Tierra de hombres sin tierras
En 1977, la cuarta parte aproximadamente de las tierras andaluzas las ocupaban 229 cortijos, con más de 2.500 hectáreas cada uno. Al mismo tiempo hay 279.120 fincas con menos de cinco hectáreas. (INE. Anuario 1977. Páginas 529-553). "Ha sido un prurito -de la busguesía terrateniente andaluza- tener tantos cortijos como hijos". (Miguel Artola. El latifundio, siglos XVIII-XX).
Un mozo, casi un chaval, ha sido muerto a tiros en Andalucía. Al parecer, su delito, fue robar (?) en una finca privada. (Finca privada, ojo, atención, prohibido el paso, perros peligrosos, guardas jurados, coto de caza privado, veneno). Robar un manojo de espárragos silvestres.El hambre ha vuelto a Andalucía. En realidad nunca se marchó del todo. Porque el hambre o las hambrunas del paro casi perpetuo y siempre estacional, del empleo comunitario, etcétera; el hambre, digo, es endémico y no epidémico ,en esta región. Pero los distintos Gobiernos (de la Monarquía, de la I República, de las dictaduras tanto de Primo de Rivera como de Franco, y con sólo un mínimo de abordaje del tema no muy en profundidad por la Il República) siempre han tratado los problemas andaluces como si fueran coyunturales, cuando son estructurales (tanto los sociales como los de propiedad y económicos). Por eso, las hambrunas siempre reaparecen. Y todas ellas -desde hace siglos- han terminado con la derrota campesina y anegadas en sangre.
Terminaba el primer capítulo de esta serie recordando el viejo adagio que dice "un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla". El aserto es igualmente válido si se enuncia así: "Los Gobiernos que olvidan la historia de un pueblo no deben sorprenderse si esa historia se repite". Y la historia del pueblo andaluz no es otra que la de las agitaciones campesinas.
Por eso, la autonomía es para Andalucía -en primerísimo lugar- una cuestión de supervivencia, de asegurar la vida, de tener derecho y posibilidad de trabajo. Y la conquista del pan y del trabajo sigue pasando por la tierra. Ya no en el sentido de antaño, por el hambre de tierra, es decir, por el reparto individual de la misma, pero sí por su aprovechamiento integral y racional, que genere y posibilite el trabajo para más personas y un acceso mayor a los beneficios. Que ello se logre -según tierras y cultivos- de forma individual, cooperativa, colectiva etcétera, es un tema secundario, aunque importante, a dilucidar.
Quien haya viajado por Andalu cía en los últirnos tiempos -con ánimo de informarse de su situación- traerá retumbante en los oídos el quejío visceral de sus capas populares. Cerrada la espita de la emigración tanto al extranjero como a otras regiones de Espa fía, a Andalucía se le han vuelto a reabrir sus llagas, débilmente cerradas. Ha ba.stado un contratiem po económico para que las lacras y vergüenzas de esta región nos muestren su purulencia perenne, apenas oculta por la blanquecina cal. Porque en Andalucía no ha cambiado nada sustancial, nada de sus estructuras. El pasado sigue presente.
Dos problemas básicos
La clave de Andalucía la tiene un solo elemento: la tierra. De esa tierra nacen dos troncos: la propiedad de la misma y el tipo especial de relaciones sociales y económícas a que da lugar. El examen de sus industrias, escasas además, no nos aportará nada nuevo. Sus minas o sus fábricas o están en manos foráneas o son propiedad de las mismas familias que detentan la propiedad de las tierras. El análisis del sector servicios (terriblemente desequílibrado por el monocultivo hostelero-turístico) daría idénticos resultados. En Andalucía, básica y sustancialmente, ha sido y es la propiedad de la tierra (y su cultivo) la fuente básica de toda su vida y proyección económica y social. No hay separación importante entre la alta finanza, la alta burguesía industrial y la high society. Porque todos son un mismo tronco: los grandes terratenientes.
