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Tribuna:Reflexiones desde la cárcel del intelectual polaco Adam Michnik / 1
Tribuna
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Las bayonetas polacas no borran la memoria

Adam Michnik

Esta guerra no fue declarada. En el curso de una noche de sábado de diciembre, funcionarios del servicio de seguridad aporrearon nuestras casas, rompieron las puertas con barras de hierro, golpearon, nos pusieron esposas y nos llevaron, en calidad de internados, a las cárceles.Eramos los primeros prisioneros en esta guerra del régimen comunista contra su propio pueblo. Aquella acción nocturna fue la primera batalla victoriosa del general.

Así se cumplió sobre todo el acuerdo del IX Congreso del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP, comunista) sobre la incompatibilidad de puestos: Jaruzelski, simultáneamente ministro de Defensa, primer ministro y primer secretario del partido, se convirtió también en el jefe del Consejo Militar para la Salvación Nacional (WRONA, en abreviatura). Wrona significa también las cornejas. A partir de ahora, los polacos asociarán para siempre la palabra con el horrible pájaro, con la caricatura del águila que aparece en el escudo polaco.

Los historiadores del futuro sabrán rendir los honores a la precisión del golpe, a la perfecta elección del momento, la excelente ejecución de la acción. El historiador describirá la firmeza con que rompió toda la resistencia del enemigo, y el poeta cantará los grandiosos triunfos militares de este Ejército en las calles de Gdansk, en las fábricas de Varsovia, en las siderurgias, las delinas y los astilleros. El general Jaruzelski incrementó la gloria de las armas polacas conquistando con una hábil maniobra la radio de Varsovia, el edificio de la televisión y la central telefónica. Realmente, desde la batalla del rey Sobieski, en las puertas de Viena, en 1683, ni uno solo de nuestros dirigentes puede apuntarse tales éxitos. Ahora, los músicos compondrán sinfonías, los pintores inmortalizarán los ataques victoriosos, los directores escenificarán películas patrióticas, y todo eso en honor de la noche de diciembre. El Consejo de Estado creará sin duda una nueva condecoración para los participantes en la campaña de diciembre de 1981.

Vamos a dejarnos de bromas. Aunque la propaganda gubernamental lanza estos acordes, vamos a dedicarnos, todavía anestesiados y aturdidos, a interrogarnos sobre el significado de lo ocurrido.

Triunfa la contrarrevolución

En la noche del 12 al 13 de diciembre, la minoría dirigente comunista empezó a defender desesperadamente su posición de clase dominante, su poder y sus privilegios. El estado de la minoría dirigente -no es necesario dar más razones- estaba, de hecho, amenazado, y no sólo en Polonia, sino en la totalidad del bloque comunista.

El golpe de diciembre no tenía como objetivo la realización de utopía comunista, fue más bien una contrarrevolución clásica dirigida contra los trabajadores en nombre de la defensa de los intereses conservadores del antiguo régimen. En contra de las afirmaciones de la propaganda oficial, no fue de ninguna manera la respuesta a un intento de tomar el poder político. Solidaridad no disponía ni de un "Gabinete en la sombra" ni de un programa para el golpe de Estado.

La historia del origen del caos de diciembre empieza con el con flicto fundamentalmente insoluble entre un movimiento social de mi llones de personas, organizadas en Solidaridad, y las estructuras totalitarias de un Estado comunista. El simple hecho de la existencia de una institución independiente y autogestionada, apoyada por el pueblo, era inaceptable.

No se trataba del poder en sí, sino del poder absoluto, es decir, las fronteras de la nomenklatura del partido, del estilo en el ejercicio del poder. Se trataba del Esta do de Derecho, del contenido del compromiso acordado entrego bernantes y gobernados, es decir, del pluralismo en la vida social, la configuración de la autogestión en las empresas y a nivel territorial.

