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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Super soul', con Wilson Pickett: marcha negra para oídos blancos

Marcha negra para oídos pálidos. Eso es lo que hubo anteayer en el Palacio Municipal de los Deportes de Barcelona. Era un espectáculo llamado Super soul, la presencia conjunta de varios mitos de los sesenta, la discoteca hippie en concierto, la recuperación (por una noche) de los bellos olvidados. No estaba lleno el palacio. Podía calcularse la entrada entre 4.000 personas, algo que, bien mirado, no es mucho. Pena porque, tras una espera demasiado prolongada y una introducción instrumental igualmente larga, salió pisando las tablas un señor vestido de negro que respondía al nombre de Eddie Floyd. "Ladies and gentleman, Eddie Floyd". Quien sonriendo comenzó a destilar el carro de sus esencias del alma. 47 años tiene ahora el antiguo miembro de los Falcons, el creador de Knock on wood. Pero no se le notan. Se movía por allí encima bailando, gesticulando, sudándolo todo, enrollándose con unos músicos que tampoco eran para tanto, pero cumplían.

El público de las primeras filas (el más joven) pegaba botes de caucho, y Edd'e, hombre sensible, reclamó a uno de los saltones, invitándole a subir a escena. Intento vano, porque el servicio de orden, ignorante de que el soul necesita de esta suerte de complicidad, de esta intimidad frente a los miles, reprimió duramente la progresión del ballón. La cosa empezaba bien, pero, visto y no visto, Eddie, el buen Eddie Floyd, hizo mutis por el foro.

Sólo para dejar su sitio a Sam and Dave. Bueno, más bien a Sam sólo, porque Dave llegó al palacio envuelto en bufandas casi al final de lo que debiera haber sido su actuación. Sam sonreía mucho más (si cabe) que Floyd. Y más que sonrisa, lo suyo era una mueca que lo mismo podía responder a una gran alegría que a un sufrimiento intensísimo. Tal vez esa capacidad de dramatización, esas manos extendidas hacia la inmensidad, ese doblarse de puro sentimiento le vengan de sus lejanos tiempos de Godspel, tal vez. Pero es que luego, como impulsado por un resorte , Sam se automatiza y se mueve por escena como un robot de juguete, da saltitos por todas partes y pasa de lo rápido a lo lírico con una velocidad pasmosa. El público da palmas desacompasadas, ruge cuando comprende que va a cantar Sittin'on the dock of the bay en homenaje a Otis Redding, espera fervosamente al soulman y lo aplaude con la mayor entrega. A todo esto, Sam, que había salido con una preciosa chaqueta cruzada de franela gris, se había quitado ya hasta la corbata, había apagado un cigarrillo con su propio sudor, parecía disfrutar y agradecer como un poseso. Otros 47 años de marcha imparable y una comprobación reverdecida: los negros en esto de la música son otra gente.

Hay un descanso. Las luces se encienden y bajo ellas se ve a un público entreverado de treintañeros y adolescencia. Los bares permanecen casi desiertos, lo cual se nota en la ausencia casi total de esos colapsos etílicos tan frecuentes en otras latitudes. Radio 3 transmite el acontecimiento; Musical Express lo graba para TVE (a emitir el 11 del corriente), y quien más y quien menos permanece atrapado por la magia de esta gente.

De vuelta al concierto, la nueva banda nos obsequia con un blues y un instrumental mientras esperamos la salida de Carla Thomas, toda gordita y traje negro ajustado. Si lo de Eddie Floyd fue corto, lo de la reina resultó casi instantáneo. Tanto que cuando salió la estrella de la jornada, el magnífico Wilson Pickett, la gente se encontraba un pelo cortada. Pickett iba en plan estrella y tiene tal cantidad de buenas canciones que no tuvo sino que arrasar. No es que estuviera muy bien, pero entre su fama y que la banda respondía bien lo suyo iba por los caminos de la gloria nostálgica. Sólo que al final le dio un flato que le hizo salir de escena de mala manera, auxiliado por un par de amigos.

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