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Valor es lo que sobra

Esta tarde el valor es lo que sobra. Valor químicamente puro, vocero, peligroso, que pone las vísceras del personal en su garganta, en un par de momentos, y que sale sobrando cuando los toros renquean de las patas traseras, y se trastabillan y se caen. En momentos,valor que es desprecio del animal, del bicho que está enfrente y que tiene, mírale, la cólera del manso: vuelve la cabeza el primero de la tarde peligrosamente, desarma el segundo a Fuentes hasta el agotamiento, y el tercero roza la femoral de Ruiz Miguel, que es lo que a él, y a este público de hoy, le gusta ver.Estamos en una ceremonia de iniciación. El que prueba su hombría es César Pastor, un chaval mexicano de corte chulillo, moreno y menudo, que reta al toro adelantando la pelvis y cuando le tiene en su juego, se le acerca, aunque el animal vea más su cintura que el trapo, y aunque está aprendiendo mucho en esta lidia tan larga. Cada vez se quiebra más el toro, cada vez se acerca más este niño.

José Fuentes, el maestro, el hermano mayor, el padrino, que le ha cedido el primero de la tarde, le ha dado los trastos de matar: la espada de verdad y un capote rojo encendido, más turbio hoy que la plaza tiene este raro color pardo de un sol semioculto que vela las dos mitades del coso. Si no es por lo que gritan. Le ha dado las insignias que son armas y que son distinciones, y se ha ido, para que él, delante del toro, muestre que sí, que esa es la hermandad que alcanza.

Y entonces la plaza de divide. La plaza es el verdadero monstruo, la plaza que se emborracha con el capote de César Pastor y grita unos minutos, se levanta con el segundo par de banderillas de Juan de los Ríos, porque ha tenido los pitones en la barriga y se las ha puesto en todo lo alto, la plaza que monta la bronca soberbia con el cuarto toro, que se cae a trozos, la voz sin nombre que se deja arrastrar por el valor, químicamente puro, de Ruiz Miguel.

Así es la vida

Al que se inicia hoy, unos le ven sin cocer, indefenso ante este manso y ante el otro, desbordado por el ceremonial al que acude. Otros, así es la vida, se dejan emocionar dócilmente, porque al fin y al cabo es San Isidro, e ir a los toros se está poniendo por las nubes.

En cambio, no se divide en el primero de Ruiz Miguel. Allí es todo demasiado claro. El torero llama al toro más con su cuerpo que con el engaño. El torero se escabulle del toro como una coqueta que espoleara al amante. El torero se va sin mirar atrás y el toro se queda perplejo, viéndole irse contoneándose, oyendo el rugido de la plaza. Camina como si la ropa le quedara demasiado estrecha. Grita, al toro, y los gritos se oyen desde los tendidos...

Los defensores de Ruiz Miguel dicen que eso es un torero. En eso hay emoción sangrienta, ahí está la sangre, mírala, latiendo debajo del vestido azul y oro, saliendo de la herida que dejó la pica. La sangre es la justificación final de esta fiesta, y se llama riesgo, y se quiere llamar arte, y a lo mejor se llama arte.

Quinientos quilos

Seguramente se llama arte. Quinientos quilos de animal que tiene que ser bravo, una máquina que tiene que ser un obús, eso es exactamente lo que queremos. Y entonces el hombre juega con la media tonelada de naturaleza viva, y la mide, y tiene que mandarla y domeñarla, y cada juego del ceremonial al tiende a cegar al bicho, que si es sano y bravo e inocente, al tiempo que se le domeña, se le enfurece, al tiempo que va muriendo va haciéndose más peligroso.

El peligro es lo que hace bramar a la plaza las veces que lo ve. El peligro real, porque a eso es a lo que se inicia hoy César Pastor. Este es un ceremonial del valor, de la pasión, de la sangre. El gesto de César Pastor con la cintura avanzada hacia el obús es todo un símbolo.

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