La realización del programa de reformas, que comprendía todos esos ámbitos vitales, ponía en tela de juicio el principio fundamental de la dominación comunista sobre el Estado y la sociedad. Era evidente que el aparato no renuncia ría voluntariamente ni a un ápice de poder, y que por eso los conflictos fueron inevitables. Nosotros creímos, sin embargo, que las cosas discurrirían de otra forma, no creímos que el aparato de poder intentaría solucionar los conflictos sociales con la violencia militar, empleando, en vez de la fuerza de los argumentos, los argumentos de la fuerza.

Esta no es la primera crisis en la historia de los Estados comunistas. Sin embargo, cualquiera que compare los doce meses preceden tes a los acontecimientos de 1956, la primavera de Praga y los quince meses polacos advierte las características específicas y las diferencias significativas a pesar de algu os puntos comunes.

Común fue el deseo de ampliar los derechos civiles y nacionales. Las diferencias se basaban en la dinámica de las transformaciones sociales. En 1956, el impulso reformista vino de Moscú, de las salas del 20º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el que la burocracia del partido liquidó la todavía presente sombra de Stalin y prescindió del hacha que el aparato de seguridad blan día sobre sus cabezas.

Los movimientos dentro del partido que sacudieron a Polonia y Hungría en 1956 tuvieron aquí su origen. En Polonia, la autoridad del recién salido de la cárcel Gomulka suponía una garantía suficiente para el Kremlin y la sociedad polaca. Para el Kremlin, Gomulka era un comunista recalcitrante, con el que, a pesar de todo, era posible entenderse. Para los polacos, él era un portavoz de sus deseos nacionales y democráticos.

Hungría y Checoslovaquia

En Hungría, la resistencia del ala estalinista del aparato condujo a una situación en la que la calle en rebeldía empezó a dictar el ritmo de los cambios. El aparato de poder se vino abajo como un castillo de naipes. La intervención soviética fue una consecuencia directa de este hecho.

En Checoslovaquia, el año 1968 fueron sectores del aparato dentro del partido quienes se dieron cuenta de que la ineficiencia del sistema comunista y su propensión para el despilfarro y el atraso aumentarían sin reformas profundas.La esencia del conflicto en Checoslovaquia estaba en el deseo de la fracción liberal victoriosa de Dubcek -en esto apoyada por el conjunto de la sociedad- en llevar a cabo unas reformas democráticas planeadas desde arriba unido a una suavización de la dependencia respecto a la central soviética.

El "socialismo de rostro humano" checoslovaco tenía muchas caras: desde un reformismo moderado de gentes del aparato hasta la visión pluralista de la sociedad, existente en los escritos publicistas inconformistas. El factor decisivo fue la rebelión de los líderes checoslovacos contra el dictado soviético y el deseo de legitimar su poder en el apoyo de su propia sociedad y no en las oficinas del Kremlin.

Comunismo de dientes rotos

En Polonia, la situación era diferente. Aquí es difícil hablar de un "socialismo de rostro humano" era más bien un "comunismo con los dientes rotos", un comunismo que ya no puede morder más y que no se podía defender contra el ataque de la sociedad organizada Esta represión no tenía nada que ver con el empleo de la violencia.

En contra de las declaraciones histéricas sobre la contrarrevolución abierta y el terror fascista en las fábricas, durante la revolución polaca no se mató a nadie ni se de rramó una gota de sangre. Muchos observadores se planteaban la pregunta: ¿Cómo se explica esto?

La historia del proceso del movimiento reformista polaco -o también de la revolución polaca autolimitada- tiene su origen fue ra de las instituciones de la vida pública oficial. Desde hace muchos años existen y trabajan en Polonia grupos de la oposición de mocrática apoyados con simpatía por amplios círculos de la opinión pública y protegidos por el para guas eficaz de la Iglesia.

Bajo la línea relativamente tole rante del equípo de Gierek -tolerancia surgida de las conexiones con Occidente y de la debilidad política, no de un liberalismo político- se realizaron intentos de autoayuda y autodefensa social. Se organizó una vida intelectual independiente y se crearon escenarios no censurados de una lucha por la libertad.

