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Muchos para nada

Un general, seis coroneles y cuatro tenientes coroneles declararon ayer como testigos en la vista por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El general Alcalá Galiano manifestó que en el Congreso fue amenazado con una metralleta y declaró que no vio al general Prieto cuando se produjo la discusión entre el general Aramburu y Tejero. Los tenientes coroneles Sierra Moreno y Sierra Ginel testificaron a su vez que no observaron que el teniente general Gabeiras desautorizara a su subordinado el general Armada en las horas que siguieron al asalto al Congreso. Durante la sesión de ayer estuvieron ausentes cuatro procesados: Torres Rojas, Tejero, el capitán Dusmet y García Carrés.

Día de declaraciones torrenciales, antes por el número que por la enjundia. Once testigos, desde generales de brigada hasta tenientes coroneles, han sido llamados por la presidencia de la Sala, han entrado amedrentados por la puerta izquierda (respecto a la presidencia), pasando en un roce físico de las dos filas de acusados, equivocándose casi siempre en la dirección de la larga barra de los abogados en vez de dirigirse hacia el arengario de los testigos (en la otra punta de la Sala), empujados y orientados por un diligente relator del Ejército que primero les conduce ante un micrófono de pie ante el que juran decir verdad, tras el taconazo y la inclinación de cabeza de respeto ante la Sala. Luego se les sienta y se les instruye brevemente sobre el sistema de megafonía (han de pulsar una tecla cada vez que quieren hacerse oir).Se esperaba un despiece digno de buque ballenero sobre la figura del general Alcalá Galiano, actual inspector de la Policía Nacional, y la figura militar más relevante de las que ayer pasaron por Campamento. No hubo tal y así debe ser reseñado. Si se esperaba era por esa especie de conjuro político-legal que parece condenar a la miseria cívica a los más relevantes militares que acuden a deponer al servicio Geográfico del Ejército. Dado el papel del general Alcalá-Galiano -el 23 de febrero llegó a ser amenazado de muerte por un secuaz de Tejero-. era lógico suponer una inquina especial desde una línea de defensa que ha dimitido, casi desde el comienzo del proceso, por encontrar atenuantes, y que persigue afanosa la destrucción por vía de implicación de otras biografías militares.

Alcalá-Galiano, aprendida la lección de sus superiores Aramburu y Santamaría -ayer se comentaba que sus declaraciones a Luis del Olmo en el programa radiofónico De costa a costa fueron aún más sinceras que las que se vio obligado a rectificar ante el Tribunal- declaró en un tono neutro, nulamente comprometido y que le ha salvado de esta máquina de picar carne militar en la que los amigos de los golpistas han convertido los interrogatorios del juicio.

Cinco procesados no asistieron a esta sesión del juicio: Tejero y Dusmets entre los más destacados. La ausencia de Juan García Carrés ya no es noticia. El teniente coronel Tejero hace dos días que no hace acto de presencia, aquejado acaso de una enfermedad tan imaginaria como molesta para sentarse, de ser clínicamente cierta. Lo más probable es que la condescencencia del tribunal le haya privado de la violencia de haber presenciado testimonios que le resultan hostiles, o cuando menos, contradictorios. Quizá Dusmets se encuentre en manos de médicos de la mente. Por lo demás poca Prensa y menos familiares, aún no egresados de las vacaciones pascuales. Numerosos letrados o bien no están o se encuentran representados por sus suplentes (a otros los cubren simplemente el compañero de la derecha o la izquierda). En suma: flojera procesal y reiteración neurótica de situaciones, hechos, ademanes, palabras y actitudes inducidas o volitivas. El proceso ya está firmemente asentado en una fase que ya no puede aportar grandes noticias a la causa, ni siquiera dar pie a importantes escándalos procesales. Los letrados de la defensa procuran en este interrogatorio de los menores remachar alguna hembrilla de sus futuras conclusiones definitivas, atornillar mejor otra tuerca, clavetear una tachuela, trabajo genérico de ferretería legal menor, que mejor o peor llevada puede a lo sumo subir o bajar en un grado la pena a recaer sobre estas dos filas de justiciables.

