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Entrevista:

Cristino de Vera: "Mi oficio de pintor es un dique contra la locura

Expone en Madrid más de medio centenar de obras tras siete años de silencio

Esta tarde en la madrileña galería Biosca, el pintor Cristino de Vera (Santa Cruz de Tenerife, 1931) presenta el fruto de sus últimos ocho años de actividad creadora: 53 cuadros en los que reafirma además de unas dotes excepcionales como artista, su inagotable pasión por trocar la angustia en quietud, lo mórbido en belleza, lo sencillo en misterioso y la luz mental en halo protector de las cosas humildes.

En el fluir transparente de un prólogo sin pregunta previa, Cristino de Vera -ojos de resurrecto, pantalón marrón de pana, cazadora caqui y camisa blanca- se disculpa por el apacible desorden que reina en su estudio -"Lleva cuatro años sin limpiar"-, por la chaquetilla que cuelga en una mecedora, por el cenicero lejano, por la frugal comida -"Puedo ofrecerle dos manzanas que me quedan" y hasta por todo eso que transmite su voz acogedora, más piadosa que nunca al repetir: "Para lo poco que aparezco en los periódicos, procure que no salga una cosa ampulosa". La angustia, mal sagrado, es el espacio original de sus sacrificios pintados, imágenes que van de vuelo (cestos, flores, cráneos, máscaras, velas) hasta el lugar del pacto contra el delirio.Pregunta. Es probable que usted sospeche que detrás de toda pintura serena se encuentra la visión primordial del terror.

Respuesta. A mí siempre me sedujo esa belleza, casi diría bondad, que emana de la obra de Piero della Francesca. Y me he quedado perplejo ante la serenidad lograda por Leonardo. Luego uno sabe que no fueron hombres de existencia reposada, que su arte era el contrapunto de su angustia, de su contemplación frecuente del terror, de su familiaridad con los ahorcados.

P. ¿Pinta también usted a partir de esa angustia?

R. Contemple el patio que se divisa desde mi ventana, esa casa rodeada de árboles, ¿ve? Es una casa no de enfermos, sino de moribundos. Van desapareciendo. Cuando pasean es algo así como la ronda de la muerte.

P. ¿Aplaca usted tales visiones con la ofrenda de la pintura?

R. Pienso que, en las mayores desgracias hay una fértil plenitud. Lo que ocurre es que no la vemos. Me acuerdo que yo tuve un amigo ciego, apasionado por la música, y que luego se suicidó. Cuando le contaba mis angustias de adolescencia, él me decía: "Esos son problemas de videntes". Uno se da cuenta de la mimosería y estupidez de sus dramas cuando observa a un mendigo en la India. Su miseria no le aleja de la elegancia, del ritual, del ballet. Y su mirada, al contemplar una flor del campo, refleja compasión y entendimiento cabal. Es la mirada de un creador.

P. ¿Se siente muy seducido por el saber natural?

R. Siempre me ha atormentado el rollo de esa gente que sólo cree en las artes prefabricadas. En cierta ocasión, al ver a un pastor de Avila tan sobrecogido por lo que le rodeaba, yo le dije: "¿Usted entiende todo esto?". Y él me respondió: "Yo soy todo esto". Cuando callejeo, busco a ese tipo de artista. En París, entre los clochards, abundan. Conocí a uno que era un experto para situarse en los mejores sitios, allí donde olía mejor. Contemplaba la ciudad como si fuese una creación suya.

P. Como buen melancólico, supongo que usted cuida el enclave, busca la dificultad de abandonar ese sitio donde, al decir de Hölderlin, mora el origen.

R. Cuando expuse por vez primera, en 1956, apareció en la galería un señor mayor que me invitó a visitarle. Era un médico que tenía a su cargo cuatro pueblos de Toledo. Fui a verle varias veces. Le gustaba mucho la astronomía. ¡Ah!, y también la bebida. Otro médico famoso, de esos con abrigo de piel de camello, al enterarse de mi relación, exclamó: "Era el más dotado de mi generación. ¿Cómo habrá ido a parar a un pueblo?". Total, que una noche le dije: "Me han dicho que usted pudo ser un gran médico...". Y él me contestó: "Tú has visto cómo curo. ¿Tienes alguna queja? Mira ahora el firmamento. Yo he elegido este lugar. Aquí tengo la conciencia en equilibrio. Procura dar tú con el tuyo".

P. ¿Contempla mucho la naturaleza?

R. Me gusta observar cómo la contemplación de un paisaje puede quedar alterada por la aparición súbita de una mosca o de una pulga. La naturaleza también tiene sentido del humor.

P. Tras la muerte de Dios, da la impresión de que los objetos y en especial los que usted pinta, han quedado deificados. Otro tanto podría aventurarse frente a los cuadros de Luis Fernández; o Morandi.

R. El arte pierde mucho vigor sin pensar en algo superior a nosotros. Yo me aferro a la luz. ¿No significa Dios la palabra luz?

P. Lezama concluía que la roca es el Padre, la luz es el Hijo y la brisa es el Espíritu Santo.

R. Nada son la roca y la brisa sin la luz. Nada es la pintura sin rito, aunque sea a la blanca sombra de una energía sin nombre.

P. ¿Se considera un pintor religioso?

R. Pero no dentro de alguna religión concreta. Desde luego, no dentro de la corriente española, negra y beata, donde la mística ha calado tan poco en la gente. En este país se piensa que se puede ser religioso y, a la par, más narcisista que el carajo. Yo no conozco religiosidad profunda que no se halle ligada al despojo.

P. Los objetos que usted pinta son islas rodeadas de luz, envueltas en un halo de santidad.

R. Porque en cada objeto se reencarna un espíritu, anida el aliento de los muertos para que nos sintamos más acompañados. Lo esencial es reproducir su lamento con belleza.

P. Usted deposita sus objetos, sus ofrendas, en el marco de una ventana abierta. Acaso para que el don sea total.

R. Y para que se contagien las cosas con la claridad del fondo.

P. ¿La muerte está siempre al fondo?

R. Siempre me han fascinado las expresiones de los muertos, el ceremonial de los entierros, el ambiente sepulcral, los cementerios, las lápidas frías, los cipreses, la belleza mórbida... Es el reverso de ese móvil fantástico con cabezas que es la ciudad. Ambas cosas, vida y muerte, nos enseñan que nada de cuanto hacemos es repetible. Todo es trivial. Por eso me conformo con poco. Y por eso algunos amigos se cachondean de mí al decirme: "Vas a morir como un estudiante". Ignoran que me halagan con esa observación. Ellos, otros pintores, viven como faraoncitos dominantes, entregados al ritual de las medallas, de las cenas, de la televisión. Acaso piensan que son eternos. No viven angustiados.

P. Usted vive muy aislado. ¿Destino o voluntad?

R. No lo sé. Pero cuando camino por la calle me gusta aprender de todo el mundo. Lo que no me gusta es exponer. Detrás del huevo aparece lo mercantil. Pero, claro, he de hacerlo por necesidad. E inaugurar, no hay que engañarse, es eso: un grupo de gente que charla y fuma de espaldas a los cuadros. Pero, en fin, allá cada cual.

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