Los músicos de la República
Se ha hablado mucho de los escritores de la República, los intelectuales y hasta los científicos de la República, aquella edad de plata, según José Carlos Mainer, que desde Africa nos tornaron en edad de hierro. Pero se había hablado menos de los músicos de la República. Los mutilados musicales de la República.En Cuadernos de Música encuentro una monografía sobre "Los músicos de la República", el buen oído que tenía aquella gente para la música, y no sólo para La Internacional o La Marsellesa. Así, Montserrat Albert escribe sobre música catalana de los años treinta, o Música y literatura en la generación del veintisiete: relación Alberti-Esplá, por Carlos Luis Silva. Sainz de la Maza, una guitarra para una generación, por Ricardo Iznaola. La tendencia neoclasicista en la música de la época, por Tomás Marco. A medida que la República iba afinando sus violines filarmónicos y parlamentarios, los himnos bélicos y los cantos de Falange endurecían el oído al personal. A Sainz de la Maza todavía le hice yo alguna entrevista en su casa de finales de Goya, cuando él ya no era más que algo así como una consecuencia entre humana y musical de su propia guitarra. Asimismo, en esta monografía se hace justicia a Alberto Salazar, de quien Fernández-Cid ha dicho que es el primer crítico musical de todos los tiempos, y que, por supuesto, fue un crítico atento a ese "revés del aire" que es siempre, rilkeanamente, la música de vanguardia. Poetas como García Lorca y Gerardo Diego (a quien conocí en una conferencia/concierto del casino de Valladolid, para luego ser contertulio suyo, durante muchos años, en Madrid), tenían un oído puesto a la música de la poesía y el otro a la música de la música.
Salazar estudia el genio de Falla en el Retablo y el talento de Halffter en la Sinfonietta. 0 sea que aquello de León Felipe de que ellos se habían llevado la canción, no era sólo declamatorio. Se habían llevado la canción y hasta la sinfonía completa, con orquesta y todo. Le mueve y conmueve a uno, sin ser muy músico, ratificarse en que la edad de plata alumbraba también una plata musical, aunque los escritores de entonces hayan escrito mayormente del jazz, por quedar de modernos. Hoy, cuando ya la República toda nos parece música celestial, por lo distante y abolida, algo así como una utopía con cafés, aprendemos o recordamos que también hubo una música de la República, no sólo en el sentido en que se dice "república de las letras", sino también en el filarmónico. O sea, una música republicana, no políticamente, sino generacionalmente, claro. Y de todo lo que se llevó en tromba la guerra (cuadros del Prado, manuscritos de Juan Ramón, casidas de Lorca, gacelas granadíes, cármenes de Falla, fideos sentenciosos de Machado, prosa de Azaña, entremés revolucionario del pueblo, toda una verbena de la paloma picassiana), lo que más le conduele a uno, hoy, es esa catedral de música, esa filigrana que iban tejiendo los violines como hilanderas de la música, ese movimiento de telar dulcísimo que tiene una orquesta bien llevada, más la noche de los pianos levantinos en calma de Oscar Esplá. En las Cortes se iban afinando los oídos para la oratoria, que entonces hablaba bien hasta Gil Robles, y en el Real se iban afinando las almas menestrales para una danza del fuego que no era, ni con mucho, la que nos traían ya los africanistas. Noches republicanas en los jardines de España. Ahora, cuando "el llanto militar", que dijo soberbiamente Quevedo, con verso que aún asombra a Borges, no deja escuchar otra cosa, uno, duro de oído y todo, cree como percibir alcázares de música, cármenes, alhambras de un Falla brioso y abolido. Es lo que tiene el desencanto: que le vuelve a uno melómano.
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