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Crece la presión militar británica sobre las Malvinas

Nadie en Buenos Aires se atreve ya a predecir el desenlace del conflicto

Buenos Aires quedó ayer a media luz. Desde la avenida de Corrientes hasta la del Libertador, desde Almagro hasta Caballito, la capital federal argentina ofrecía un extraño aspecto con el alumbrado público a media intensidad y con los anuncios luminosos y los escaparates apagados. La semipenumbra era un recordatorio de que, a pesar de los aparentes progresos en las negociaciones de paz, la guerra continúa en el Atlántico sur.

Las medidas restrictivas del consumo de electricidad que comenzaron a aplicarse en Buenos Aires son, junto a los millares de banderas blanqui-azules colgadas de las ventanas, la única indicación visible en esta capital -donde no se aprecia ningún tipo de actividad militar- de que Argentina libra una guerra no declarada con una de las mayores potencias mundiales.Y, sin embargo, la cruenta realidad de la guerra sigue Imponiéndose. Cada vez hay menos esperanzas de salvar a algún naúfrago más del crucero General Belgrano, hundido hace nueve días por un submarino británico, lo que cifraría en alrededor de 300 las víctimas producidas entre la tripulación. La fuerza aérea difundió ayer una lista de bajas en la "batalla de las Malvinas" de 10 muertos, 4 desaparecidos y 18 heridos, que deben sumarse a los 27 muertos y 43 heridos que se reconocieron hace unos días. La cifra total será seguramente muy superior.

Los rumores sobre un inminente intento de desembarco británico en las islas Malvinas se entremezclaban ayer en Buenos Aires con noticias optimistas procedentes de las Naciones Unidas y con informes oficiales sobre nuevas hostilidades en el archipiélago. Cinco semanas largas después de iniciarse la crisis, nadie se atreve a predecir un desenlace.

El Estado Mayor conjunto argentino informó ayer de las acciones de hostigamiento contra las islas que desarrollaron durante el lunes buques de guerra británicos. Bombardeos esporádicos de artillería naval castigaron las cercanías de Puerto Argentino, sin que exista información sobre daños o víctimas. El objetivo de estos ataques, con cañones de 115 milímetros, es mantener a los defensores de las islas constantemente en estado de alerta máxima, según comentó un militar argentino.

La Junta Militar hizo públicos dos comunicados en los que, apelando al derecho de autodefensa establecido en el artículo 51 de la Carta de la ONU, señalaba que todo buque o aeronave de bandera inglesa que circule por el Atlántico sur o constituya presumiblemente una amenaza para la seguridad nacional "será considerado hostil y se actuará en consecuencia".

Esta decisión del Gobierno argentino es una respuesta a la declaración por parte del Reino Unido de una zona de guerra aeronaval que llega hasta doce millas náuticas (veintidós kilómetros) de la costa continental argentina.

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Buenos Aires ha llevado al máximo sus concesiones, se piensa aquí. El hecho de considerar la soberanía argentina sobre las Malvinas no ya como una condición previa, sino como un objetivo final de la negociación, supone un importante cambio de postura. Tan importante que ya empiezan a levantarse las primeras voces que advierten que la sangre argentina no se ha derramado para que ahora vaya a arriarse la bandera celeste y blanca de las islas, ni siquiera para ser sustituida por la de la ONU.

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