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El hambre y la paz

Llegamos a marzo y el hambre sigue recorriendo en Andalucía casas y estómagos y viaja en tren a la vendimia francesa y recoge algodón con ocho o nueve años y toma el sol por las esquinas a los setenta con 5.000 pesetas mensuales, o va de compras como madre de familia y regresa con la cesta vacía porque ya no le fía el tendero, o simplemente forma filas de ese 16% de andaluces que no sabe leer ni escribir o de ese casi 60% que anda a medios saberes.Hoy las hambres siguen aquí casi como siempre. Porque las hambres no son nuevas, como pretenden interesadamente los embusteros al servicio del fascismo, sino que son una pesada herencia que ya en la época de Franco, allá por los años sesenta, produjo tres millones de andaluces en la emigración.

Y desde estas hambres ya encallecidas por los años, los amos y los siglos, sépanlo, este pueblo pide la paz. Y porque exigimos la paz, luchamos contra la terrible violencia de los niños sin escuela y los hombres sin trabajo. Y porque queremos la paz, nos enfrentamos con cuantos corajes disponemos al atropello que hemos venido sufriendo y sufrimos como hombres y como pueblo. Pero la paz es la ausencia de injusticia. El abuso es una guerra.

Y las hambres en este aquí y en este ahora andaluz son un abuso insoportable. Son una guerra. Son la violencia lenta y continuada que nos fusila en lo más hondo de nuestros seres hasta dejarnos inútiles, analfabetos o simplemente jubilados en plena juventud en el empleo comunitario.

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Los jornaleros andaluces queremos la paz. Porque necesitamos que se reparta la cultura hasta abolir el analfabetismo, y se reparta la tierra y la riqueza hasta acabar con tan insultantes desigualdades, y, se reparta la libertad hasta que los jornaleros podamos respirar humanamente, y se reparta el derecho y todas las dignidades robadas. Queremos la paz. El pueblo siempre quiso la paz. Pero quede claro que no queremos la paz de los últimos cuarenta años de gazpachos, piojos y cortijos, ni toda esa que predican los viejos fariseos del desorden establecido.

Pero como si tanta violencia fuera poca, a Andalucía llegan también los rumores que, aunque más lejanos, dejan sobre el pueblo la misma sensación de terror. Son los rumores de una guerra mundial. Y se habla de rearme cuando en el mundo se gasta un millón de dólares por minuto en armamento. Y se habla de rearme cuando sobre la cabeza de cada habitante del planeta descansan quince toneladas de TNT o, lo que es lo mismo, la posibilidad de ser desintegrado 50.000 veces, o cuando, en contraste, más de quinientos millones de seres humanos padecen malnutricion grave o, lo que es lo mismo, están siendo asesinados suavemente por las hambres.

Y es curioso que cuanto más grandes son las crisis económicas (que, por otra parte, nunca fueron causadas por los pobres) y, por tanto, más graves son las miserias y las hambres que sufren los explotados, ya sean hombres, ya sean pueblos, a las clases dominantes y a sus más poderosos césares no se les ocurre otro remedio que la guerra. Quizá porque es negocio. Quizá como ocasión para el dominio. Quizá como la locura propia de todo imperio. Y quizá también porque al llegar al siglo XXI todavía en esta vieja incivilización se sigue practicando el bárbaro rito de sacrificar víctimas humanas a los ídolos cuando las cosas no marchan bien o no marchan

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Juan Manuel Sánchez Gordillo es alcalde de Marinaleda

El hambre y la paz

Viene de la página 7de acuerdo con las minorías dominantes.

La dialéctica hoy se hace clara entre quienes militan por la paz y entre quienes militan por la guerra. Entre quienes militan por la abolición de todos los abusos y desigualdades y quienes militan por la explotación y las hambres... En definitiva, entre quienes militan en y para la vida y quienes militan en y para la muerte. No hay neutralidad posible. Los hombres y los pueblos han de optar por una u otra alternativa.

Es más que urgente una opción, una torna de partido por la vida. Para decirle a esas minorías guerreras, que poseen el poder, y a sus césares atómicos que las dirigen desde todos los rincones y desde todos los idiomas del planeta, que se guarden sus átomos y sus misiles, que no queremos bloques militares ni más máquinas para la guerra, porque no hay ni un solo pueblo en el mundo que no quiera mayoritariamente la paz.

Así que, desde todos los pueblos, desde todos los hombres amantes de la libertad y, la vida..., desde donde quiera que se respire un miligramo tan sólo de humanidad, no podemos permanecer por más tiempo discutiendo si son galgos o son podencos las calamidades que nos acechan, sino que hemos de dar una respuesta, y una respuesta organizada y suficiente.

Pero mucho menos tiempo podemos permanecer sin una respuesta en aquellos pueblos que, como esta Andalucía nuestra, vienen siendo golpeados por las hambres generación tras generación. Porque aquí, para vivir, hay que inventarse cada día una respuesta. Porque aquí cada momento es un trozo de guerra.

Quizá por eso veamos claro que frente a cada agresión hace falta una respuesta.

Y frente a la explotación y las hambres hemos de comprometernos a construir una muralla de la paz, en la que se unan y organicen todos los oprimidos, sin distinción de razas ni de siglas, para pelear sin descanso ante la barbarie diaria de no tener ni un trozo de paz ni un rato de paz.

Y frente a esa otra agresión del terror nuclear, que es un insulto y que ya nos tiene calculados hasta los quinientos millones de muertos, en caso de conflicto no hay más remedio que ponerse a trabajar por otra muralla de la paz que recorrer a todos los países y llame a todas las conciencias, pero, sobre todo, que organice internacionalmente a los pueblos que quieran la paz.

Una muralla de la paz que devuelva la razón a los poderosos e impida por más tiempo esta locura criminal, que se pone de manifiesto cuando comprobamos que con el dinero que se va a gastar en el proyecto de misiles Pershing 2 podrían tener cubiertas sus necesidades todos los parados de Andalucía durante nada menos que 6.750 años.

Cese, pues, tanta estupidez y tanta locura establecida. Que cesen las hambres y las guerras... Ea, pues; desde lo más hondo de nuestros sentires en Andalucía gritamos: ¡Que venga la paz! ¡Conquistemos la paz!

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