El núcleo central del programa de esos círculos opositores -el más popular fue el Comité de De fensa de los Trabajadores (KOR), fundado después de las huelgas de junio de 1976- se basaba en el de seo de transformar la sociedad y reconstruir las conexiones sociales fuera de las estructuras oficiales.

La cuestión central no era "¿Cómo se puede reformar el ejercicio del poder?", sino, "¿cómo es posible defenderse de este sistema?".

Este esquema mental repercutió sobre el desarrollo de la huelga de agosto, sobre la forma de las exigencias de la huelga, sobre el programa, la estrategia y la táctica de la actuación de Solidaridad.

La fuerte lucha por la reforma de las estructuras totalitarias duró quince meses. El punto culminante de las luchas fue tan atípico como su proceso. La declaración oficial de guerra a la sociedad surgió de la naturaleza de los conflictos precedentes. La guerra, dijo Clausewitz, es la continuación de la política seguida en tiempos de paz, pero con otros métodos. Esta vez fue tina guerra contra la sociedad organizada, emprendida por un Estado que es un instrumento de las fuerzas políticas organizadas en el Pacto de Varsovia.

El análisis de los errores cometidos por Solidaridad será durante largo tiempo motivo de discusión en Polonia. A un pueblo y a una mujer -por citar la acertada formulación de Karl Marx- nunca se les perdonará el momento de descuido en que permitieron fue un sinvergüenza les sometiese.

El sindicato, que era realmente un frente de solidaridad nacional, encarnaba todas las partes buenas y malas de la sociedad que lo Parió; una sociedad que ha vivido 37 años alejada de todas las instituciones democráticas, fuera de las esferas de cultura política; una sociedad, al mismo tiempo rebelde y medrosa, en la que el honor, libertad y solidaridad están considerados los valores supremos y, con mucha frecuencia, el compromiso se equipara con reniego y capitulación.

Polonia no olvida Yalta

Solidaridad era un movimiento democrático del mundo del trabajo, que funciona en un entorno antidemocrático, dentro de las estructuras totalitarias de un sistema, cuya única legitimación comprensible para la mayoría se basaba en el contenido de los acuerdos de la conferencia de Yalta.

Los polacos no necesitan que les recuerden el contenido de esos acuerdos, como hacen los que parecen opinar que los derechos humanos sólo corresponden a las personas que viven al oeste del Elba, mientras que para los salvajes del Este les quedan reservados el látigo y el alambre de espinos, como instrumentos adecuados para regular ordenadamente el mecanismo de la vida pública.

Los polacos no han olvidado Yalta. El problema consistía en traducir las realidades de Yalta a un lenguaje contemporáneo. Esto no era fácil.

El movimiento social, potente y espontáneo, que se constituyó sin modelos, de un día para otro, en medio de un conflicto permanente con el aparato de poder, no tenía ninguna etapa nítidamente definida y ninguna definición clara sobre una coexistencia con el régimen comunista. Se dejaron provocar fácilmente cayendo en enfrentamientos por cuestiones sin importancia, había dentro muchos sustitutivos de conflictos, mucho desorden, incapacidad, desconocimiento del enemigo y sus métodos de acción.

Solidaridad podía ir a la huelga, pero no podía esperar; dominaba la técnica del ataque frontal, pero no la de la retirada; tenía ideas básicas, pero ningún programa para una actuación paso a paso.

Solidaridad era un coloso con pies de acero, pero manos de barro; era poderosa en las fábricas, entre los trabajadores, pero impotente en la mesa de negociaciones.

Solidaridad tenía un contrario ante sí que no era capaz de decir la verdad, de mantener en marcha la economía o de cumplir sus obligaciones propias, pero que podía tina cosa: destrozar la solidaridad social. Ese arte lo había aprendido hasta la perfección en los 37 años de su poder.

Ese socio -la minoría del poder- estaba en bancarrota, moral y financieramente, y, por su debilidad política, era incapaz de realizar cualquier tipo de política.

