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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madrid en fiestas

A PESAR de algunos lamentables incidentes -la redada en el Rastro del domingo, los enfrentamientos del lunes en la Plaza Mayor con ocasión de la semana semana gastronómica, las cargas policiales del martes en la verbena del Parque del Retiro, los fallos burocráticos que produjeron anteayer la incomparecencia de la banda de música de Capitanía General y dejaron plantadas a 3.000 personas- y de las dificultades estructurales para que una gran capital con tres millones de habitantes tenga una semana grande equiparable a las de las ciudades de dimensiones mas humanas, las fiestas de San Isidro de 1982, que concluyen mañana y ofrecen hoy como número fuerte la romería popular de la Casa de Campo, han proseguido esa línea ascendente, iniciada hace dos años, que puede permitir a Madrid recuperar -o tal vez crear- sus festejos vecinales. La participación popular es, sin duda., el elemento decisivo para juzgar los aciertos o los errores de las iniciativas municipales en este terreno, ya que río hay otra vara de medir para las fiestas que su capacidad de satisfacer demandas ciudadanas. Madrid difícilmente puede aspirar a que San Isidro sea comparable a la Feria de Abril sevillana, los sanfermines pamplonicas, los carnavales gaditanos, las Fallas valencianas o la semana grande donostiarra pero cualquier esfuerzo para impulsar las fiestas de mayo debe ser apoyado sin reservas.Hasta la elección del primer Ayuntamiento democrático, en la primavera de 1979, las fiestas de San Isidro eran una conmemoración puramente nominal, prácticamente reducida a fríos actos oficiales y a la misa y procesión del santo labrador, y no ofrecían mas espacio festivo que la verbena de San Isidro. Incluso las corridas de toros, transformadas por razones mercantiles y turísticas en una interminable tanda de espectáculos, se desligaron de sus orígenes y tendieron a ocupar casi un mes de duración. Este año, con mayor ambición e imaginación que en 1981, el Ayuntamiento, arrancando del pregón de las fiestas a cargo de Francisco Umbral, ha organizado más de doscientos actos en ocho días, de los cuales una buena parte tienen auténtico interés. La oferta ha tratado de satisfacer gustos de muy diverso tipo: desde el rock duro hasta una variada antología lírica, pasando por ferias de la cacharrería, de la máscara, de la poesía, certámenes de cine ecológico, exposición de cartografía madrileña de los últimos tres siglos, flamenco, etcétera. Especial elogio merece la atención prestada a las fiestas infantiles, pues no en vano viven en Madrid casi 500.000 niños menores de doce años. Y el carácter popular de otros festejos queda acreditado por el dato que a las verbenas de las Vistillas y en el Retiro asisten a diario millares de madrileños.

Las fiestas van a costar al erario municipal unos cien millones de pesetas. Las críticas de los concejales de UCD, que consideran puro despilfarro un presupuesto nada exorbitante, se pueden explicar por la compulsiva función opositora que los centristas desempeñan en el Ayuntamiento y porque los éxitos, mas o menos grandes, de ese reencuentro de los madrileños con la semana de San Isidro redudarán seguramente, al igual que la organización de los carnavales, en, una valoración positiva de la actual gestión municipal y en una mayor estima hacia la candidatura socialista en las elecciones municipales de 1983. Sin embargo, en el caso de que los próximos comicios dieran la victoria a los centristas, posibilidad inscrita en todo sistema de alternancia en el poder, el Ayuntamiento de UCD se vería en la obligación de potenciar la semana de San Isidro, contribución mínima pero significativa del régimen democrático a la mejora de nuestra convivencia. Porque lo único seguro es que los madrileños, como los demás españoles, tienen unas enormes ganas de que la Administración Pública les ofrezca oportunidades para romper el tedio de la existencia cotidiana, dar salida a sus impulsos lúdicos y tener la oportunidad de descubrir que una ciudad genéricamente inhóspita y agresiva también encierra en su seno impensados espacios en los que la alegría, la diversión y las relaciones comunitarias son todavía posibles.

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