La tierra, su propiedad, ha sido y sigue siendo en Andalucía el título máximo y casi único de toda emanación y manifestación de poder. "La sociedad y la economía andaluzas", dice el profesor Antonio Miguel Bernal, "fuertemente ruralizada la primera y con un componente agrícola fundamental la segunda, conocieron modificaciones tales en tiempos recientes que se consideró que ciertos problemas y deficiencias tradicionales, si no habían sido superados, al menos habían quedado preteridos para siempre como residuales. Tales son el de la propiedad de la tierra y la perdurabilidad de una contestación del campesinado. La incapacidad manifiesta para resolver estos problemas tan acuciantes, como el paro, entre otros, reflejan que ni los problemas de antaño estaban resueltos ni las deficiencias corregidas; más aún, y esto, tal vez, sea lo más sorprendente para algunos: que ciertas aspiraciones y comportarnientos del campesinado no estaban tan olvidados como se pensaba. Una vez más la cuestión agraria, en su diversa complejidad, recupera el protagonisíno histórico largamente mantenido".
Como decía ya Joaquín Guicho en su Historia general de Andalucía "El suelo andaluz continuará siendo el vasto palenque donde se dis cuten y deciden con las palabras y las armas los destinos de España" O como señalaba J. Mautin en su obra Los hombres de la dictadura: "El papel de Andalucía en la histo ria española es de una importancia tal que ella determina, en realidad, la marcha de toda la nación".
Los cambios operados y los logros de la modernización no consiguieron desplazar los problemas fundamentales que determinan a la agricultura en Andalucía: son las insuficiencias estructurales en tantos escritos expuestas y repetidas. Por su significado histórico vamos a examinar dos aspectos que son los más importantes y trascendentes de la realidad económico-social del momento.
1. La concentración de la pro piedad de la tierra, objeto de este capítulo, y
2. El problema de la mano de obra, tema del próximo.
Las dimensiones medias de las fincas andaluzas son las máximas tanto de España como de Europa. Y siguen concentrándose.
La tierra sigue concentrándose
Según el profesor Bernal, director del departamento de Historia Económica, "el proceso de concentración de la propiedad favorecido por las des amortiz aciorie s, parece que alcanzó su límite hacia 1870-1875, al que siguió una etapa de relativo estancamiento. Lo que sí queda claro es una reactivación hacia 1914-1920, aunque es más difícil determinar sus causas. De los estudios que he dedicado a este tema parece desprenderse que, en efecto, la crisis agraria finisecular favoreció el trasvase de grandes propiedades de labradores que se arruinaron bajo el peso de las hipotecas y préstamos usurarios solicitados para hacer frente a las dificultades de la coyuntura; los beneficiosdel comercio de neutrales se revirtieron en compra de tierras, sobre todo por comerciantes, financieros, industriales, etcétera, lo que supone una oleada de ricos ntievos terratenientes y una concentracíón más efectiva de la propiedad".
Miguel Artola, en un estudio llevado a cabo por auspicio del Ministerio de Agricultura (El latifundio, siglos XVIII-XX) señala que en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, tras las desamortizaciones, los grandes latifundios ya existentes (pertenecientes a la alta nobleza: los llamados grandes estados señoriales) no aumentan en sus dimensiones, pero paralelamente se crean otros latifundios nuevos. "Entre las posibles causas", señala Artola, "no se debe desechar una cierta conciencia de autolimitación de la alta burguesía agraria por lo que a las dimensiones máximas de sus explotaciones se refiere. Téngase en cuenta que es en este período cuando salta la contenida repulsa del campesinado andaluz ante el régimen señorial de propiedad imperante.
'Tantos hijos como cortijos'
"Pero hay más; a pesar del crecimiento del malestar campesíno, no creo que fueran los resortes del miedo los que hiciesen prudentes a los latifundistas andaluces en sus manifestaciones externas de grandes propiedades unificadas; más bien las nuevas formas de herencia, de distribución en partes iguales, etcétera, les aconsejaron mantener unas unidades de explotación en unas dimensiones que habían alcanzado su óptimo funcional de acuerdo con las posibilidades de la época y de los medios de explotación agrícola empleados. Era y lo es aún un prurito de la burguesía latinfundista andaluza poseer, como mínimo, tantos cortijos como hijos hubiese en el matrimonio, y ¡han sido siempre tan prolíficos! De ese modo cada hijo partiría como inicial propietario al menos de un cortijo, y cada hija podría llevar como dote cortijo o hacienda. En dicho popular, la política matrimonial de los latifundistas llevaba a casar cortijo con hacienda o dehesa".
