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Un asesinato en el olvido

¿Quién se acuerda ya de los cuatro periodistas holandeses muertos a tiros por el Ejército salvadoreño? Mañana se cumple un mes de su fallecimiento, que, según la tesis oficial, fue una fatalidad más de la guerra, por la que a nadie se puede responsabilizar. Pero los datos aportados abonan cada vez más la teoría del asesinato, sin que nadie, aparte de Holanda, se haya escandalizado por ello.La Embajada norteamericana está demasiado atareada en frenar, al menos aparentemente, a una derecha rampante tras las elecciones como para prestar atención a cuatro muertos que, por lo demás, no eran ciudadanos de la Unión.

Aunque hubieran sido estadounidenses es muy dudoso que la respuesta hubiera sido pareja a la que dio la Administración Carter al asesinato de un periodista norteamericano en Nicaragua. Los tiempos son otros, y ahí está como muestra la facilidad con la que el equipo Reagan digirió el asesinato de cuatro monjas que sí eran norteamericanas.

Ese animal político que es el aún presidente Napoleón Duarte, capaz de aliarse con sus enemigos para sujetarse al poder, debió pensar que la avalancha internacional iba a ser mayor cuando, seis días después del hecho, decidió perder un día con los periodistas extranjeros para atemperar su indignación y reconstruir la historia en el propio escenario del crimen.

Después de escuchar un minucioso relato del comandante Avilés, encargado de la investigación, y de caminar por espacio de varias horas en torno al lugar donde fueron tiroteados los periodistas holandeses, junto a un Duarte sudoroso que se mostraba sospechosamente amable, uno concluyó que, en efecto, fue un asesinato o que, al menos, había indicios racionales para pensarlo.

La prolija descripción del comandante Avilés (pareciera que la patrulla de veinticuatro soldados y un sargento hubiera cronometrado sus movimientos) tuvo sólo un error. Pero muy grave.

Según el comandante, la patrulla militar rutinaria había salido del pueblecito abandonado de Tajadera a las cinco de la tarde y a las 17.20 horas avistó a un grupo de tres personas armadas. A partir de ahí tomaron posiciones en dos cerros, luego vino el tiroteo y la muerte casual de los informadores.

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El error fue que el comandante Avilés admitió y ratificó luego que al menos un soldado vio a la furgoneta que trasladó a los periodistas y que regresó luego a la capital conducida por un periodista alemán. Este había dicho, mucho antes de que el Ejército diera estas explicaciones, que al salir a la carretera miró el reloj y eran las 17.15 horas.

A esa hora, la patrulla caminaba por una vaguada que no permite dominar el camino de tierra por donde entraron los periodistas. Esto sólo era posible si los soldados estaban ya situados en los cerros desde donde ametrallaron con total impunidad al grupo.

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