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El Lliure estrena en Barcelona su versión de 'Baal', discutida obra de Bertolt Brecht

, Un montaje de Baal, de Bertolt Brecht, fue estrenado el pasado viernes, en el Teatre Lliure, de Barcelona, patrocinado por el Centro Dramático de la Generalidad, en su programación de teatro abierto. Se trata de la primera obra escrita por el dramaturgo alemán, en 1918, estrenada por primera vez en Leipzig el 8 de diciembre de 1923, donde provocó un gran escándalo, hasta el punto de ser prohibida su representación por las autoridades. La versión del Lliure ha sido dirigida por Joan Ollé y los papeles principales están interpretados por Miquel Cors, Margarida Minguillon, Pep Molina y Rosa Morata; el espacio escénico es de Pepe Durán, y la música, de Ramón Muntaner y Toni Xucia.

La pieza, tal cual se representa en el Lliure, resulta, antes que nada, dura. Pero no es la dureza original del texto brechtiano, sino una dureza de comprensión apenas facilitada por elemento alguno. Ni la escenografia, demasiado pobre y demasiado pequeña, ni la interpretación, en más de un caso, de recitados monocordes, ni la dirección contribuyen a que el espectador entre en una obra de la que el Brecht maduro no guardaba excesivo buen recuerdo.Pero es que, además, el texto de Brecht ha sido forzado para narrar un discurso sobre los presuntos males de la moral social, cualquier moral social, frente a las virtudes de la vida individual, que si no fuera por su pobreza recordaría el enfrentamiento entre Hobbes y Rousseau.

Quizá lo mejor de la obra sea el vestuario, enturbiado por fallos incomprensibles, achacables sólo al director de la obra. Por poner un ejemplo: entre unos trajes de principios de siglo hace su aparición con demasiada frecuencia, un calzoncillo de nailon, que lleva el actor principal. Y aún si se quiere otra, baste citar el hecho de que unos pobres de solemnidad lleven unos zapatos en los que las suelas ni siquiera están rozadas. Todo esto, que no tendría importancia en un montaje de caja italiana, resalta desfavorablemente en un escenario central, en el que el público se encuentra a menos de dos metros.

Parece ser que el montaje quiere resaltar los innegables elementos poéticos y simbólicos de la pieza. Pero sólo lo parece, porque ninguna de las dos cosas se consigue. Para la primera, falla la entonación, no la traducción de Carme Serrallonga, que es impecable; para la segunda, falla la plástica.

En el programa de mano, el director justifica el trabajo a expensas del erario público así: "Baal es un espectáculo producido por la Generalidad de Cataluña, y la subvención es un recurso de los Gobiernos para hacer el arte que les interesa y, no obstante, hacemos Baal".

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