeza de la actual escuela musical granadina. En la onda del gongorismo que acompañó la aparición de la generación del 27, Federico García Lorca llamó la atención sobre un admirable poeta granadino cuyo barroco, sin dejar de serlo, es bastante menos enigmático que con frecuencia resulta el del autor del Soneto a Córdoba.Después, como apunta Juan Alfonso García, la atención hacia Pedro Soto de Rojas se ha multiplicado en los escritos de Gallego Burín, Emilio Orozco, Gallego Morell y muchos más. Por otra parte, la creación de Soto está hoy al alcance de la mano en ediciones cuidadas y asequibles.

Muchas veces escuché decir a Gallego Burín que el Albaicín era el alma de Granada. En sus alturas tenía Soto de Rojas su carmen. Más que una idea arquitectónica, el carmen granadino constituye la cifra y el símbolo de una manera de ser y un modo de vivir. "Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos", dice Soto de Rojas, y su poética definición, por certera, permanece con toda su carga de significaciones poéticas asumida por los más ilustres rimadores de España.

Juan Alfonso García es uno de esos pocos a los que Granada abrió las puertas de su paraíso de par en par. Nacido en Extremadura a mediados de los años treinta, Juan Alfonso reside en la ciudad de la Alhambra desde los diez años. De su maestro, Valentín Ruiz Aznar, aprendió cuanto se puede enseñar. Entre otras cosas, una capacidad de magisterio que ha cuajado en una serie de discípulos-amigos que forman lo que se conoce como escuela musical de Granada, aun cuando no todos sean granadinos. En suma, como Juan Alfonso, como el mismo Manuel de Falla, todos ellos son y se sienten de Granada, pues este paraíso es, a la vez, cerrado y abierto, pues posee tanto poder centrífugo como centrípeto.

Músico de 'nación'

Como dirían nuestros clásicos, Juan Alfonso es músico de nación, y ello se echa de ver en toda su obra, tanto la organística como la vocal e instrumental, tocada como está de un temblor emocional especialmente apto para cantar los versos que escribiera Rojas hace cuatro siglos. Carece el compositor del menor sentido gregario; así es que su pluma surca los pentagramas movida por un impulso de libertad. Dice lo que siente y siente lo que dice, y está claro que, ante el misterio poético de la Granada de Sotos, la intimidad de Juan Alfonso responde como un afán expresivo detectable en dos direcciones: la exteriorización comunicativa y la interiorización; esto es, el hacer la música para si mismo, como vía para satisfacer una necesidad hondamente entrañable.La cantata estrenada ahora y titulada precisamente Paraíso cerrado es, antes que otra cosa, una música entrañable y profunda, sencilla y expresiva, bien pensada y escrita, a cuyo mensaje es difícil sustraerse. A lo largo de sus distintos fragmentos -ceñidos en principio a formas determinadas, como el aria, el motete o el salmo- transitamos un sendero que va desde la espectacular y actualísima orquestación del exordio hasta la simple humanidad del salmo, heredero de un pasado polifónico que va desde los maestros del Siglo de Oro hasta los ejemplos del propio Ruiz Aznar, en los que vibraba la influencia de Manuel de Falla, que Juan Alfonso ha asimilado de buena gana. En Paraíso cerrado hay momentos que -más por su contenido que por su técnica- parecen evocar los tramos religiosos de la Atlántida.

Intimidad poética

En medio de las grandes páginas sinfónico-corales, Paraíso cerrado hace un alto que, a su vez, es clímax de su intimidad poética: ese Canto del agua, casi una letanía, en el que parecen darse la mano Góngora, Lope, Soto y García Lorca. Es quizá el centro del misterio que habita en toda la obra: como esas pequeñas plazuelas de los jardines granadinos, que sólo descubren su secreto cuando se accede a ellas.El éxito de Juan Alfonso fue total a lo que contribuyó la excelente versión de Cristóbal Halffter al frente de la Orquesta y Coro nacionales, con la colaboración, justa y expresiva, de la soprano Adelinda Alvarez. Antes, Cristóbal demostró su buen criterio de músico nato y maestro consumado en las Danzas fantásticas, de Turina, y en la Sinfonía en do, de Stranvinski, magnífico ejemplo de vino nuevo en odres antiguos.

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