La debilidad política fue interpretada por Solidaridad como debilidad general, y así se olvidó que

(1) El "octubre polaco", se situa en 1956, cuando Gomulka, que había sido perseguido bajo el estalinismo, llegó al poder tras la rebelión obrera de Poznan.

Las bayonetas polacas no borran la memoria

un aparato represivo, intocado por la corrosión democrática, puede ser un instrumento útil en las manos de un poder dictatorial, sobre todo en manos de una dictadura que siente arder el suelo bajo los pies. El sistema comunista en Polonia era un coloso con pies de barro, pero con manos de acero Cuando exigieron elecciones al Parlamento y los ayuntamientos, los funcionarios de Solidaridad parecieron olvidar que esas palabras para los dominantes significaban una señal de alarma y el anuncio de su próximo fin. Repitámoslo: Solidaridad no exigió nunca arrojar a los comunistas del pode y sustituir el Estado por el aparato sindical. Sin embargo, si es un problema que las personas del aparato gobernante hayan deducido esto de las declaraciones de Solidaridad y carece de importancia hasta qué punto las cosas eran asíEllos advirtieron la presión de la base, que disolvía los comités del partido en las fábricas; el fantasma de las elecciones para los ayuntamientos les aterrorizaba, tenían pesadillas ante un referéndum nacional sobre la forma de una auto gestión y vieron que estaba pendiente una subida drástica de precios. Su respuesta fue el golpe de Estado de diciembre, la última respuesta que tenían al alcance.

Solidaridad no esperaba un golpe de Estado y fue sorprendida. La responsabilidad no recae sobre los trabajadores, sino sobre todos aquellos -como el autor- que por su actividad intelectual estaban llamados para dar forma a una visión política del sindicato.

Crítica a Solidaridad

La reflexión teórica -dicho entre paréntesis- sobre el tema de la transformación del sistema iba a la pata coja detrás de los acontecimientos. Salvo fórmulas triviales, apenas había ninguna reflexión política. Finalmente, la praxis rebasó a la teoría, lo que no es nuevo en la historia polaca.

La disputa fundamental -aunque nunca precisada claramente- dentro de Solidaridad se refería al ritmo de los cambios y su amplitud. Al principio, los partidarios de soluciones de compromiso tenían mayoría; sin embargo, con el tiempo se hizo evidente que el aparato del poder interpretaba como debilidad toda tendencia al acuerdo. Todas las concesiones tuvieron que ser impuestas por medio de huelgas o amenazas de huelga.

Las huelgas permanentes, hábilmente provocadas por el aparato de poder, agotaban a la sociedad, que estaba ya exhausta por las dificultades de la vida cotidiana. La falta de resultados positivos, en forma de mejoras palpables de la calidad de vida, provocó una polarización y puso en tela de juicio el sentido de la táctica huelguista.

Unos decían: "Basta de huelgas que no conducen a nada". Otros decían: "Ninguna huelga inconsecuente más, necesitamos una huelga general que obligue al Gobierno a concesiones esenciales". Resulta difícil decir quién tenía la mayoría, pero con seguridad se oía más a los segundos.

Precisamente ellos, en su mayoría jóvenes trabajadores de grandes empresas, exigían de la dirección de Solidaridad una actuación radical. Impedir esto resultó cada vez más difícil, aunque tanto Walesa como Kuron lo intentaron.

El aparato del poder fue cada vez más despreciado y cada vez fue tomado menos en serio. Casi nadie creía que pudiese conseguir emplear a los soldados polacos para atacar a los trabajadores polacos. Casi nadie creía en la posibilidad de un golpe militar.

La causa de ello fueron la ingenuidad y la ilusión -y también la tradición de muchos años de la historia polaca-. Por esto parecía difícilmente imaginable el intento de aterrorizar a la sociedad polaca con ayuda del Ejército polaco. Los meses precedentes habían afirmado en la conciencia social una imagen del desarrollo de los conflictos entre el Estado y la sociedad, en el que no había espacio para victorias claras. Los planes de patíbulos y listas de proscritos sólo existían en las imaginaciones enfermizas de los notables del partido. El sindicato sólo conocía una respuesta al ataque del Gobierno: la huelga de ocupación. El ataque del Ejército a las fábricas hizo ineficaz esta táctica. Realmente, la conciencia de la falta de sentido de las formas pacíficas de resistencia puede tener consecuencias catastróficas. La sangre derramada de los mineros del pozo Wujek puede ser una lección constructiva sobre el lenguaje que se debe hablar con el Gobierno si se quiere conseguir algo.