Los latifundios crecieron en superficie durante el período de principios de siglo a la II República, "lo que viene a demostrar", dice Artola, "que el proceso de acumulación de tierras continúa y no es ya tierra desamortizada, sino que son pequeños y medianos predios -los que detentaban censualistas, pegujaleros, rancheros, pequeños propietarios, etcétera- los que se adquieren y los que van a engrosar a los cortijos y haciendas preexistentes... Vendría a significar que tras un siglo de luchas agrarias, de violencias inusitadas a causa de la singularidad del régimen latifundista andaluz y del estado de miseria en que se hallaba el campesinado, la burguesía agraria no sólo mantuvo prebendas, sino que amplió privilegios".
El período franquista
Más característica, por las peculiaridades que la definen, es la concentración de la propiedad en el período del franquismo, indica el profesor Antonio Miguel Bernal, que le convierte en un capítulo especialmente importante en la historia agraria andaluza. La gran propiedad sigue un proceso más complejo y diferente de los hasta entonces empleados; la concentración típica de la gran propiedad se venía haciendo a niveles individuales, pero en los últimos años el proceso de concentración se ha hecho a partir del núcleo básico familiar, constituyéndose sociedades limitadas y anónimas, según circunstancias, para diluir la tradicional imagen burguesa de la propiedad privada e individual con otra de corte más moderno y eficaz a los efectos fiscales y de imagen público-social.
Con todo, lo verdaderamente importante bajo el período franquista es la concentración de la propiedad de la tierra que se da en los grupos medios de labradores y agricultores, quienes conocen un incremento espectacular en las dimensiones medias de las explotaciones agrícolas. Desde la posguerra inmediata, y más aún desde 1952-1955 hasta 1970-1972, la clase media agrícola se benefició de la larga ola de prosperidad ininterrumpida. Son cinco lustros excepcionales para la agricultura andaluza, bien aprovechados por este grupo económico, que destina los beneficios a mecanizar las explotaciones, practicar una agricultura altamente rentable y comprar tierras.
El incremento de las propiedades medias se consigue por acumulaciones sucesivas de las pequeñas parcelas adquiridas a los minifundistas que optaron por emprender una emigración selectiva, casi siempre a la capital de su provincia y que necesitaban dinero para adquirir la nueva vivienda o algún medio de trabajo autónomo (taxi, bar, pequeño taller o transporte, etcétera). La importancia de este fenómeno se da entre 1955 y 1970, período en que la mediana propiedad adquiere un mayor predicamento en el contexto general. El resultado final de la doble concentración -de la grande y de la mediana propiedad- se puede medir, entre otras variables, por el alza que experimentan los precios de la tierra, la movilidad de las transacciones que se hicieron en el período citado y el retroceso del minifundio.
Los intentos de la política correctora por el desigual reparto y distribución de la propiedad de la tierra en Andalucía apenas significaron nada en el pasado reciente, pues hasta la reforma agraria de la República quedó casi en proyecto en la región. La labor importante de las colectividades agrarias que se formaron durante la guerra civil en la provincia de Almería, Jaén y en menor medida en zonas de Córdoba y Granada, quedaron deshechas al finalizar la guerra. Los intentos del Instituto Nacional de Colonización o de su sucesor, el actual IRYDA, operando siempre en áreas de regadío, no han supuesto cambios significativos perceptibles en la estructura de la propiedad; antes bien, la parcelación y asentamiento de colonos, más que resolver los problemas de propiedad de la tierra, han servido para resolver el problema de la mano de obra de las grandes propiedades irrigadas que circundan a las zonas de colonización, según pone de manifiesto en su publicación Zoido Naranjo, que ha estudiado los casos de los nuevos regadíos y colonización en Sevilla y Cádiz.
Conviene en este punto recordar que cuando el Estado coloniza unas zonas (como ahora en el bajo Gudalquivir) divide las tierras en tres clases: 1) exceptuadas, que son aquellas que por haber sufrido algún tipo de transformación en regadío con anterioridad quedan en poder de sus propietarios; 2) en reserva, que quedan también en poder de sus propietarios, pero con una superficie máxima limitada, y 3) en exceso o sobrante, que son las que son adquiridas por el Estado previa indemnización y repartidas entre los colonos.
