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Reportaje:Historia de un trágico fracaso / y 2

Ocho hombres sacrificaron su vida para intentar rescatar a los rehenes norteamericanos

Zbigniew Brzezinski , Consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, narra hoy el dramático desenlace de la operación de rescate de los 52 rehenes estadounidenses, apresados por estudiantes iraníes en la sede de la embajada de EE UU en Teherán. El histórico relato, distribuido por el New York Times, forma parte de un libro editado por Farrar, Straus y Giroux.

El desierto de Dasht e Kavír, uno de los parajes más sórdidos del mundo, fue el escenario del fracaso norteamericano para rescatar a sus rehenes. Amparado en la oscuridad de la noche, el comando aerotransportado estadounidense fue visto al descender de los helicópteros por los ocupantes de tres vehículos, uno de los cuales logró huir. Dos helicópteros no pudieron alcanzar la base en el desierto, y otro más chocó contra un transporte Hércules, se incendió, y ocho de sus ocupantes murieron abrasados. Zbigniew Brzezinski escribe el clima de tensión con el que se siguió desde la casa Blanca este episodio, zanjado con un fracaso espectacular y trágico para Estados Unidos y para su entonces presidente, Jimmy Carter.El día más largo de mis cuatro años en la Casa Blanca, el 24 de abril, comenzó con una nota positiva. Me sentía tranquilo. Efectivamente, había salido la noche anterior y posteriormente me dijeron que ni mi humor ni mi comportamiento dejaron entrever que el día siguiente sería tan aciago.

A las 10.20 horas, el general David C. Jones, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, me informó que el tiempo era bueno y que los ocho helicópteros se hallaban en camino. Anteriormente, el almirante Stansfield Turner, director de la Agencia Central de Inteligencia, había informado que teníamos información adicional sobre la situación de los rehenes y que nuestros agentes en Irán, que iban a desempeñar un papel clave en el asalto a la embajada, se mostraban bastante optimistas sobre las posibilidades de éxito de la operación.

Durante el resto de la mañana no ocurrió nada de importancia y me reuní para almorzar con el presidente Carter, con el vicepresidente Walter Mondale, con el secretario de Estado, Cyrus Vance, el secretario de Defensa Harold Brown, el ayudante de Carter, Hamilton Jordan y el secretario de Prensa, Jody Powell. Dimos un repaso a la situación hasta ese momento y discutimos detalladamente la manera de efectuar consultas con el Congreso. La atmósfera era de tranquilidad. Todos estábamos preocupados, pero conseguíamos enfrascarnos en la rutina.

A mitad de la comida le llamaron a Harold Brown. Regresó é informó que dos helicópteros no habían conseguido llegar al punto de aterrizaje, pero que podía ser simplemente que se hubieran retrasado.

No hubo más información hasta las 3.15 horas. Me encontraba en mi despacho cuando Harold Brown vino a informarme que los dos helicópteros se hallaban en tierra (uno había tenido una avería y había aterrizado en el desierto, y el otro había regresado, sin autorización, al portaviones Nimitz), pero las primeras indicaciones eran que los otros seis continuaban siguiendo el programa trazado. En cualquier caso, todos los C-30 habían ya aterrizado en la oscuridad en el punto de encuentro, llamado Desierto uno, pero había surgido un contratiempo inesperado.

Como era esencial encontrar un terreno en el desiero donde se pudieran efectuar aterrizajes y despegues de aviones de transporte con fuertes cargas, era inevitable que el sitio de aterrizaje estuviera cerca de una carretera. No nos preocupaba que pudiera pasar por allí algún vehículo suelto, porque, en el peor de los casos, se podía detener temporalmente a sus ocupantes.

Tres vehículos molestos

En efecto, poco después del aterrizaje de los seis C-130, se vieron tres vehículos en la carretera cerca del punto de aterrizaje; uno de ellos consiguió escapar, mientras ,que uno de los otros dos que detuvieron nuestros hombres era un autobús con unas cuarenta personas a bordo. Harold Brown y yo dimos un repaso a la situación. Como estaban totalmente a oscuras, no había ninguna razón para pensar que los iranles que habían escapado sa bían que se estaba preparando algo importante, sobre todo te niendo en cuenta que la región era famosa por una serie de incidentes de contrabando. En cuanto a los Dasajeros del autobús, estábamos seguros de, que se les podía simplemente evacuar. Harold Brown y yo estuvimos de acuerdo en que no había ninguna razón para suspender la operación.

Fui a ver al presidente a las 3.30 horas para informarle de estos acontecimientos; le dije que, en mi opinión, no había ninguna razón para suspender la misión. Carter estaba más preocupado que yo, y estudiamos con mucho cuidado las posibles consecuencias de los acontecimientos, especialmente la posibilidad de que los iraníes lo descubrieran. Walter Mondale se unió a nosotros y les dije que nos limitaríamos a evacuar a los inesperados visitantes iraníes en uno de los, C-130 y que les soltaríamos al final de la operación. Para aseguramos que esto dada resultado, el presidente Hamó al general David Jones a las 3.38 horas y, tras consultar con él, aceptó seguir adelante.

Para mantener nuestro trabajo normal, asisti a una reunión del comité de ilevisión de política en la sala de Situación sobre la cuestión, del proceso de paz árabe-israelí, aunque apenas escuché la discusión entre Cyrus Vance y Sol M. Linowitz, nuestro negociador en Oriente Próximo.

