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Taurofilosofías

Su emocionante no a la rendición, el magnífico aguante final de su combatividad y de su casta, embistiendo ya muerto a las telas, de uno de los toros de José Luis Ambel lidiados en este San Isidro, me devuelven el gran lema vital y literario de Hemingway -"ser destruido, pero no vencido"- y, de aquí, me remiten al rastreo de Andrés Amorós Los toros en la literatura, inserto en el último tomo del Cossío.Es el de Amorós un trabajo largo, de indudable importancia, en el que alguna referencia, sobre todo no española, me falta (quizá porque ya se dio en volúmenes anteriores) y alguna otra se me queda algo corta. Por ejemplo, y aunque el joven ensayista cita de pasada el nombre de su autor al ocuparse de Bergamín, creo que el texto Intermedio taurino, de P. L. Landsberg, merecía un comentario específico.

Discípulo de Scheler y huido a París al tomar el poder los nazis, aquel pensador terminó al fin sus días en un campo de concentración. Su filosófico parangón entre la vida del ser humano y la lidia de un toro bravo coincide en su segundo postulado con la aludida divisa de Hemingway: cualquier lucha contra la muerte es, de antemano, un fracaso, y el esplendor de esa lucha no puede estar en su resultado, sino en su dignidad. Como el toro, remata Landsberg, "el hombre nunca desespera mientras vive, pero la certidumbre de una posible victoria sólo se encuentra en la vida cristiana". Acordes o no con esta última y amortiguadora conclusión, lo que nos cae en total certeza es la rigurosa calidad del texto de Landsberg y el buen concierto de su contenido metafísico con el conocimiento vivo que de la corrida demuestra y que debió de adquirir en sus dos viajes a Barcelona, donde dictó unos cursos monográficos.

En igual línea idealista y en nutridos parajes de su España virgen, el estadounidense Waldo Frank edifica con el tema taurino un majestuoso montaje cultural, en el que comparecen desde Dionisos y Príapo hasta Cristo en el Calvario y la Virgen (genial y semanasanteramente llamó Alberti dolorosa grana al toro en el último tercio) y desde las Danzas de la vida y la muerte hasta la equiparación de la corrida a "símbolo completo del acto sexual", en el que "el toro es macho, y el torero exquisito, incitando y recatándose, dominando los arranques del toro con disimulada pasión, es la hembra". Pero, bueno, quién diría que del humanismo superpacifista, del mismo Rousseau iba a surgir un elogio a los toros, que, en su opinión, "contribuyeron no poco a vigorizar la nación española" (!)?

Pedro Caba se remonta al hombre prehistórico para sopesar el ceremonial taurino, al que acaba de declarar como una forma de cultura, con largas resonancias religiosas, psicológicas y étnicas. Y si Leopoldo Azancot, parafraseando un tanto a Borges, ve en la lidia el mito de Teseo y el minotauro, el brasileño Osman Lins, en sus inocentes y excelentes escritos taurinos sanfermineros, también se remonta a una pensativa antigüedad de anfiteatros y liturgias, a un universo ritual llevado en Francia a grado máximo, respecto a lo taurino, por René Char en poesía y por Montherlant en estudios y obra de creación.

De nuevo. entre españoles, Guillermo Sureda, Alvaro Fernández Suárez y el pintor Ramón Gaya, bien en libros o en textos breves, han llevado lejos y con buen pulso diversas tesis de pensamiento sobre la fiesta mortal. Y en el terreno político-filosófico, Jean Cau se las monta por todo lo alto al negar una afiliación de derechas a los toros, de los que urde una apología en todo opuesta a las pocas cuanto adversas líneas que el ya mentado simurg Jorge Luis Borges dispensa a las corridas en el prólogo a mi libro El viejo país.

Cierto que todo lo aquí señalado -briznas o dilatados textos- no ha caído fuera del atento y bien escrito trabajo de Amorós; algo de ello aparece en él, y otros algos ya deben haber sido tenidos en cuenta por los precedentes tomos del Cossío. Pero quede aquí este apresurado puñado de memorietas, mientras la feria madrileña aborda su tramo final.

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