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FLAMENCO

El cante doloroso de Carmelilla Montoya y el Lebrijano

Mediado ya el I Certamen Nacional de Flamenco, que se celebra en él teatro Alcalá Palace, de Madrid, el balance de lo que se está viendo y oyendo puede calificarse, de extraordinario.En la primera jornada la estrella era Chiquetete, un cantaor prácticamente perdido para el cante, puesto que se ha entregado de lleno al mundo -seguramente más rentable- de la canción, con acompañamiento de orquesta. Por increíble que parezca, esa noche oímos hasta boleros. Sin comentarios. Por suerte, Chiquetete cantó dos o tres cosas a la guitarra que nos permitieron valorarle como un buen cantaor, dotado, sobre todo, de una voz llena de posibilidades para el flamenco, con un timbre gratísimo, muy cantaora.

Antes habían abierto el fuego Paca y Manuela, con un trío de palmeros y el guitarrista Moraíto de Jerez. Un grupo. sin mayores merecimientos, que sólo en la fiesta por bulerías final apuntó cosillas de interés.

La segunda noche trajo las actuaciones de Pansequito, Enrique Morente, Naranjito de Triana (en sustitución de Beni de Cádiz) y la familia Montoya. Pansequito estuvo correcto. No es un cantaor excepcional, pero conoce los estilos y los interpreta con fidelidad a los cánones.

Morente está en una extraña línea, que va de interpretaciones ortodoxas, -las malagueñas- a esa canción, La estrella, habitual en sus actuaciones, pasando por indagaciones personales en búsqueda de nuevas líneas que distorsionan los estilos hasta hacerlos casi irreconocibles, Cantaor cerebral, el resultado es frío, de una grisura formal que destierra la emoción y la jondura.

Tampoco hay jondura en el cante de Naranjito, que tiene una voz atenorada, muy agradable, capaz, de virtuosismos vocales. Canta bonito, y gusta, pero no es suficiente. Me decía Juan Talegas, poco tiempo antes de morir, que el cante bueno duele, no alegra, sino duele, y ni el cante de Morente, ni el de Naranjito nos llevan al, drama interior.

La Montoya pierde el conocimiento

Jondura le sobra, en cambio, a la familia Montoya, con dos tocaores formidables en la creación de un ritmo vigoroso que da ambiente a toda la actuación, arropándola en un clima idóneo para que cantaores y bailaores desplieguen una fantástica teoría del arte festero, que no por ser Istero deja de "doler". Nos dolieron, y mucho, las bulerías que cantó Carmelilla Montoya, anclada a su silla, porque una pierna escayolada le impedía bailar, Pero llevó tan lejos la tensión del cante que, al terminarlo, perdió el conocimiento y hubo de ser sacada en brazos del escenario. Este es el flamenco vital.Las mismas virtudes estuvieron presentes en el cante de Juan Peña El Lebrijano y la Bernada y la Fernanda de Utrera. El Lebrijano hizo estilos gitanos en los que es, un gran especialista: soleares, tientos y tangos, bulerías y galeras, género este creado por él y que se inspira en la persecución sufrida por los gitanos en tiempos pasados. Estuvo extraordinario.

Bernarda cantó por bulerías, primero, sola, y al final, alternándose con su hermana. Tenía problemas de voz pero cantó de maravilla e incluso tuvo el valor de adelantarse al micrófono y prescindir, de él para acompañar su cante con esos pasos de baile llenos de gracia y donaire que ella suele hacer. Y es que en el flamenco la voz, los recursos puramente formales, son secundarios si se quiere. Fernanda también está en el secreto, y en qué modo. Su voz sin brillo, sombría, hace de las soleares un treno patético y desolado que estremece. Cepero, el guitarrista, ha dicho que las dos hermanas estarán un día en la historia del flamenco; yo diría a Cepero, y él debe saberlo, que Ia Bernarda y la Fernanda de Utrera ya están en la historia de este arte.

Juanito y Turronero cantaron cuplés...

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