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Un cierto olor a petróleo

El desembarco militar argentino en las islas Malvinas es un hecho demasiado caliente como para entrar en consideraciones más o menos previsibles. Intuyo cómo puede responder Gran Bretaña, pero ignoro el resultado final. Lo que sí creo es que en el trasfondo de todo el acontecimiento se manifiesta, de una u otra manera, la presencia ciclópea de ese país impresionante llamado Brasil.A partir de 1964, no sólo la potencia económica brasileña, sino también su ideología se muestran con mayor evidencia respecto a determinadas frustraciones que aparecen en otros países, casi todos ellos más o menos envueltos en la doctrina de Marx: Chile y Bolivia rondando o inmersos en el socialismo a ultranza; el militarismo socialista en Perú, con Alvarado; la infusa y confusa democracia cristiana en Venezuela; la autocracia populista en Ecuador; en Colombia y Uruguay, el entierro de la democracia al son de los clarines; en Paraguay -con un Stroessner reinando desde hace décadas sin oposición-, con una dictadura acuñada en viejos sables. En Argentina, con una seguidilla de generales sucediéndose por delegación, la calificación sólo se ha escrito a medias y ahora, mientras unos historiadores hablan de soberanía y otros analistas menos sentimentales lo hacen de petróleo, el litigio está por dirimirse. Y quizá sea el fin del militarismo.

Lo que trasciende de Brasil es sabido y corresponde a infinidad de países. Existen conflictos sociales, la diferencia entre ricos y pobres es enorme: la libertad de las personas y de los medios de comunicación se ha restringido; el poder judicial choca a menudo con el ejecutivo; la Iglesia -como en Polonia- se ha puesto al lado de los desheredados; las limitaciones sindicales -también como en Varsovia- se han acelerado y los dirigentes no tienen a quien dirigir. Todo esto, común en otras naciones, en Brasil cobró otra significación peculiar.

Un amplio grupo de intelectuales brasileños -Helder Cámara, Jaguaribe, Celso Furtado- fueron los encargados de catapultar al mundo entero la lista de calamidades que impedían el desarrollo socioeconómico de Brasil, en especial la ya mencionada desigualdad social. También se mencionaban los poderes de los monopolios internacionales y nacionales, los latifundios en manos de extranjeros con extensiones más grandes que algunos países europeos y, sobre todo, lo que se conoce en el planetario mundo de los negocios como los "barones del café", personajes que sólo se mencionan en determinados y muy restringidos círculos, pero que mueven, con indiferencia, sumas que sobrepasan los presupuestos de algunas naciones medias.

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Otra característica de Brasil puede resultamos ajena: un país puede avanzar con gran inflación, puede hacerlo con la intervención estatal, con el incremento casi exclusivo:) de las industrias básicas -esto puede resultar para nosotros más incomprensible aún-, y tratando a toda la economía como un modelo cerrado con fuertes derechos arancelarios. Estas secuencias atemperaban las inquietudes ancestrales del otro coloso, un poco más pequeño, Argentina. Persistían los recelos -un leve rumor de invasión de Brasil a Uruguay desempolvó con fulminante rapidez un casi olvidado tratado de protección entre Buenos Aires y Montevideo-, pero como las dificultades eran iguales, se disimulaban.

Sin que nadie supiese muy bien cómo, Brasil arroja al mundo de la información sus casi cien millones cle habitantes y sus ocho millones de kilómetros cuadrados. La bruma comienza a despejarse. Brasil es una superpotencia continental, con una producción que traspasa los 40.000 millones de dólares anuales, cifra que duplica la producción argentina. Pero hay más: Brasil, con unas elecciones muy discutibles, tiene una de las tasas de crecimiento más elevadas del mundo, una estabilidad institucional parcial:mente cuestionada y, lo más peligroso para los paises limítrofes, un desarrollo que expande sus obras de infraestructura con el objetivo nunca negado de integración regional.

Lo cierto es que Brasil pretende que sus vecinos, en especial Paraguay y Uruguay, reduzcan o terminen con su dependencia de Buenos Aires.

Como consecuencia de este impacto, Argentina, y con ella casi todos los países del contínente, se asombra. Brasil, aplastado por las garras de Estados Unidos, Alemania y Japón, aparece ante los ojos de los argentinos como un fuerte coloso industrial, con un disconformismo socioeconómico trocado en amplia aceptación, con unas empresas privadas que protagonizan la casi totalidad del desarrollo económico, todo ello planificado con mucha habilidad por el Estado. En consecuencia, se reduce la inflación frenando sus efectos; la calidad se convierte en meta prioritaria a través de la competencia, y, como no podía ser menos, los beneficios alcanzan no sólo a más habitantes, sino que se alargan a regiones deprimidas.

Todo lo que sucede un una nación situada al sur del río Grande afecta al resto de países hispanoamericanos. Pero este fenómeno se agiganta cuando quien provoca el hecho es el país más grande y con mayor población del continente. Argentina es consciente de que el síndrome brasileño necesariamente tiene que actuar como revulsivo al planear sobre las políticas intemas y externas de los otros países.

Aquí es cuando el recelo alcanza su punto crítico, pues Argentina no puede digerir que Brasil se convierta en lo que ya es, la primera potencia del continente.

No debemos extrañamos del auge de Brasil. Toda su expansión se ha fundado en la coherencia de su política económica adecuándola a las ideologías de la Europa modema, solucionando racionalmente cada uno de los problemas. Mientras tanto, Argentina continúa debatiéndose en la nefasta secuela de Joe Martínez de Hoz, o las tesis keynesianas que, tanto en un caso como en el otro, han demostrado su ineptitud hasta la saciedad.

La toma de las islas Malvinas ha conseguido exaltar el sentimiento del pueblo argentino, llenando una vez más la histórica plaza de Mayo. También se colmó ante la invitación a optar entre "Braden o Perón", pero eso, atiborrar las plazas, ya no se vende bien entre pueblos viejos. El fondo de la verdad, al margen de la conjunción informativa, es que la interpretación de los hechos apuntan, al Norte, con Brasil, y al Sur, con un olor a petróleo que apesta, incluido, claro es, el ente estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF).

Con el asunto de las Malvinas, Argentina intenta demostrar que la técnica escapista de la permanente postergación histórica y socioeconómica ha agotado todos sus tiempos. Al apelar al nacionalismo, un régimen militar opresor y quebrado intenta sobrevivir en un esfuerzo seguramente vano.

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