La historia demuestra que los únicos beneficiarios verdaderos de la acción estatal han sido siempre los grandes propietarios de las zonas colonizadas.
Veamos algunos ejemplos:
- En la colonización de otra parte del bajo Guadalquivir (anterior y distinta a la que se está reali zando ahora) quedó en poder de los antiguos propietarios el 44,5% de las tierras.
- En la zona del Viar (Andalucía), el 81,4%.
- En la zona de Bembézar (Andalucía), el 80,1%, etcétera.
Es decir, la mayor parte de las tierras objeto de mejora se doja en manos de sus antiguos propietarios -una exigua minoría-, y los excedentes -escasos- se reparten socialmente entre la masa de colonos, a quienes al darles tan sólo mínimas parcelas se les condena, de antemano, a completar sus ingresos trabajando como jornaleros en los latifundios circundantes.
Por último, en las zonas serranas de Andalucía -de tanta importancia en la región-, según los estudios de Drain y Roux para Andalucía oriental, y de Mignon para la oriental, la despoblación sistemática y masiva ha favorecido una concentración que, aunque en principio pueda parecer marginal, tiene una importancia decisiva cuando se inicie (o mejor dicho se continúe, porque se inició hace años) el negocio de las especulaciones para los asentamientos de las residencias secundarias, chalés y urbanizaciones fin de semana.
Escasas líneas merece contemplar la última y nueva ley sobre Fincas Manifiestamente Mejorables. En tiempos de Franco también había esas leyes. El escaso progresismo que tenía la ley al llevarse al Congreso se diluyó en la mayoría de derechas de la Cámara, que impidió las reformas que pedía la izquierda, y que fueron aún más restringidas por el Senado. Porcentualmente lo hecho es poco. La tramitación burocrática y el tiempo dado a los propietarios actuales para que se ocupen y preocupen de su cultivo racional relega a calendas griegas y con cuentagotas la solución global del problema andaluz. (Imposible por tan estrechos caminos).
El 80% de los campesinos son braceros sin tierra
Conviene recordarlo: casi el 80% de los campesinos andaluces son braceros sin tierra, y sólo el 2% de los propietarios acaparan cerca del 50% de la tierra andaluza. Según el Anuario del Instituto Nacional de Estadística de 1977 (páginas 529-553), el 25% aproximadamente de las tierras de Andalucía las ocupan 229 cortijos, con más de 2.500 hectáreas cada uno.
El pueblo tiene memoria histórica. El Gobierno debería tenerla con más razón. La crisis económica de Andalucía -con la más alta cota de paro de toda la nación-, la circunstancia de que la emigración sea ya imposible (no sólo al extranjero ni a las regiones ricas de España, sino la propia emigración interprovincial, ya que en la capital tampoco hay oportunidad de empleo) está creando una atmósfera tan densa como tensa. La bandera de la reforma agraria vuelve a agitarse. Es natural, como dice el profesor Bernal: "La gran propiedad de la tierra en Andalucía, cuestionada en su doble funcionalidad económica y social, se revela como indicador de las graves deficiencias estructurales del sistema agrario andaluz. Siendo, por otra parte, una de las constantes históricas de la región, es comprensible que se vea en ella, en tiempos de crisis o de cambios, uno'de los 'obstáculos tradicionales' que hay que superar".
Pero esa superación puede hacerse de dos modos: el primero, retomando la reforma agraria con seriedad (ya que ni los jornaleros desean hoy, en su mayoría, una reforma agraria a la antigua usanza republicana, sino adaptada a los tiempos actuales). Sería lo deseable. Porque la segunda forma de que, por enésima vez, los campesinos andaluces quieran acabar con la situación puede revestir caracteres tan graves como violentos.
Quienes nos gobiernan deberían dedicar una jornada (al menos) a leer. A leer a Malefakis, que no duda en creer que la situación del campo andaluz fue uno -o el principal- detonante de nuestra última guerra. A leer la Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, de Juan Díaz del Moral. A leer las Luchas obreras y campesinas en la Andalucía del siglo XX, de Manuel Tuñón de Lara. A leer La propiedad de la tierra y las luchas agrarias andaluzas, de Bernal. A leer la Lucha por la tierra, a leer libros que reflejan la historia de un pueblo.
Y también podrían darse una vuelta -ni turística, ni oficial, y menos electoralista- por estas tierras.
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