Evitar un enfrentamiento

¿Qué pensaban los comunistas de Solidaridad? La crisis de agosto no fue una sorpresa para ellos, aunque el desarrollo de la huelga, la madurez de las exigencias, la disciplina y solidaridad de los trabajadores les causó impacto.

Para el equipo de Gierek, que llegó al poder sobre la ola de una rebelión sangrienta de los trabajadores de los astilleros, en diciembre de 1970, era un dogma evitar un choque armado con la clase trabajadora.

La autorización de un sindicato independiente en 1980 fue un acto de desesperación, unido a la creencia de que el movimiento se limitaría a la costa del Báltico y, con el tiempo, se podría manipularle y destruirle desde dentro. Cuando la ola de las huelgas de agosto obligó al reconocimiento de un sindicato unitario a escala nacional, al aparato sólo le quedaba la esperanza de desmoralizarlo a base de provocaciones y escindirlo desde dentro. Solidaridad suponía una amenaza mortal: liquidaba el principio de la ideología comunista de que el partido comunista representa a la clase trabajadora.

El plan de destruir con medios políticos al sindicato fracasó. Sin embargo, los conflictos permanentes -como los de los presos políticos, los sábados libres, el registro del sindicato agrario- y también las querellas personales inspiradas desde fuera debilitaron al sindicato. Esto no mejoró en absoluto la situación del aparato. Enfrentado y envenenado por la lucha por el poder, había surgido un problema de rango superior: el partido.

Un partido inexistente

El partido, entendido como comunidad organizada de sus miembros, no existió por ninguna parte durante las huelgas de agosto. Ese instrumento, útil en épocas anteriores para la destrucción de la solidaridad social por medio del aparato, había fracasado esta vez. En su intento de resucitar de nuevo al partido, el aparato abrió literalmente la caja de Pandora. Por una parte, se buscaron chivos expiatorios, y así se publicaron pruebas cada vez más chocantes de la corrupción del equipo Gierek. Por otra parte, las masas del partido empezaron a devolver sus carnés o, mucho peor, a organizarse en estructuras de base, que exigían una reforma democrática del partido, una supresión del modelo estalinista, que se basa sobre la omnipotencia del aparato.

Aquí residía la diferencia funda mental entre los recientes acontecimientos en Polonia y las crisis de los años 1956 y 1968. Entonces lo dirigentes comunistas (Nagy, Gomulka, Dubcek) estaban en condiciones de conquistar la confianza de la sociedad. El campo de los partidarios de una reforma desde arriba disponía de un apoyo social.

En Polonia, el conjunto del partido se arrastraba detrás de los cambios. No era el partido quien estimulaba los cambios en la sociedad, sino un movimiento social fuera del POUP quien provocó los cambios en las filas del partido.

Los programas de reforma del partido eran un completo anacronismo ante los objetivos de Solidaridad.

Los reformistas del partido en Polonia no formaban un bloque unitario. Entre la gente definida como tales había personalidades tan diversas como Andrezj Werblan, uno de los dictadores ideológicos en la era de Gomulka y de Gierek; Stefan Bratkowski, uno de los organizadores del grupo de discusión Experiencia y Futuro y presidente de la Asociación de Periodistas; Wojciech Lamentowicz, un profesor de ciencia política que enseñó durante 36 años en la escuela del partido; Zbigniew Iwanow secretario del partido y líder de la huelga de agosto en una fábrica en Torun.

A pesar de sus diferencias, todos ellos fueron víctimas de una paradoja que forma parte del destino de los comunistas reformistas en todo el mundo.

