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El 'boomerang'

Es una lástima. Que en estos últimos días, y aunque fuese por una vez, las cámaras de televisión no estuvieran dentro de la sala del juicio de Campamento. Efectivamente, la actuación de algunos abogados defensores de los inculpados en el intento de golpe de Estado del 23-F hubiera merecido los honores del directo. Sin resúmenes de Prensa y sin intermediarios, España entera hubiera conocido el recetario propuesto para resolver los problemas de una sociedad que, aunque sea a trancas y barrancas, va entrando en la modernidad. Y que ha de afrontar una serie compleja de soluciones que, obviamente, tendrían difícil salida echando mano a unos renovados, poco, tercios de Flandes. Ni una sola idea para resolver el paro, el terrorismo, la diversidad lingüística y cultural, las desigualdades sociales, etcétera. Los defensores no han ahorrado palabras, ya que no argumentos, especialmente el llamado estado de necesidad, para justificar la actitud de sus patrocinados. Incluso haciendo abstracción de un lenguaje que poco o nada tiene que ver con el que entienden la mayoría de los españoles, lo cierto es que resulta prácticamente imposible encontrar algo más que conceptos de contenido, por lo menos, difíciles de desentrañar para un civil o para un militar enraizado en su época y en su tiempo. No entro en la bondad o maldad jurídica de las defensas, que ese es otro cantar. Ni en ese incontenible río mitinero de frases estereotipadas y de tópicos al uso. Ni siquiera en la machacona y, monótona insistencia en escabullir responsabilidades y distribuir a diestro y siniestro implicaciones. Todo ello, después de todo, entraba en el ritual previsto. Lo que asombra, por lo que tiene de ejemplarizador, es la imposibilidad de atisbar el tipo de Soluciones previstas para el caso de que el golpe hubiera triunfado, más allá de una involución impuesta por métodos no difíciles de imaginar. Pero ni siquiera en esto parece que se habían medido las consecuencias.En fin, el juicio (tensiones, anécdotas y emociones aparte) está demostrando nítidamente algo radicalmente contrario a lo que, en principio, parecía ser propósito de los sectores en él implicados: no hay alternativa al régimen democrático. Una vez más se demuestra que democracia o caos. Se comprende el mal trago que están pasando las Fuerzas Armadas y, todavía más, el reguero de sentimientos que en ellas despierta el proceso. No sólo en una historia como la nuestra: en cualquier país y en cualquier circunstancia la conmoción de ver en el banquillo a 32 jefes y oficiales que proceden del Ejército vencedor en una guerra civil hubiera sido grande. Generalmente, los grandes procesos militares han tenido su origen en una derrota, y han sido juzgados por los vencedores. No cabe engañarse respecto a lo insólito de un juicio que muchos creían no iba a celebrarse. Como otros siguen creyendo en sentencias contemporizadoras. Pero, curiosamente, la débil democracia española está dando pruebas de una fortaleza insospechada. Casi sin darnos cuenta, bien es verdad que con sobresaltos y sin que los miedos hayan desaparecido del todo, se avanza y se superan pruebas que indican, por una parte, una indudable capacidad de resistencia y, por otra, que, con mayor o menor índice de conciencia, el pueblo español empieza a considerar la democracia como el régimen político que no tiene vuelta atrás posible. Lo que, evidentemente, no siempre tiene que ver con la capacidad de movilización o de entusiasmo de las masas. Después de Pasa a la página 12 Viene de la página 11 todo, únicamente los regímenes populistas o las dictaduras son capaces de llenar estadios y plazas y galvanizar a las muchedumbres. En contra de apreciaciones apresuradas, lo que mide la vertebración democrática de una sociedad moderna no son las multitudes. Salvo, naturalmente, en casos excepcionales, como aquí fueron las manifestaciones del 29 de febrero a favor de la Constitución, y de mayo del pasado año, contra el terrorismo. Es muy posible que no sea mal índice de asentamiento democrático entre nosotros el evidente y paulatino desinterés popular por las vicisitudes del juicio del 23-F, y eso a pesar de las llamadas de atención provocadas por los inciderites en la sala. Y por alegatos que, al final, y como las famosas filtraciones de los prolegómenos, han terminado vacunando a un país estupefacto, poco a poco curado de escándalos y de disparates. Y al pairo de salvadores con el macuto únicamente repleto de términos ultras.

Quedan pocas semanas para la sentencia y, fácil es de imaginar, puede volver a subir la temperatura política. Especialmente si el fascismo etarra colabora en ello. Lo que, desdichadamente, no es una hipótesis descabellada, sino más bien plausible. Pero cualquiera empieza a vislumbrar que una, catástrofe no se borra con otra. Y eso, implicados y defensores lo están dejando más claro que el agua ante la sociedad entera, y también ante el estamento militar. Un inesperado boomerang que muchos no esperábamos. Se creía que el juicio iba a ser una especie de apocalipsis. Y aunque algunos lo hayan intentado, no lo está siendo. La burda siembra de sospechas sobre el Rey ha caído en el pedernal de la evidencia y del sentido común. La democracia tampoco se ha debilitado, e incluso, y no es una casualidad, pocos hablan ya de que el final será la prueba definitiva. Quizá porque también en eso se ha abusado en el empleo del término y del concepto. La democracia va a seguir bastante tiempo en juego, pero las pruebas definitivas van a ir espaciándose. Bien es verdad que el juicio ha tenido, y tendrá, su coste. Especialmente en esa aceptación generalizada de la penumbra como medio ambiental adecuado para la subsistencia. Pero, después de todo, más vale saber algo en casa que todo en el exilio o en la cárcel. Es una filosofía que muchos tacharán de cobarde. Pero echar un pulso, cuando se sabe que hay grandes riesgos de perderlo, no es una valentía, sino una insensatez. Las fuerzas políticas españolas, en su conjunto, y apoyadas en esto por la mayoría de la sociedad, han apostado por la prudencia. Está muy claro que el país no quiere salvadores. Tampoco quiere héroes. Y abogados, codefensores y acusados se han encargado de demostrar la verdadera naturaleza del golpismo, su total anacronismo y su absoluta vaciedad de ideas. Sus mítines han sido como predicar en el desierto, No ha habido en la calle la respuesta que esperaban. Sólo estupor y ganas de que esto acabe cuanto antes para no seguir sintiendo vergüenza ajena ante cosas que pueden ser escuchadas, pero no dichas. La famosa táctica de la estrategia de la tensión, que parecía tan cuidadosamente montada, se ha vuelto contra sus patrocinadores y cómplices. Sin triunfalismos y sin echar las campanas al vuelo, el juicio del 23-F, contra todo pronóstico, está resultando un auténtico boomerang: la ofensiva no ha llegado a la sociedad y se vuelve contra los que la lanzaron.

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