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DUODECIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SEVILLA

La gran emoción de los Miura

No supieron a poco los Miura. A estas horas aún estaríamos viendo miuras. La fiesta de toros es como la vimos ayer en La Maestranza, emocionante, variada, llena de argumento a lo largo de los tercios de la lidia. La fiesta de toros no es, no debe ser, esa función sin peripecia donde pasan los minutos sin que nada suceda; un toro se cae, un torero pega derechazos, una charanga atruena pasadobles irreconocibles, un público palmotea de rutina, un presidente regala orejas para quedar bien.La fiesta de toros es la belleza de las suertes, es la emoción permanente, es la multiplicación de lances, incidentes o sucesos a través de una pelea entre el toro y el torero, equilibrada hasta el límite de lo razonable. Y en esa pelea, que es lidia, se ha de ver con claridad meridiana que el toro posee fiereza y fuerza, en tanto que el torero ha de dominarle con riesgo y llegar al fin último del espectáculo que es dar muerte al animal con la mayor brevedad, acierto y gallardía.

Plaza de Sevilla

2 de mayo (por la tarde). 12ª corrida de feria.Cinco toros de Eduardo Miura, con trapío y bien armados; mansos pero derrochando casta, emocionantes, variados. Sexto, sobrero de Núñez Hermanos, bien presentado, manso. Manolo Cortés: estocada perpendicular, descabello, aviso, pinchazo, estocada y dos descabellos más (silencio). Pinchazo y estocada caída (silencio). Pinchazo tirando la muleta y dos descabellos (vuelta). Ruiz Miguel. estocada corta y descabello (oreja). Estocada perpendicular (ovación y salida al tercio). Víctor Mendes: conmocionado por su primero, salió para lidiar el sexto. Dos pinchazos y estocada delantera (ovación).

Más podríamos matizar sobre la fiesta de toros, pero esto es lo esencial. Y así ocurrió ayer en La Maestranza con los Miura. Durante las dos horas que duró la corrida estuvimos en tensión, pendientes de la más mínima reacción de las reses, de la colocación de los toreros, de cada lance y cada pase, así fueran de adorno o de recurso.

Trapío y en puntas

Los Miura salieron con trapío y en puntas. La mayoría estaba en la línea característica de la casa, tan conocida de los aficionados, lo cual hacía que infundieran mayor respeto. El cuarto, un cárdeno ancho y enmorrillado, no parecía por su estampa tan Miura y acabó siendo el más pastueño de todos. A varios de estos ejemplares se los ovacionó cuando de salida se emplazaban a pocos metros del toril y permanecían engallados, enseñoreándose del ruedo. Todos mansearon en el caballo, pero a su vez todos exhibían su casta, incluso a la hora de la muerte, que les llegaba prácticamente de pie.

La muerte del tercero levantó al público de sus asientos y suscitó ovaciones encendidas. Era un toro hermosísimo, de bien puesta y acaramelada cornamenta, cárdeno en distintos pelajes que partían del entrepelao hasta llegar a zonas de una claridad plata. Derribó con gran estrépito y revolcó al caballo. Se fue arriba. en banderillas y cogió a Víctor Mendes como para matarlo aunque, afortunadamente, el torero portugués solo quedó conmocionado y pudo salir de la enfermería para lidiar al sexto. En el último tercio tuvo nobleza, y Manolo Cortés le hizo faena, aunque no acabó de acoplarse. Herido de muerte el cárdeno, se aferraba a la arena con las pezuñas, engullía la sangre que le manaba por la boca y aún quería embestir. Cuando por fin rindió la acometida, había muerto.

No hubo dos miuras iguales de comportamiento y por esta razón la lidia hubo de ser variada a lo largo de la tarde. Ruiz Miguel, hecho un león, libró las inciertas embestidas del segundo, siempre a un palmo de los pitones; lo dominó con los muletazos justos, ejecutó el volapié por derecho y optuvo un triunfo importante. El quinto desarrollaba sentido y era peligrosísimo no ya ceñirse en los consabidos pases sino merodearle mediante, un trasteo die recurso. El pundonoroso diestro de San Fernando, que es un especialista en este tipo de toros, lo empleó con tesón y agilidad, y de nuevo acertó en el manejo del acero. Sus indudables méritos fueron reconocidos por la afición que le aplaudió largamente.

El mejor lote le correspondió a Cortés. Su primer toro tomaba bien los engaños aunque no repetía las embestidas. El, de Gines le hizo una faenita aseada, pero sin calor. Al pastueño cárdeño, en cambio, le toreó con gusto, aderezó sus series en redondos con la exquisitez del temple, y fueron de filigrana los derechazos que instrumentó juntas las zapatillas. Intentó el natural pero por ese lado el toro ya no era el mismo. Y, finalmente, se pasó de faena. Manolo Cortés tenía en este Miura una ocasión de oro para revalorizar su cartel y en cierto modo la dejó escapar. Su tendencia a torear con la pierna contraria atrás, aliviándose con el pico, más esos muletazos últimos que sobraban (porque la res ya no los admitía) restaron brillantez a la faena.

El último Miura fue devuelto al corral por cojo y el sobrero, de Núñez -un ejemplar de trapío, muy bien armado- resultó manso reservón. Víctor Mendes, que vestía un pantalón de calle recogido y ceñido a la pantorrilla, pues el Miura que le cogió le había destrozado la taleguilla, armó un alboroto al banderillear reuniendo en terrenos comprometidos. Con la muleta porfió para exprimir las escasas y nada claras embestidas del animal.

Acabó la corrida y estábamos agotados. Había sido un gran espectáculo. La fiesta de toros verdadera revivió en el espléndido escenario de La Maestranza.

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