Todo bajo control

A las 4.20 horas me llamaron y recibí un informe de Harold Brown en el sentido de que todo .estaba bajo control en el punto de encuentro. Cuatro helicópteros habían repostado ya, y dos lo estaban haciendo en ese momento. Las expectativas del oficial al mando de la operación era que las operaciones en Desierto uno quedarían finalizadas dentro de cuarenta minutos y que podría comenzar la siguiente fase de la operación. Me sentía seguro.

A las 4.45 horas todo había cambiado dramáticamente. Harold Brown me llamó y dijo: "Creo que tenemos una situación de suspensión. Uno de los helicópteros en Desierto uno tiene un problema hidráulico. Tenemos, pues, menos de los seis, necesarios para seguir adelante. Podemos utilizar los C-130 para sacar a nuestros hombres de Desierto uno".

Me quedé perplejo y le pregunté de manera directa a Harold Brown si él pensaba que era necesaria la suspensión. ¿Por qué no podíamos continuar con menos de seis helicópteros?. Brown insistió en que todos los planes señalaban que seis era el mínimo. Le dije que revaluara la situación con el general David Jones para conseguir la opinión del oficial al mando de la operación, el coronel Charlie Beclkwith. Le había conocido en el gran ensayo general en la sala de Situación y confiaba plenamente en él. Argumenté que si él estaba dispuesto a continuar con cinco helicópteros, yo le apoyaría. Le dije a Harold Brown que informaría al presidente, pero que esperaba que tuviera lista la respuesta para cuando le llamara Jimmy Carter.

¡Maldición, maldición!

Fui inmediatamente al despacho Oval. Carter estaba en una conferencia con Warren M. Christopher, vicesecretario de Estado, y con un consejero de la Casa Blanca, Lloyd N. Cutler. Entré a las 4.50 horas y le dije al presidente que necesitaba hablar con él inmediatamente y a solas. Se quedó preocupado, echó a los otros dos de su despacho y se dirigió al pequeño estudio que está conectado al despacho Ovál por un pasillo. En el pasillo le dije las noticias y las razones por las que, según Brown, había que suspender la misión. Carter murmuró: "¡Maldición, maldición!".

Cuando entramos en el estudio, Jimmy Carter llamó a Harold Brown. Estaba delante de la mesa con el cerebro dándome vueltas. ¿Debía presionar al presidente para continuar con sólo cinco helicópteros?. Ahora que estaba a solas con el presidente quizá pudiera convencerle de que abandonara la prudencia militar, se decidiera por un golpe atrevido para conseguir el gran premio, de que aprovechara la histórica ocasión. Al mismo tiempo, cruzó mi mente una idea contradictoria: ¿No estaría sobrepasando mi responsabilidad presionando a este hombre para que tomara una decisión rápida, tras meses de cuidadosa preparación?.

El presidente hablé con Harold Brown a las 4.55 horas. Estaba inclinado sobre su mesa par a poder tomar notas mientras hablaban. Carter le pidió las últimas informaciones y Brown seguramente le dijo lo que ya me había dicho a mí. Después de decidir en mi propia mente lo que había que hacer, le dije en voz baja al presidente: "Debe pedir la opinión del oficial al mando de la operación. Hay que tener en cuenta su opinión". Había decidido animarle a seguir adelante con cinco helicópteros únicamente si el coronel Beckwith estaba dispuesto a hacerlo. El presidente le pidió a Brown la evaluación del oficial al mando de la misión, y luego le oí decir al presidente: "Cumplamos su recomendación".

Colgó el teléfono, me miró y confirmó que la misión había sido suspendida. Entonces se cogió la cabeza con las manos y estuvo en esa postura unos segundos. Me sentía muy triste por él y por el país. Ninguno de los dos dijo nada.

Retirada

Luego el presidente me pidió que convocara una reunión de todos los consejeros principales y pasamos el resto del día informando a los diferentes Gobiernos de lo que había sucedido y coordinando la retirada de nuestros hombres.

Cuando nos reunimos en la sala de Gobierno, me llamó la atención no sólo lo arrugado de los rostros de todos (supongo que también el mío), sino también la calma que reinaba en el ambiente. No hubo ni recriminaciones, ni voces altas, ni siquiera una gran tensión. Jimmy Carter, en especial, se mostraba muy controlado y eficaz, aunque debía darse cuenta del revés personal y político que había sufrido.

A las 5.15 horas, el presidente recibió una llamada del general David Jones, informándole de que un helicóptero había chocado contra un C-130 y se había incendiado, y que había bajas. Parecía que le hubieran clavado un puñal; el dolor se reflejaba en el rostro, aunque permaneció tranquilo y en total control de la reunión. Dio instrucciones a Cyrus Vance, a Warren Christopher y a Jody Powell para que empezaran a preparar una declaración pública sobre el fracaso de la misión. Al poco tiempo se nos unió Stansfield Turner, que pidió que no se hiciera ninguna declaración pública hasta estar seguro de que los hombres en, Irán estaban a salvo.

Admiraba la forma en que Turner defendía a sus agentes, y acordamos retrasar todo anuncio público hasta la una de la madrugada. Aunque supimos poco después de las seis de la tarde que había habido muertos en Desierto uno, no fue hasta aproximadamente las once de la noche cuando supimos que ocho hombres habían sacrificado sus vidas para liberar a otros norteamericanos y redimir el honor de Estados Unidos. Fueron los auténticos héroes de ese trágico día.

Supe siempre que había riesgos, pero que eran inevitables. Pensaba entonces, como pienso ahora, que no haberlo intentado mientras existió la posibildiad hubiera sido vergonzoso e indigno de Estados Unidos.

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