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François Mitterrand regresa de su visita a Japón sin alcanzar objetivos concretos

La estancia de cinco días de François Mitterrand en Tokio ha servido para que, por primera vez, un presidente de este país visite Japón, y para empezar a orientar la cumbre de los países industrializados, en Versalles, el próximo mes de junio. Por lo demás, la impresionante delegación francesa ha vuelto con las manos vacías. La agresividad comercial japonesa, en Francia, como en el resto de Occidente, no ha sido tocada por Mitterrand.

En un reciente libro publicado aquí, de título Los nuevos samurais, se explica cómo los japoneses, pueblo en otros tiempos dominado por su ética guerrera, tras su derrota en 1945, se dedican a "hacer la industria y el comercio" como antes hacían la guerra. Eso explicaría la declaración que le hizo el otro día un cuadro japonés a un periodista galo: "El día que no sirva para nada, me pego un tiro, porque mi vida se justifica por lo que yo hago por mi familia, por mi empresa y por mi país".Algún dato más esclarecedor del diálogo de sordos que duran te la semana última se desarrolló en Japón entre Mitterrand y los dirigentes de este último país: los japoneses disfrutan vacaciones que van de seis a veinte días anuales. Los franceses, con la última concedida por el poder socialista, gozan de cinco semanas. Los japoneses trabajan 2.016 horas al año, y los galos 1.400. El absentismo, en Japón, es del 0% contra el 10% en Francia. Los sindicatos del imperio japonés, negocian los salarios una vez por año y después se preocupan, esencialmente, de favorecer la productividad y del buen funcionamiento de la empresa.

Reflexionando sobre todos estos elementos, un feroz comentarista parisiense, caricaturizando en cierta medida, resumía así el viaje de Mitterrand a Japón: él es socialista internacionalista, y ellos son místicos, del nacionalismo. El socialismo distribuye, y los japoneses producen. El socialismo habla de felicidad, y los japoneses de grandeza. El socialismo se fundó en la lucha de clases, y Japón en la unidad. El socialismo emprende la ruptura graduada con el capitalismo, y' Japón se sirve del capitalismo, etcétera.

Estas premisas, que han hecho de Japón, en 35 años, la tercera potencia mundial (casi la segunda), hacían difícil un rápido maridaje franco-japonés. Y Mitterrand, y los cinco ministros que viajaron con él, escoltados por un ramillete cultural-industria-intelectual lo sabían de antemano. Pero el diálogo entre los dos países tenía que empezar algún día, y así ha sido. Por lo demás, nada, o casi. Mitterrand pretendía hacer "entrar en razón" a la competitividad japonesa, en el plano francés y en el europeo. Y esto, de dos maneras: invitando a Japón a abrir sus fronteras a los productos europeos, y moderando la agresividad de sus exportaciones.

La balanza comercial franco-japonesa, en 1981, arrojó 10.000 millones de déficit para Francia. En el mismo período, los números rojos de Estados Unidos se elevaron a 18.000 millones de dólares. Parece ser que todos los japoneses han valorado personalmente a Mitterrand, pero al final, en este orden de cosas, se han comportado como si no hubiesen oído nada.

De esta manera, el viaje habrá servido para plantear los problemas que dominarán la cumbre de Versalles que, dentro de algunas semanas, en junio, reunirá a los siete grandes países del mundo industrializado. Mitterrand ha repetido mil veces que esa importante reunión no se convertirá en un "tribunal" sino que deber ser la cumbre de la distensión industrial.

Pero lo cierto es que algo si tendrá de "Palacio de Justicia". Y en el banquillo de los acusados se sentarán los considerados como culpables de la recesión económica occidental: los norteamericanos con sus tasas de dinero elevadas, y los japoneses con su insoportable competitividad y su egoísmo nacional.

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