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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El taco

Para una sociología del taco -Cela ya hizo oportunamente su Diccionario secreto-, habría que considerar cómo el taco ha pasado en muy pocos años -los últimos- de cierta izquierda a cierta derecha, cómo las expresiones directamente sexuales o blasfematorias ya no se encuentran sólo entre los obreros (el taco, dialectal) o entre los intelectuales (el taco como subversión del idioma), sino primeramente entre las marquesas (ciertas marquesas).Digamos que el taco se ha movilizado, se ha militarizado. En el taco proletario había una revancha idiomática del subconsciente colectivo. Una de las pocas libertades que el pueblo podía tomarse: la libertad de hablar mal. (No sabían ellos que eso era hablar bien, en clásico.) El pueblo, curiosamente, utiliza el taco de una manera metafórica, o utiliza el taco conversativo: "A ver si nos vemos, coño, un día de éstos, coño, y nos tomamos, coño, unas copas, que ya está bien, coño". Cela, aparte meter la palabra coño en la Academia (además de variadas razones, porque no hay otra para designar lo designado), ha retomado el taco áureo de los clásicos y los barrocos. Pero nuestro pueblo, tan malhablado, cuando efectivamente ha de designar las zonas anatómicas a que alude el taco, acude a la perífrasis o el cultismo: si hay un accidente en la calle y yo me acerco, en seguida un obrerete me explica: "La iseta parece que ha dañado al caballero en sus partes pudendas". Ana Belén -la amo, la amo- es la cómica que mejor lleva el hablar mal. Los tacos y blasfemias continuos suenan a coro de novicias en su boca de música.

La derecha / derecha, que siempre había obviado el taco como panoplia verbal "para hombres solos" -Lauro Olmo tiene en cuenta donde un buen burgués se suicida porque se le ha escapado un coño en la mesa-, la derecha / derecha, digo, ha entrado en tromba en el diccionario (como en la bandera y otras propiedades nacionales) a partir del "se sienten, coño". Elegidísimas damas de esa derecha elogian ya por su nombre más callejero el testiculario de Tejero (no olvidemos los testículos de oro que se le ofrecieron, real o simbólicamente), e inculpan continuamente a la democracia, o a sus más concretos representantes, de "no tenerlos de oro, o bien puestos". No diré que esta evaluación sexual de la genética masculina (en esta derecha femenina sí que se da la freudiana envidia del pene) sea cosa tribal.

Las tribus primitivas, por el contrario, eran mucho más rituales y protocolarias, según los Tristes trópicos, de Lévi-Strauss, que en nuestra gente bien son tristes tropos. Alguien dijo que lo que a Freud le asombró no fue descubrir la sexualidad como clave del hombre, sino que esa sexualidad fuese tan intelectual: tan simbólica. Desde las Venus auriñacenses, el hombre, más que pornografía, ha hecho erotismo, sexo simbolizado, o pre o post, resulta, pues, anterior a las cavernas, ya que en todo ello (y Martín Prieto lo ha constatado bien, con su altruista observación) no hay simbolismo ni intelectualización, sino un reduccionismo envilecedor de los problemas nacionales a problemas testiculares. Un cómico acaba de exigir (no ante mí), que yo le diga a la cara lo que he escrito sobre él. ¿Y cómo quiere este cómico que yo improvise un articulo verbal, lleno de oraciones compuestas, para él solo, en el bar de Televisión? Pierdo dinero.

Cuando la clase española de la palabra culta y las buenas costumbres (no aludo en absoluto a la Sociedad así denominada) entra en el Diccionario por sus partes bajas y lo usa como arma arrejadiza contra el resto de los españoles, es porque está bastante desesperada. Pero, a pesar de todo, aquí tranquilos, y se sienten, coño.

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