Astor Piazzoffa, el tango y las bellas artes
¿Dónde vas Madrid? ¡Que te quedas sin gente! O al menos sin público musical, que viene a ser lo mismo. Al igual que el pasado martes apenas trescientas personas tuvieron ocasión de gozar con el inmenso concierto de jazz moderno que ofrecieron Jack de Johnette y su grupo (véase primera edición de EL PAÍS de ayer), otras trescientas de predominio argentino acudieron el miércoles al teatro Alcalá Palace para escuchar el bandoneón de Astor Piazzolla.Hay quien opina que tan magra entrada podía deberse al partido que España acababa de librar con Honduras. Aunque lo cierto es que los tangos de Piazzolla eran la perfecta guinda anímica para tan delirante descalabro. Pero, en fin, allí estaban los que fueron, y como el mismo Piazzolla manifestaba antes del concierto, "con que haya cien personas nos es suficiente. La próxima vez vendrán muchísimas más". Se agradece ese talante, pero el hecho de que la gente no se moviera indica varias cosas, a cual más preocupante. Y la fundamental, una vez descartadas la vagancia, la falta de afición verdadera y la ausencia de inquietud, reside en que, por mor de las multinacionales de la música, los oyentes de España nos encontramos en el más absoluto desconocimiento de lo que sucede en Brasil, Argentina o Italia.
Sala de conciertos
El caso es que el concierto se produjo. Una música extraordinariamente peculiar que combinaba el tango con la milonga con un tratamiento perfectamente orquestal en el que incluso las secciones instrumentales se definían como, en una sala de conciertos. El clasicismo del concepto se reflejaba igualmente en instrumentistas como Pablo Ziegler, al piano; Fernando Suárez Paz, al violín; Oscar López Ruiz, a la guitarra, o Héctor Console, al bajo. Y Astor Piazzolla, al bandoneón. Todos ellos, frente a una audiencia lógicamente entregada y solidaria, realizaron un recital de factura muy desigual. Quiero decir que cuando atrapaban un ramalazo de lirismo, aquello solía resultar emocionante, pero a veces melifluo. Que cuando se adentraban en avalanchas (de sonido, la conclusión podía resultar tanto grandiosa como cargante.En todo caso, Astor Piazzolla se mostró como lo que es: un creador. Me resisto a admitir que de música popular, como él mismo gusta de afirmar, pero creador al fin. Tanto las canciones como su forma de interpretarlas al instrumento pueden poseer una raíz popular neta y clara, pero el tratamiento y arreglos que escuchamos en el Alcalá Palace rezumaban academicismo. Aquello parecía una puesta al día de los últimos grandes compositores orquestales europeos, como Stravinski o Bartok, sumada a esta sensación el hecho de que estos mismos compositores, como el brasileño Villalobos o el mucho menor Aaron Copeland en Estados Unidos, echaran mano de aires populares con una enorme frecuencia. Todo ello no quiere decir que el concierto no fuera intenso, sentido. Ni que este sea el único Piazzolla que existe. Hubo grandes momentos de emoción inevitable, hubo verdadera hermosura, incluso de sensualidad. Con todo, esta formación y esta visita nos ha ofrecido sólo una cara del maestro.
Babelia
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