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Reportaje:

La crisis económica pasa por el frontón

Siete empresas dominan la pelota profesional de Euskadi, Navarra y La Rioja. Varios cientos de pelotaris son protagonistas de miles de festivales al año y de los miles de millones de pesetas que el público apuesta al albur de su corazonada o sus predilecciones. Gracias a las apuestas, las empresas se mantienen, se mantienen los corredores, y malviven la mayoría de los pelotaris. Hay un contrasentido entre la excelente salud del deporte de la pelota, y la crisis de las empresas pelotazales, que han visto disminuido el dinero apostado en un 50%, especialmente en poblaciones industriales como Eibar y Vergara.

Para quien no vive en esta zona geográfica el fenómeno es incomprensible. Un deporte sin polémicas, sin apoyo publicitario ni informativo mueve miles de millones de pesetas al año. En los periódicos, páginas enteras se dedican a la información pelotazale, en un batiburrillo de nombres acompañados de números romanos, para diferenciar unos familiares de otros.El ambiente del frontón es extraño. Cada cual con su manía, sin explicación. En pocos kilómetros las aficiones son muy diferentes. En Guipúzcoa y Navarra priva el remonte y desprecian la cesta punta. La pala reina en Bilbao, y en Guernica, Durango y Marquina, la cesta punta, promocionada por los americanos. La mano es la única modalidad que unifica a toda la afición, es la madre. Detrás de un manista hay una cohorte de amigos, vecinos y apostantes, una peña casi incondicional, porque el dinero apostado obliga a llevar la cabeza fría. Hay una cierta pasión.

El pelotari, de 850.000 a 50.000 pesetas mensuales

Con las herramientas (pala, cesta y remonte) no sucede. El pelotari es un solitario. Sale a la cancha, juega, separado del público por una red, y se va. Casi igual que el público, una afición desapasionada, que no se agita, sólo levanta la voz para pedir una apuesta; seguramente no será la única, tendrá un puñado, unas a favor y otras en contra de un mismo pelotari. Al acabar el festival la empresa habrá ingresado varios millones de pesetas; el pelotari unas 8.000, si es del montón; el corredor, unas 10.000, y el aficionado podrá llegar a casa con 50.000 pesetas de más o varios millones de menos.El pelotari no va por libre. Tiene un contrato con la empresa que le liga a ella en exclusiva, tiene hasta derecho de retención, un bajo sueldo, si no es figura, y muy pocas ventajas. La empresa le garantiza un mínimo de partidos al mes, generalmente diez, y le paga religiosamente por cada uno de ellos, sin aliciente alguno, como fichas o extras.

El aliciente es el pundonor de cada pelotari. Según sus resultados le subirán de categoría, y si le suben de categoría ganará más como Chiquito de Bolívar, el mejor puntista. De noviembre a mayo juega en frontones americanos ahorra un par de millones, y veranea en la comarca de Guernica. El veraneo es un decir, más bien hace las américas, porque cobra 85.000 pesetas por partido, a un ritmo de dos semanales. Tampoco se puede quejar el manista Retegui II o el palista Iturri. Casos atípicos, como futbolistas de primera división con la vida más larga. Es la compensación. Remontistas de primera línea se mantienen con más de 50 años, en las otras especialidades pueden superar los 40 con dignidad.

A estas tres excepciones hay que añadir dos docenas de pelotaris que cobran entre 20.000 y 35.000 pesetas por partido. La mayoría son navarros, como Iturri y Retegui II, fruto del dominio que ejercen en profesionales y aficionados, y juegan entre 100 y 140 partidos anuales.

