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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Los grandes viejos

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En Hollywood le dan el Oscar Dorado a Henry Fonda cuando tiene 76 años, no puede ir a recogerlo, está enfermo grave y ha hecho cien películas. En Madrid, le dan el González-Ruano (anoche cenamos en el Ritz) a Luis Calvo cuando tiene 84 años (él dice 82, con adolescente pudor) y lleva yo diría que un siglo entero en el periodismo. Está bien llegar a viejo, pero a viejo particular. De viejo glorioso se tiene que estar fatal.Decía Goethe que no se puede envejecer sin un poco de amor o un poco de gloria. ¿Y no podría el seguro o Soledad Becerril o quien sea anticiparle un poco de eso al personal (su cupo de amor o de gloria) antes de la artrosis absoluta y babeante? Claro que como ahora tenemos el seguro, para qué necesitamos a Goethe. Pero nada es inocente, y el culto nacional a los viejos (dejemos de momento los casos Goethe/Fonda) lo promocionan, en principio, unos proyectos que se están preparando así su propio culto, una ancianidad llena de banquetes y de infartos. A Luis Calvo, en su noche de elocuencia y candelabros, todo el mundo le dice que cuándo va a ser académico, menos los cuatro académicos presentes, que callan. Quizá le encuentran poco maduro para sentarse en una letra. Franco / Carrero crearon la gerontocracia, en este país, porque contaban con haber ganado la guerra del fin del mundo, y tenían razón, y esa gerontocracia se ha extendido de la política a toda la vida nacional, pues se sobreentiende que los grandes viejos harán una política vieja, una cultura vieja, una sociedad vieja, una juventud vieja.

No homenajean a los viejos por admiración o humanítarismo, sino porque los viejos, para qué vamos a engañarnos, ya no molestan, ni siquiera los grandes viejos. Pero esta política cultural de viejos no se reconoce a sí misma como tal, de modo que la única vieja, aquí, parece ser Dolores Ibárruri, jajá, pero qué vieja es, si es que es viejísima, pero si es que es una cosa de troncharse, oyes, esa señora tan vieja. Los demás, todos de penenes y pilaristas, montando movidas a sus grandes viejos. No hablan del inolvidable muerto que da título al premio (sigo con mi crónica del Ritz) porque, sin duda, les parece poco viejo (murió a poco más de los sesenta de edad, en el 65), sino que cuentan anécdotas de la gente del 98, que ésos sí que están maduros, como "higos pasos", que diría Cunqueiro (otro al que dejaron morir sin gloria porque no tuvo tiempo de envejecer). Pero, mientras se celebra en el Ritz la ceremonia de la ancianidad, que es una cosa como de los Tristes trópicos, de Levi-Strauss, sólo que con espejos y poularda (ningún reconocimiento más triste que el reconocimiento tardío), en la Radiocadena se celebra una movida juvenil que este periódico ha contado y de la que yo fui participante. Estaban haciéndome los chicos de Minuto a minuto, la vida una así como entrevista telefónica, cuando empecé á escuchar los ruidos de un raro comic radiofánico, crack, splasssh, swiiing, tras, pom, fuera, zas, boomm, aaaaagggh. Y cuelgan. Luego me llamaron desde el bar Jurucho, donde se habían acuartelado: los Haro Ibars, Rotaeta, los despedidos: "Luis Gómez, el director del programa, se ha portado, no veas, siempre de nuestra parte, a tope lo suyo, pero somos catorce colaboradores despedidos sin previo aviso, esta mañana nos hemos encontrado nuestra redacción ocupada, la cosa viene de arriba, Castillo y ésos, en la mismísima rue, aquí nos tienes, ha sido una movida fascista por sorpresa, nosotros vamos a hacer una sentada, ocupar la radio, algo".

Así eran Goethe, Luis Calvo, Ruano, a los veinte años. Pero aquí sólo le dan a uno el Oscar cuando uno es ya el antepasado de sí mismo. No sea que se lo monte.

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