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El gozo de Turina y un estreno de Blanquer

Concierto. Oración del Torero, de Turina.Vida de María, de Blanquer (cantata sobre textos de J. Rois de Corella). Misa en la bemol mayor, de Schubert. Solistas: C. Bustamante, M. Martorell, L. Climent y V. J. Alonso. Orfeón Navarro Reverter; director, J. Ribera. Orquesta de la Radiotelevisión Española; director, E. García Asensio.

Teatro Principal (de Valencia), 10 de junio de 1982.

Un aniversario, los cien años del nacimiento de Joaquín Turina; un estreno mundial, obra de Amando Blanquer, alcoyano, y un clásico infrecuente, Schubert de iglesia, componen el argumento para un concierto memorable. La Caja de Ahorros nos recordó su patrocinio con su escudo reflectante, como señal de tráfico, en el estrado.

Como apertura, el Adagietto, de Turina: su Oración del torero, de 1925, leída con una naturalidad y un oficio que honran a orquesta y a director. Y a continuación, el estreno.

Un crítico honesto debe reconocer, y lo digo de una vez por todas, que una escucha sola es insuficiente para dar parte de una música de envergadura. Y la partitura de Blanquer cuenta con envergadura. Por eso apunto sólo sospechas, con mi mejor buena fe. Y digo, en primer lugar que la Vida de María es música generosa y gozosa, como las palabras piden. Y esto merece particular gratitud en un siglo hecho de rigores y de angustias en lo que a la música toca. Están presentes tradiciones que, con apariencia de veleidosas, acaso son las más firmes: pienso en el Strawinski de Las bodas, que se abre en Venecia con las Sinfonías para instrumentos de viento y se disciplina luego en el Septeto, de 1953. Blanquer ama la disciplina, pero no la exhibe, y elude la trampa del rigor lujoso. Y me parece oportuna la alusión a Messiaen y a su alumnado: en ocasiones, alquimia de esta cantata remite al Pli selon pli, una de las pócimas más excitantes de nuestro tiempo, obra de Boulez. En resumen: una música de gozo, y como dicen los italianos mejor que nosotros, spregiudicata.

Schubert devoto es una maravilla poco conocida entre las maravillas de Schubert. Su Misa en la bemol, contemporánea de la Misa solemnis, de Beethoven, pertenece, sin embargo, a la descendencia de las grandes misas del último Haydn. Y Mozart no le es ajeno. Toda o casi toda ella es un inmenso lied polifónico.

Trabajo del orfeón

El trabajo del orfeón y de su director, Jesús Ribera, merece respeto y acogida. Tanto en el estreno como en la Misa, nada fácil, el orfeón mantuvo un apreciable decoro. Si al forte le falta cuerpo o las agilidades no alcanzan la plena nitidez -fuga del Gloria- es cosa de tiempo y dedicación. Blanquer, con buen juicio, desplaza lo más arduo de su partitura hacia los instrumentos. Schubert es menos considerado.La orquesta, justa en Turina; feliz, a mi juicio, en Blanquer, y fluida, aunque un punto maciza, poco transparente, en Schubert.

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