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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Maldito el que inventó la guerra

EL DESARROLLO de los sucesos en lo que ya se puede denominar la batalla de las Malvinas sugiere algunos comentarios nada impertinentes en los tiempos que corren. El primero, por su indudable espectacularidad, es la efectividad bélica con la que el Reino Unido está llevando a cabo la recuperación militar de las islas. El segundo, primero en cambio en gravedad moral y oprobio sobre sus protagonistas, es el elevado número de víctimas humanas que la acción británica ha provocado ya. Si se piensa que han podido morir a estas alturas casi tantos soldados argentinos como la mitad de habitantes tienen las propias Malvinas, hay motivos más que suficientes para dudar de la honestidad que anima a las decisiones del Gobierno de Londres. Matar cientos de personas para garantizar los derechos de autodeterminación de otros pocos cientos más no parece el más civilizado de los caminos, y recuerda sin esfuerzo a las prácticas del nazismo. Defender la democracia a bombazo limpio, aun si la democracia ha sido agredida violentamente, es una peligrosa experiencia que requiere un basamento ético inencontrable hoy en las declaraciones públicas del Foreign Office. Todo indica que el Reino Unido ha ejercido un castigo desproporcionado e innecesario a sus oponentes, y los crímenes de guerra no se cometen sólo en los campos de concentración. El Gobierno de Londres merece por esta acción bélica el desprecio de cuantos contemplan la vida humana como un valor a respetar en sí mismo. Mucho más si se empeña en ocultar su voluntad colonial en el nombre de las libertades y los derechos humanos.Pero la primera consideración nos ha de llevar también a la contemplación estrictamente militar de una Junta despótica que gobierna Argentina bajo ese apellido calificativo. Estos generales cargados de medallas que gobiernan el directorio han sido valientes en la guerra y la tortura contra las masas civiles desarmadas, pero se muestran torpes frente a un ejército moderno y bien equipado. Argentina está perdiendo una batalla a pocas millas de sus costas contra una potencia singularmente más fuerte pero excepcionalmente alejada de sus bases de operación. Si la crueldad tiene un premio -la crueldad británica lo está teniendo-, también tiene un castigo: la imagen universal de esta Junta Militar es, desde sus propios criterios de bravuconada y uso de la fuerza, ridícula. Movería a risa si no se cimentara sobre la sangre noble de sus soldados, lanzados insensatamente a una aventura de la que se desconoce el beneficio anejo que podría reportarles. Y así vemos a un Ejército a las órdenes directas de un poder civil y democrático -dirigido, para mayor irritación del machismo dictatorial al uso, por una mujer- derrotar sin mayores problemas a un enfático poder militar que ha utilizado su tiempo en tratar de perpetuarse y no en preparar sus tropas para la defensa exterior de esa patria a la que tanto aseguran amar. Si no fuera -y de esto sabemos mucho en España- porque las derrotas exteriores de los malos generales acaban siempre en la represión interna de sus propios países, con los intelectuales y los obreros en la cárcel, todo esto podría resultar hasta ilustrativo. Por lo demás, lejos de nosotros el animar a los militares porteños a que den una respuesta como es debido a la ofensiva de la Navy. Ha corrido ya suficiente sangre, y este es sólo un comentario sobre la entidad profesional que ocultan los uniformes de algunas dictaduras.

Ya sabemos que las guerras por definición son crueles y frecuentemente absurdas. No es cuestión de practicar un pacifismo utópico o ingenuo. Pero sólo piensan que es ingenua la causa de la paz quienes han asentado su poder sobre la exclusiva fuerza de las armas. Desde Julio César hasta nuestros días, la infortunada frase si quieres la paz prepara la guerra ha venido justificando el único hecho cierto constatable de que cada vez que la guerra se ha preparado, la guerra ha tenido lugar. La guerra, y no la paz. No es dudoso que en la acepción escolástica del término pueda haber guerras justas e injustas o hasta más o menos injustas según se mire. Incluso las opiniones morales en esta cuestión están frecuentemente sometidas a un relativismo dificil de discernir. Pero, justas o injustas, las guerras suelen resultar estúpidas, y esta batalla de las. Malvinas lo es con creces. No merecían los orgullos nacionales heridos, ni en Londres ni en Buenos Aires, este alto costo de víctimas que la cuestión ha acabado generando. Argentina es un país que ha dado al mundo grandes valores intelectuales y culturales. Estamos seguros de que no faltará ahora quien se alce allí contra esta insensata aventura alentadapor la Junta en defensa de un patriotismo panderetil y huero. En cuanto a Inglaterra, ¿qué vamos a decir a estas alturas? Fue Marlowe el que ejerció ya su derecho a la protesta: Maldito el que inventó la guerra. Malditos sean quienes la llevan a cabo.

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