Las grandes perspectivas del proceso se abren extraprocesalmente: pocos tienen por posible que esta historia termine con penas de treinta años para las primeras figuras -asistimos a un juicio sobre el peor crimen que puede cometerse en una sociedad democrática: un crimen contra todos- y ya surgen las inevitables quinielas sobre la penalidad a repartir, a más de los chistes sobre las obras que ahora se realizan en la prisión militar de Alcalá de Henares, única legalmente capaz de admitir a estos encausados. Por el ambiente que se detecta en el interior de la residencia del Servicio Geográfico Militar parece que la depresión campea por sus fueros. Esperar nuevos incidentes que, al menos, retrasen el final del juicio hasta pasadas las elecciones andaluzas, no parece exagerado sino medida de prudencia intelectual. Nadie confía en que un Milans se quede sentado tres o cuatro semanas más, imperturbable, esperando no ya unos años de prisión sino -lo que para él es peor- que le saquen del Ejército, y sin gloria. Así las cosas nadie puede aventurar lo que va a pasar, pero todos saben que ocurrirá.

Cayeron varios letrados sobre el actual inspector de la Policía Nacional con preguntas menores y hasta baladíes. Incluso se volvió a preguntar por la mano en la que Tejero presuntamente empuñaba su pistola ante el general Aramburu. Sabido por todos que Tejero es ambidiestro se sigue preguntando por la mano para sembrar más confusión en el sumario. El abogado Segura (cabeza de combate de la intoxicación de los letrados políticos; llegan los demás a pasarle notas con preguntas complicadas que otros abogados prefieren no formular y que él plantea con satisfacción de "malo de la película") inquiere de Alcalá-Galiano por qué el general Santamaría llegó al Congreso de paisano y no se cambió en toda la noche. Y remacha hasta la pesadez su deseo de conocer hacia donde miraban los guardias y los policías nacionales que hicieron cercos al Congreso.

Es obvio que quiere llegar a la conclusión de que el cerco exterior puesto al Congreso secuestrado miraba hacia fuera; lo que supuestamente demuestra que defendía a los asaltantes de un hipotético ataque externo y no al revés. El mejor momento de la declaración de Alcalá-Galiano fue cuando insistió en que había organizado un cerco del Congreso secuestrado, pero que tras montar el servicio le daba lo mismo para donde miraban los guardias o los policías nacionales. Por lo demás maldades sin cuento, trampas para osos en las que los interrogados no caen, bien por timidez y reconcentración ("no sé", "no lo vi", etcétera), bien por astucia ante los desastres biográficos que van por delante.

Y mucha basura contra el general Juste (que siempre mandó la Acorazada), preguntas sobre ofrecimientos en el Congreso para eliminar físicamente a Tejero, reticencias acerca del general Gabeiras y sobre Aramburu. En cualquier caso, la pobreza procesal de los abogados del frente político es tal que sus propios testigos acaban testimoniando en contra de sus defendidos. Así cuando deponen nuevamente -y parece que definitivamente- que Aramburu fue amenazado pistola en mano por Tejero.

Lo demás son rifirrafes procesales que podrían desmenuzar el anecdotario de esta causa hasta sus propios huesos, frase a frase, ademán a gesto, casi acento a entonación. Nada que nos aproxime un milímetro a la realidad de un Rey que una tarde de febrero sólo tiene en sus manos un teléfono de la Red Territorial de Mando para comunicar con los capitanes generales, la pasividad de la Armada -excepción hecha del componente naval de Camilo Menéndez- y la lealtad activa de la base aérea de Manises y, en general, del Ejército del Aire, a más, por supuesto, del empantanamiento gigantesco y medianamente controlable -según los mandos- del Ejército de Tierra, en cualquier caso tendente mayormente a la lealtad por lo que se va escuchando en esta causa.

Interludio penal.- Quiere presentarse a estos hombres como víctimas de las maldades de la democracia. Puede que sufran lo indecible, pero en Campamento observadores nacionales y extranjeros se hacen lenguas de la elegancia y condescendencia con que están siendo tratados los supuestos reos. Acuden a las vistas según su criterio y ante la buena voluntad del tribunal. Se levantan durante las sesiones a tenor de un criterio que jamás se les niega. Y gozan del débito conyugal -denegado al resto de los presos preventivos- cuando lo necesitan, con esposas, novias o amigas. Algún encausado ha encontrado el amor ya en Campamento y bajo procesamiento. Un cartelito pergeñado sobre un papel y que reza "El niño está dormido" avisa a los demás reclusos que la habitación está ocupada. Frase que recuerda en su construcción y en su fonética a "La bandeja está grabada". Que le vamos a hacer. Pero no hagamos de estos hombres unos mártires, porque la democracia que empezó reformando un Código de Justicia Militar franquista que podía haberlos condenado a muerte, terminó suprimiendo unos Consejos de Guerra sumarísirnos que les hubieran privado de tiempo y publicidad. Por si quedaba algo, este régimen de necesidad no deja de ocuparse de algunas de sus íntimas necesidades. Noticia vana y hasta banal, pero que traza la frontera entre la intolerancia y la civilización.

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