El freno a la concentración de la riqueza, uno de los ejes de la campaña electoral colombiana
El empobrecimiento de las grandes mayorías ha sido tan notorio en Colombia durante los últimos ocho años de Gobierno liberal que todos los candidatos, de derecha a izquierda, han incorporado a su muestrario de campaña el freno a la concentración de la riqueza.
En menos de una década, tres empresarios (Jaime Michelsen, Julio Santodomingo y Carlos Ardila) han hecho de sus corporaciones financieras holdings que controlan la economía colombiana, a veces con manejos fraudulentos del pequeño ahorro, como se ha demostrado con los fondos de inversión del grupo grancolombiano.Es tanto el poder acumulado en estas tres manos que parece poco probable que pueda ser frenado por el nuevo presidente, que con seguridad tendrá que pagar a uno varios de ellos deudas, políticas económicas, contraídas durante la campaña.
El candidato liberal Alfonso López Michelsen ha llevado la peor parte en este debate. Sus tres contrincantes le acusan de haber cimentado en su anterior mandato presidencial el poderío de las corporaciones financieras. Los belisaristas dicen que el despegue del grupo grancolombiano, encabezado por su primo Jaime Michelsen, se inició con el manejo de los fondos del seguro social.
López Michelsen, que ha introducido en esta campaña la novedad de llevar al Partido Liberal al ámbito de la socialdemocracia, incluido el ingreso en la Internacional Socialista, ha anunciado que legislará el mundo de las finanzas para evitar que los grandes grupos puedan utilizar el ahorro ajeno en el control de empresas.
La industria del dinero, que es la más productiva del país con tasas de interés que superan el 40%, contrasta con la pobreza generalizada.
Según datos que maneja Alberto Díaz del Castillo, belisarista y autor de La tercera alternativa, más de la mitad de la población obtiene ingresos inferiores a los 7.000 pesos mensuales (112.000 pesetas), que es el salario mínimo oficial. Sólo con este altísimo nivel de subempleo se explica que las estadísticas del Gobierno sostengan cifras de paro (10%) relativamente bajas.
El dato tal vez más aterrador es que únicamente el 4% de la población activa gana más de 20.000 pesos mensuales (34.000 pesetas), cuando se calculal que la cesta de la compra de una familia tipo (padres y cuatro hijos) cuesta en Bogotá 24.000 pesos.
Sueldos y salarios increibles
La desnutrición es una de las secuelas. El 56% de los menores de cinco años presentan deficiencias alimentarias, y de ellos, el 28% sufre desnutrición de primer grado. El consumo promedio de calorías tiene un déficit diario de quinientas calorías respecto a los niveles de suficiencia. En Colombia se padece hambre.El déficit de viviendas se cifra en un millón, lo que significa que seis millones de colombianos (uno de cada cinco) carecen de techo homologable. De ahí que las casas sin entrega inicial haya sido uno de los ganchos del belisario Betancur.
Salud y educación no ofrecen un panorama más halagüeño. En esta situación la demanda interna se ha contraído a límites casi increíbles, con el consiguiente descenso de la actividad industrial. "En veinte años", dice Alberto Díaz del Castillo, "no se ha creado una gran industria nueva. Se calcula que cada año ingresan al mercado laboral 250.000 colombianos. En buena parte deberían ser absorbidos por la industria, que en 1981 produjo un déficit neto de 1.800 empleos".
Concentración de la riqueza, proletarización de las clases medias, empobrecimiento de la mayoría, encarecimiento de precios, estancamiento de la agricultura y crisis industrial son los indicadores de una economía que padece un mal muy de hoy: inflación con recesión.
La única esperanza con que cuenta el futuro presidente es la autosuficiencia petrolera a corto plazo y la próxima explotación de los complejos mineros de carbón y níquel, que van a hacer de este país uno de los mayores productores en estos dos capítulos. Otro dato positivo es el alto nivel de reservas en divisas y la todavía limitada deuda externa. Todo hará falta para superar una explosiva situación social, sólo paliada por una cierta resignación fatalista.
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