Once guerras y la guerra
EL DEPARTAMENTo de Estado de Estados Unidos considera que en estos momentos hay once guerras en el mundo. Si una de ellas -la de las Malvinas, no enteramente liquidada todavía- afecta a un país europeo desarrollado -Gran Bretaña- y otra a la Unión Soviética -la de Afganistán-, en todas ellas combaten países del Tercer Mundo. Unos veintitrés países están combatiendo directamente; otros intervienen más o menos abiertamente y prestan su apoyo a los combatientes. Gran Bretaña y Argentina en las islas del Atlantico sur; Israel, Siria y Líbano en el territorio libanés; Irán e Irak en sus fronteras; la Unión Soviética en Afganistán; Chad, invadido por Libia; Etiopía, ayudada por la Unión Soviética, contra Eritrea y Somalia, en el Cuerno de Africa; Yemen del Norte, apoyado por Arabia Saudí, contra las guerrillas de Yemen del Sur; Marruecos y el Frente Polisario, con la ayuda de Argelia, en el Sáhara; el Ejército de Africa del Sur frente a las guerrillas del SWAPO en Namibia; la guerra civil de El Salvador (con intervención de otros Estados: según Washington, los guerrilleros están apoyados por Cuba, Nicaragua y la Unión Soviética; los guerrilleros, por el contrario, denuncian la participación de Estados Unidos), y, en fin, la de Camboya, entre los jemeres rojos y el Vietnam, con otros apoyos. Estas guerras pueden haber causado ya más de 200.000 muertos en combate (de algunas no se tienen cifras concretas) y otros muchos más entre poblaciones civiles: en Camboya, según un cálculo de la CIA, el régimen de Pol Pot habría causado más de un millón de muertos entre los civiles.Una evaluación que puede considerarse optimista de estas guerras es la de que están sustituyendo a una guerra mundial: el desafío entre las dos grandes potencias globales se iría desarrollando en las fronteras de las zonas de influencia; la Unión Soviética estaría alimentando esos conflictos y otros que podrán producirse sucesivamente, para minar a Estados Unidos y al mundo occidental en su economía -que aún se basa en elementos coloniales: la explotación de las materias primas y la mano de obra barata de los países del Tercer Mundo-, y consiguiendo, poco a poco, una asfixia en el mundo occidental que ya se está percibiendo, y de una manera creciente, desde hace años. El reverso de esa opinión es la de que es Estados Unidos quien va cerrando poco a poco el cerco en tomo a la Unión Soviética; y también es cierto que, desde hace años, la capacidad exterior e interior del régimen soviético disminuye aceleradamente.
La versión más pesimista es la de que el aumento de conflictos armados y la forma en que unos influyen con los otros no es la sustitución de una gran guerra, sino su prólogo. En el momento en que una de las grandes potencias, o las dos, se vieran definitivamente amenazadas y sin otro recurso, podrían desencadenar un gran ataque. Puede distinguirse aquí otra fragilísima división entre una guerra convencional y una guerra nuclear sin límites. Puede calcularse otra vez que una guerra convencional (que por la importancia técnica de las armas modernas, probadas en estos momentos en las Malvinas y en Líbano, sería incomparablemente más mortífera que la segunda guerra mundial) podría sólo sostenerse hasta que uno de los bandos se considerase perdido y acudiese como última razón a su arsenal nuclear...
No hay que perder de vista la dinámica propia de estas guerras. La presencia en todas ellas de países del Tercer Mundo (Africa, Asia, América Latina) indica, sobre todo, un desafío abierto a la forma atenuada o alotrópica del colonialismo, al final de las esperanzas de estos países en todos los planes, organismos y ayudas para salir de su subdesarrollo, y a su decisión de combatir incluso a sus Gobiernos, a los que consideran colaboracionistas o impuestos. La reducción a términos locales de todas estas guerras, y la simultaneidad de sus características, indica algo que puede ser más grave: que las grandes naciones no son capaces de contenerlas y que, por lo tanto, de nada valdrían tratados o acuerdos. Se escapan de sus manos. La presión de Estados Unidos no ha conseguido la paz en las Malvinas; ha multiplicado, en cambio, el sentimiento de respuesta de Latinoamérica. La dinámica de la acción judía en Líbano se ha producido de tal forma que incluso ha creado enfrentamientos en el interior del equipo político de la Casa Blanca y en el Congreso de Estados Unidos. La incapacidad de controlar esas guerras se resuelve de la peor manera posible: tratando de ayudar a una de las dos Partes. Podría suceder así que la Unión Soviética, por una parte, y Estados Unidos, por la otra, lleguen a verse envueltos en situaciones que no desean y a enfrentarse entre sí solamente por el miedo de cada uno a que el otro explote las situaciones.
El pronóstico actual es el de que la mayor parte de estos conflictos tiende a convertirse en permanente. Algunos duran desde hace muchos años. Cada bando está recibiendo un impresionante flujo de armas, de ayudas y de estímulos. Ninguno es resolutorio. La guerra de Líbano es consecuencia de decenios de incapacidad de arreglar la cuestión entre árabes y judíos; Indochina no ha dejado de estar en guerra desde la mundial... Puede calcularse que a estas situaciones se irán uniendo otras, y no hay ningún indicio racional de que pueda llegarse a una convención mundial que eslablezca unas condiciones válidas de convivencia. Si se llega a conseguir que estos conflictos se enquisten y no conduzcan a una guerra generalizada ya será mucho. Y, sin embargo, todo irá ocasionando un deterioro cada vez mayor de la vida en esta tierra.
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