De la elite minoritaria, con dedicación exclusiva, se acaba en el montón, que alterna la pelota con otros trabajos, a veces más rentables. La comisión técnica de remontistas, los únicos unidos, tiene como gran triunfo el que la empresa pague un mínimo de 5.000 pesetas por partido, es decir 50.000 pesetas al mes, cantidad ridícula, porque la empresa no corre con los gastos de material (una cesta, 4.000 pesetas), ni de salud (no tienen seguridad social), ni los desplazamientos de una ciudad a otra, una sangría. Se resignan, porque, en el caso de los remontistas, la empresa les paga un seguro particular; un seguro que cambia con demasiada frecuencia, porque asegurar a los pelotaris no es ninguna bicoca.

La crisis se ha cebado en ellos. Con su excusa y la ignorancia de datos sobré los beneficios empresariales, no pueden negociar en posición de fuerza. Llevan cinco años perdiendo capacidad adquisitiva y tres sin que les suban los sueldos. No tienen asociación que vele sus intereses, ni están unidos, pese a que son pocos, unos 400 pelotaris en total, y todos vecinos. Añoran el empuje de los futbolistas y la ordenanza laboral, que no se atreven a reclamar.

El corredor, un intermediario

El pelotari no puede participar económicamente en la empresa, pero hay indicios; no puede apostar en sus partidos, pero se sospecha. En los partidos manomanistas no son extrañas las grandes apuestas, medio, uno, dos millones. El frontón vive gracias a las apuestas, y estas se disparan con fuerte revolcón en el marcador. Por ejemplo, en una eliminatoria del campeonato de España Bengoechea III ganaba a Tolosa. El corredor cantaba 1.000 a 200 (duros), así de claro estaba el partido; un posterior equilibrio y ventaja contraria cambio el sentido de las apuestas. El aficionado que presagiaba su desgracia cogía apuestas favorables al otro pelotari. De este modo se da la paradoja de que en muchas ocasiones gane quien gane, el apostante gana siempre o pierde siempre, aunque no la misma cantidad. El, beneficio seguro es para la empresa, que con los revolcones del marcador ha visto multiplicado el dinero de las apuestas. En la citada eliminatoria, un guipuzcoano se dejó tres millones de pesetas, y eso que ganó su paisano.Ante la crisis, el aficionado teme que estos revolcones no sean tan naturales. Pero nadie recuerda un escándalo. El apostante es un resignado con el -dinero perdido, pero si la crisis se agudiza optará por quedarse en casa. Ir al frontón es apostar. Ningún juego ofrece tantas posibilidades como éste. Se apuesta antes y durante el partido, hasta el último tanto, por los dos pelotaris a la vez, si vas ganando, para cubrirte en caso de vuelta en el marcador, si vas perdiendo, para perder menos. Tampoco hay límite alguno, ni un contrato con poder judicial. Millones de pesetas dependen del corredor, un hombre con los bolsillos repletos de billetes de mil, que a increíble rapidez y con gritos monosilábicos reúne dos apuestas contrarias. Un afiicionado dice que gana Maíz, otro que Lajos. El es un intermediario que se lleva 4 pesetas (la empresa 12) por cada 100 que él ha distribuido en un papelito, lanzado de dentro de pelotas de tenis huecas.

Acabado el partido, se paga junto a la barra del bar, tomando un gin tonic. Nada obliga al apostante a pagar. Es un compromiso moral que se curnple como la mejor ley. Si el perdedor no tiene suficiente dinero, pagará al día siguiente. Son todos conocidos. El corredor, que tiene que defender su dinero, no cogerá la apuesta millonaria, de un extraño. De la confianza depende el pan del corredor, que tiene que rendir cuentas a la empresa que le contrató.

Como se ve, la empresa es todo. De ella viven pelotaris y corredores, no existe el contrapoder ni un organismo de control. Podría fácilmente amañar los partidos para fomentar las apuestas, pero parece que únicamente se ocupa de crear escuelas de pelota para captar a fenómenos precoces e incorporarlos cuanto antes a la plantilla profesional. Es como un circo con nuevos ídolos, y nuevos enfrentamientos que atraigan al público y al dinero, sobre todo al dinero.

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