Ellos reclaman la reforma de un partido totalitario, en nombre de la libertad humana y de la justicia social, contra el aparato burocrático, que oprime la libertad de pensamiento y la creatividad y da preferencia a la mediocridad y la corrupción.

Por eso solamente podían atacar eficazmente al aparato si se organizaban como un movimiento que recoge a todos, pero no como una fracción que lucha por el poder. Como fracción se excluían automáticamente del partido y, además, en una lucha política cotidiana fueron obligados a emplear los mismos métodos que criticaban fuertemente en sus contrarios.

Las "estructuras de base" de algunas células del partido fueron un intento de resolver la cuadratura del círculo. Eran demasiado débiles para ganar y completamente inaceptables para el aparato. No pudieron resistir el contraataque masivo de las estructuras conservadoras del partido.

Los reformadores del partido polaco de la última era se mostraron como una caricatura de sus padres espirituales y sus hermanos mayores del octubre polaco y de la primavera de Praga. Aparentemente, su reformismo era menos abstracto, más enraizado en la vida cotidiana, no incluía los duros debates sobre la filosofía del jóven Marx. En vez de esto, ellos discutían sobre la reforma económica.Todo quedó en los comienzos. Este movimiento no encontró ningún tipo de apoyo en el patrimonio ideológico del mundo intelectual, era un epígono y, al mismo tiempo, la etapa final del proceso de destrucción del comunismo real.

La sociedad manejaba ya un lenguaje normal, mientras que las ideas de los reformadores habían permanecido prendidas en la tenaza del "nuevo lenguaje" marxista-leninista. Para los reformadores del partido, la cuestión central era:"¿Cómo se puede democratizar el partido?", lo que debería ser la clave de la democratización de la sociedad. Para la sociedad, por el contrario, la cuestión central era: "¿Cómo se puede arrancar el máximo posible de campos de la vida social del dictado de la nomenklatura del partido?".

El aparato del partido acusó a Solidaridad de ser un partido político y no un sindicato. Solidaridad sugería al POUP que se desarrollase como un partido político, que lucha por la credibilidad de la sociedad, en vez le aferrarse a la posición de un "sindicato de colaboradores del aparato de poder". Esta era la definición más precisa del carácter social del partido comunista gobernante. Y esto fue decisivo.

El procedimiento democrático del IX Congreso del POUP cambió muy poco. En los puestos más altos se eligieron, por vía democrática, a gentes comprometidas definitivamente, entre ellos Albin Siwak, del que, en su día, habían querido crear tina especie de Stajanov polaco, un trabajador modelo con el carné de funcionario del servicio de seguridad en el bolsillo. Con gente como Siwak en el Politburó, el POUP no podía contar con credibilidad social. La nueva dirección y el programa aprobado en el congreso eran abortos. La última esperanza del aparato era una escisión interna de Solidaridad y el papel mediador de la Iglesia.

Entendimiento nacional

Sobre esta base se edificó. La idea era un frente de entendimiento nacional cuyas flechas serían el aparato de poder, la Iglesia y Solidaridad, simbolizado por el encuentro entre Jaruzelski, el primado Glemp y Walesa. Este fue el último intento de anular al sindicato de forma no sangrienta. La Iglesia católica, la máxima autoridad moral en Polonia, todavía más fortalecida por el Papa polaco, tiende, sin lugar a dudas, a soluciones de compromiso. La Iglesia intentó tender puentes de entendimiento, suavizar las tensiones, influir moderadoramente, tanto sobre el aparato de poder como sobre Solidaridad.

Esto debería ser un compromiso y no una renuncia del sindicato a sus propios principios y sus objetivos. Una forma de renuncia era la lista conjunta para las elecciones municipales, propuestas por el aparato de poder. Tales soluciones ni las podía ni las quería apoyar la Iglesia. Ese fue el punto de inflexión. Para el sindicato quedó claro que el conflicto era inevitable. Al poder estatal le pareció completamente claro que la posibilidad de compromiso había llegado al último límite.

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